Valladolid
Miguel Rabel y la extraña zanfona que llena de canciones la calle SantiagoValladolid
Miguel Rabel y la extraña zanfona que llena de canciones la calle SantiagoY entonces ahí, en medio del bullicio, del resplandor de escaparates, de las baldosas mil veces pisadas en la calle Santiago, comienza a escucharse un tema histórico del siglo XVI. O un corrido de Rueda. O el rigodón de Villasirga. O alguna de las muchas ... canciones tradicionales que resuenan en el corazón pucelano gracias a ese extraño instrumento que en sus manos sujeta Miguel.
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Bueno, en realidad, la zanfona no es tan rara ni tan insólita como a primera vista pudiera parecer. Forma parte de la historia musical de muchas comarcas de la comunidad. La gaita de pobre la llaman en Zamora. El rabel de manubrio en ciertos pueblos palentinos. «Mucha gente se sorprende cuando me ven tocarla en mitad de la calle», reconoce Miguel Abad Frutos, un madrileño de nacimiento (en 1974), pero que con dos añitos se mudó a Palencia, su ciudad. Desde allí y desde hace casi dos años viene muchas tardes a Valladolid para tocar la zanfona en este escenario de prisas, compras y paseos que es la calle Santiago.
Puede parecer insólito, sí. Un hombre con ese instrumento de 16 cuerdas, pulsadores y manivela que es tan distinto de lo que un músico callejero suele ofrecer. «Estamos acostumbrados a ver instrumentos más comunes (como la guitarra, el teclado, el violín). Con un repertorio contemporáneo o de temas clásicos muy conocidos. Con amplificadores. Y con muchísima música pregrabada. A veces, el 90% de lo que suena no es en directo», cuenta Miguel, quien en su caso rompe con casi todo lo anterior. O sea, un instrumento antiguo, sin microfonar, sin ningún apoyo externo y con un repertorio tradicional.
«Al principio la gente se sorprende. Se quedan mirando y escuchando. Alguno se acerca y te pregunta qué instrumento es, cómo se toca, cómo funciona». Y entonces, Miguel despliega su vertiente más didáctica. «Les cuento que la zanfona, como la conocemos ahora, tiene un origen medieval. Que muchos ciegos la utilizaban para cantar romances y ganarse la vida. Les explico que durante estos siglos se ha seguido tocando, aunque ha quedado muy en desuso. La zanfona es un instrumento tan antiguo como interesante y desconocido».
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Y Miguel lo hace sonar a pie de calle. En Valladolid, pero también en Segovia, donde trabaja en Emergencias Sanitarias. Es enfermero. Y muchos días, cuando termina el turno, coge su zanfona y se pone en la calle a tocar. En la Casa de los Picos segoviana. En la calle Claudio Moyano de Valladolid, aunque también en Santiago o Fuente Dorada. Hace dos años decidió bajarse de los escenarios y cambiar los focos por farolas, las butacas para el público por corrillos de curiosos que le aplauden cada canción.
«El contacto de la calle no tiene nada que ver. Cuando actúas en una sala, la gente que acude a verte está más o menos predispuesta a lo que va a ver y escuchar. Aquí se encuentran con algo que no se esperaban y que tal vez no han visto nunca». Esa curiosidad inicial se transforma, en muchos casos, en escucha atenta. «La calle es mucho más cruda. Eres tú y tu instrumento. Nada más».
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Con suerte, se conquista la atención de algún peatón que deja a un lado las prisas para escuchar un poco de música. Y están los que, además de aplausos, regalan algunas monedas. Con lo conseguido durante estos meses, Miguel ha grabado un disco (que también vende en la calle) en el que han colaborado Carlos Soto (flauta y pito castellano), Luis Ángel Fernández (dulzaina), David García Martín (guitarra) o Carlos Martín Aires (bouzoiki). Firma el trabajo como Miguel Rabel, el seudónimo que utiliza en redes sociales y que hace referencia al instrumento con el que se adentró en el mundo de los sones de raíz.
«En realidad, empecé com la caja, como redoblante en un grupo de dulzainas. Cuando tenía 15 años, conocí al último rabelista de Palencia, a Donato Muñoz, uno de los grandes de la música tradicional». Y Miguel se empeñó en aprender a tocar ese instrumento, «antecedente medieval del violín que hoy está en peligro de extinción». «Se tocaba mucho en las zonas de montaña, por los pastores, que se entretenían con su música». Luego llegó el transistor (más tarde el móvil) y el tiempo pasaba rápido sin necesidad de echar mano de la música propia. Así, poco a poco, cada vez queda menos gente que sepa tocar el rabel.
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«Cuando yo aprendí eran mediados de los años 90. No había Internet y tenía que recurrir a grabaciones antiguas, a casetes», cuenta Miguel, quien recorría bibliotecas y consultaba publicaciones antiguas para saber cómo afinar el rabel, cuáles eran las mejores cuerdas que podía utilizar. «Mi primer rabel fue una pieza antigua restaurada. Luego fui conociendo constructores y el que ahora tengo, desde 1995, es de un luthier de Madrid». Con el tiempo, Miguel ingresó en el grupo Almacántaro y trasvasó su talento del rabel a la zanfona.
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En la actualidad, además de por las calles de Segovia y Valladolid, toca en una nueva formación, Patas de Peces. «Es una expresión que decían mucho mi madre y mi abuela en el pueblo, en Valbuena de Duero»: Es una frase para referirse de forma socarrona a la nada. «Tú preguntabas, ¿qué hay para comer? Y te respondían: 'Patas de peces'».
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Y lo cuenta Miguel antes de darle de nuevo a la manivela para tocar la Jota de Terradillos, la 'Charrada de los perros', el 'Corrido del tío Cerillas' o alguna de estas piezas tradicionales que tan bien suenan en una zanfona que conquista con su banda sonora las aceleradas calles del centro de Valladolid.
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