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Pablo Muelas Lorenzo es un joven vallisoletano, de 28 años, que desde el pasado 2 de enero reside en la ciudad de Shanghái, la más grande de China. Allí trabaja como asesor de Comercio Internacional en la Oficina Económica y Comercial de la Embajada de España, bajo el programa de las Becas ICEX. No es esta su primera experiencia en el extranjero, puesto que este licenciado en ADE y diplomado en Comercio Exterior ha pasado también varios años en Francia y México, estudiando y trabajando. De China le atraía su cultura y de Shanghái que es uno de los grandes núcleos financieros mundiales. Su beca tiene una duración de un año, pero no descarta alargar su estancia por más tiempo. «Este es un país sorprendente y en esta ciudad hay una gran calidad de vida», dice este joven, que ha aguantado estoicamente la pandemia en el gigante asiático.
Su trabajo consiste en apoyar la internacionalización de las empresas españolas en el mercado chino. Pero en marzo su principal cometido fue colaborar en la búsqueda de material sanitario y en el filtrado de proveedores sanitarios autorizados para el suministro por el Ministerio de Comercio Chino (MOFCOM), la Administración General de Aduanas Chinas y la Administración Nacional de Productos Médicos (NMPA). «Atendimos consultas sobre la exportación de materiales a España y elaboramos listados informativos para compras del sector público español y para compartir con particulares», añade.
Cuando llegó a Shanghái la situación era de relativa tranquilidad y así se mantuvo hasta el 24 de enero, fecha de inicio del Año Nuevo chino. Durante ese puente Pablo vio como la ciudad se vació, porque la mayoría de la población se desplazó a otras zonas para estar con sus familias. «Entonces la situación estalló. Wuhan entró en cuarentena el 23 de enero. En un primer momento, la decisión del gobierno fue prolongar las vacaciones a modo de prevención. Luego se instauró el teletrabajo y la incorporación progresiva de los trabajadores que culminó en marzo», relata.
Shanghái, a 800 kilómetros de Wuhan, tiene 24 millones de habitantes y sin embargo «solo unos 530 casos confirmados de la covid-19», puntualiza. En febrero la ciudad estaba vacía, con la mayoría de los establecimientos cerrados, y «se podía salir libremente a la calle, para ir al supermercado, por ejemplo. Los envíos a domicilio de productos y de comida permitieron en todo momento que lleváramos el encierro sin problemas», prosigue.
Estos meses en Shanghái han sido para Pablo Muelas una experiencia maravillosa, aunque reconoce que también ha vivido situaciones complicadas. «Me he encontrado gente acogedora y respetuosa con el extranjero, que te saluda amable y te hace fotos», relata Pablo. «Desde que la situación empezó a agravarse en el extranjero y China empezó a tenerlo más controlado y a importar casos de la covid-19, se decidió establecer cuarentena obligatoria de 14 días para las personas procedentes de países con casos, como España, y finalmente se procedió al cierre de las fronteras a finales de marzo. Desde entonces gracias a las noticias del exterior, la campaña de imagen del Gobierno y los medios de comunicación, se ha llegado a ver a los extranjeros como una amenaza y posibles portadores de la enfermedad, como en su día se veía a los chinos en el extranjero», añade este joven, que ha vivido cómo al entrar al metro o a un ascensor la gente se echaba a un lado. Y cómo él y sus compañeros eran rechazados en varios alojamientos durante un viaje por ser extranjeros. «Nos tocó contactar con varios hoteles y que revisaran exhaustivamente nuestros pasaportes para verificar nuestras fechas de entrada al país», dice.
Estos días en Shanghái se vive «con normalidad». La población sigue usando las mascarillas como medida de prevención, «aunque cada vez se ve a más gente que ya no la lleva». Otras medidas, como la medición de temperatura y los registros para acceder a edificios se están reduciendo, en muchos casos, hasta casi desaparecer. El puente del 1 de mayo, que Pablo aprovechó para viajar, se encontró con las estaciones de tren de Shanghái y Hangzhou de nuevo masificadas. «Las calles y transportes vuelven a estar llenos y con el buen tiempo, los bares, discotecas, terrazas y parques están abarrotados», dice.
Varias circunstancias, según Pablo, han permitido a China superar rápido la situación. «La epidemia aquí no pilló de sorpresa, ya que la experiencia previa del SARS en 2002 hizo reaccionar a la gente con mucho más miedo y respeto que en otras partes del mundo. También el Gobierno tomó fuertes medidas, cerrando por completo la ciudad de Wuhan el 23 de enero. Quizás fue algo tarde, pero fue contundente. Y la clave está en el desarrollo tecnológico del país. La avanzada red de Internet, la tecnología móvil y aplicaciones, el control de la población y la perfecta articulación de las plataformas de comercio electrónico, con su completa red logística para el abastecimiento, han posibilitado la marcha correcta del sistema», explica. También ha sido fundamental el rastreo de movimientos de la población a través de códigos QR. «Funciona como un semáforo, determinando si la persona supone un riesgo para la población. Utiliza Big Data e inteligencia artificial y se muestra en verde, naranja y rojo. El código QR está siendo un fiel compañero durante mi estancia en China y el registro es necesario en estaciones y aviones para acceder a otras ciudades o territorios», apunta.
Desde la distancia ha vivido con «sorpresa y tristeza» todo lo ocurrido en España en las últimas semanas. En su opinión «se ha reaccionado tarde a pesar de tener los antecedentes de China e Italia». «Aquí, a diferencia de España, el uso de mascarilla fue obligatorio desde un primer momento. Muchas de las noticias e imágenes impactantes que me llegaban desde España no las he vivido yo en China», concluye Pablo.
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