La injusta opinión que un reconocido escritor belga tenía sobre Valladolid

Sus homólogos Gustave Doré y el barón Davillier escribieron también sobre León o la ciudad vallisoletana, encandilándoles en ciertas ocasiones ambas ciudades y en otras demostrando cierta severidad en cuanto a su opiniones de las mismas. Doré y Davillier encontraron belleza en Valladolid durante su visita en el siglo XIX, pero no lo haría así T'Serstevens, quien toparía con una ciudad lúgubre durante su recorrido al albor del estallido de la Guerra Civil en España.

La crítica mordaz de T'Serstevens resumió la aciaga experiencia que sufrió durante su visita a León, cuando casi sale agujereado por las balas sintiendo el peso del ejército sobre su cabeza. Su mujer, Marie-Jeane, siempre lo acompañaba en sus andanzas, y ante su parálisis ella decidió salir a la calle bajo la promesa de un capitán del ejército que le aseguró: «No se preocupe, un español jamás dispara a una mujer».

El recorrido de T'Serstevens comenzó en la ciudad francesa de Perpignan, desde donde bordeó el litoral mediterráneo hasta Huelva. Allí emprendería la Ruta de la Plata desviándose hasta Madrid y pasando por Segovia, Salamanca, Valladolid y León. Luego ascendió hasta Galicia, donde siguió bordeando la costa cantábrica hasta Biarritz, donde dio por terminada su aventura.

Durante su paso por la provincia de Salamanca, conoció Nuestra Señora de las Nieves, quedando perplejo por su blancura y su arquitectura, pero también salpicó a Valladolid, argumentando que echaba de menos los lugares en los que se manifestaba con tanta opulencia la gracia divina como en Valladolid o en Aranda de Duero.

De las tierras de campos dijo lo siguiente:

«Toda la región al norte de Salamanca no es más que una llanura cerealista salpicada de pueblos que dicen mucho de la eterna miseria del campesino español y la opulencia del clero. Están construidas con ladrillos en bruto, del color de la arcilla, las casas son bajas, casi siempre sin piso. Ni un jardín, ni siquiera un árbol, las calles sin adoquines ni piedras, polvo o barro según el tiempo, las puertas que se abren directamente, sin setos ni barreras, al suelo arrasado por las lluvias».

No gustó a T'Serstevens el camino que seguían sus pasos, pero debía continuar hasta Valladolid, donde encontraría un sendero que aún disfrutaría menos.

En su libro ofrece un itinerario determinante que explora los lugares más atractivos de la Ruta de la Plata, recomendando a los lectores no perder el tiempo en el interior de la provincia. El escritor T'Serstevens cometió un grave error al no dejarse caer por estas bellas ciudades del interior, que guardan un encanto especial, y que poseen todo lo necesario, por sus gentes y por su cultura y folclore, para complacer a todo viajero.

«Aquí puedes hacer un viaje de unos cien kilómetros en dirección Valladolid y llegar hasta nosotros, en este caso, por Tordesillas y Benavente. El paseo merece la pena, si no por Valladolid, una ciudad sin personalidad que sólo puede ofrecernos la fachada de San Pablo y el patio del museo».

De lo que sí quedó sorprendido T'Serstevens fue por de belleza de Simancas, que contiene, según sus palabras, «el grueso de los archivos documentales de toda una comunidad» y que, asegura, ofrece al visitante una preciosa vista.

No se alarmen los habitantes de Valladolid, pues no es la única ciudad que sale escaldada de esta crítica injusta de T'Serstevens. Dice de Zamora que es tan solo una parada poco menos que interesante que se sostiene sobre un islote rocoso. Advierte que cuenta «con tres iglesias, y que posee un encanto provinciano, compuesto por el silencio bajo el sol, las calles desiertas y fachadas dormidas como cañones».