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Ángel Pamparacuatro, en 2014 en el zócalo de la catedral de México D.F., con sus nietas.
Coronavirus en Valladolid: «Su hijo pudo despedirse de él, fue afortunado»

«Su hijo pudo despedirse de él, fue afortunado»

Ángel Pamparacuatro, de 91 años y vecino de Tordesillas, murió víctima del virus el día 23 en el Río Hortega, catorce años después de viudo

Domingo, 26 de abril 2020, 07:09

Andaba muy pendiente de la Bolsa, veía el 24 horas y decía ¡pero adónde va a llegar esto! ¡si ya dije yo que tenía que haber vendido las acciones! Estaba muy lúcido», indica Elena Molina, su nuera, que recuerda cómo a Ángel Pamparacuatro Fonseca, de 91 años y vecino de Tordesillas, esta crisis sanitaria le traía a la memoria imágenes de la Guerra Civil, que vivió de niño. Le preocupaba cómo iba a afectar la pandemia al país y a los ahorros de toda una vida al volante de su camión, pero no contaba con que la covid-19 iba a arrebatarle lo más preciado que tenía, su vida. Estaba bien de salud, salvo por la diabetes no muy controlada, pero se valía bien por sí mismo, hacía la compra que luego le cocinaba una señora y daba sus paseos antes de volver a casa, donde vivía solo desde que, hace 14 años, perdiera a su mujer, Antonia Merinero, a la que acompañó durante nueve años a diálisis. Andaba bien, recuerda su nuera, hasta que el 31 de marzo se le reveló el virus, ese que hace daño a los parqués bursátiles pero que está acabando con miles de vidas como la suya, que se apagó el pasado el día 23 en el Hospital Río Hortega. Pudo la covid hasta con la baza de la longevidad familiar, pues Ángel era el segundo de diez hermanos y ha sido el primero en morir. Una longevidad de la que, según su nuera Elena, gozan en el pueblo natal de Ángel, Villafranca de Duero.

«El día 31 de marzo le llamó mi marido Ángel, su hijo, y como no le contestaba, fue a su casa y le encontró caído en la habitación, como los hospitales estaban ya colapsados y solo tenía fiebre, le llevamos a casa con nosotros», apunta Elena, madre de las tres nietas del nonagenario: Cristina, de 17 años; Irene, de 13, y María, de 11. «Estuvo quince días con nosotros, le hicieron un análisis de orina y le dijeron que tenía una infección, pero sin hacerle el test del coronavirus. Al ver que no se recuperaba, le llevamos el 13 de abril al hospital y dio positivo. El doctor Frutos nos llamaba todos los días, y una fisioterapeuta nos hacía videollamadas. Pasaban los días y estábamos esperando a que terminara el tratamiento para ver si se iba para casa a principios de la próxima semana, pero el día 23 entró en crisis. Mi marido fue al hospital, le pusieron un EPI y pudo estar veinte minutos con su padre, hasta que murió», incide Elena, que asegura que «hemos sido afortunados porque su hijo se ha podido despedir de él en vida». Ahora bien, recalca Elena cómo «ni en nuestras peores pesadillas podíamos pensar en este final». Dos de sus tres hijas, esas que en los últimos años «le han dado la vida a mi suegro», según Elena, quisieron despedirse del abuelo y acudieron junto a sus padres al entierro de Ángel Pamparacuatro Fonseca, «una gran persona, muy querida» y con la que Elena tuvo siempre un buen trato, su bastón cuando había que acompañarle a cualquier sitio, al estar muy poco en casa su hijo, ingeniero eléctrico en Acciona y que viaja con gran asiduidad.

«De recién casados nos fuimos a Bolivia por el trabajo de Ángel. Allí estuvimos cinco años, luego vivimos doce años en Madrid, donde tenemos piso, hasta que, otra vez por su trabajo, nos fuimos a México, donde estuvimos tres años», relata Elena, que tuvo allí de visita a su suegro en 2014.

«Ni en nuestras peores pesadillas podíamos pensar en este final para mi suegro», señala Elena Molina

«Cuando nos fuimos a Bolivia, le decían en el bar que tenía que ir a vernos, y luego ya estando en México, le daban más la paliza con que tenía que ir a visitarnos. Estando aquí unas Navidades, le dije que por qué no se venía con nosotros a la vuelta, me dijo que sí y cómo mi marido se tuvo que ir antes, me fui con las tres niñas y mi suegro después, él que no había volado nunca... Estuvo con nosotros desde enero hasta abril», añade Elena Molina, que volvió al pueblo con sus hijas cuando a su marido le salió un proyecto en Reinosa, zona en la frontera de México con Estados Unidos «muy peligrosa». «Cuando me llamaba, me decía que estuviese tranquila, que tenía una habitación interior, por si había una 'balacera'», hace hincapié la nuera de Ángel.

«Luego, mi marido ya se vino para Madrid, pero viaja mucho. El día 16 tenía que ir a Kenia, pero el viaje se suspendió, yo pensaba que el confinamiento era una felicidad, porque podíamos estar juntos, pero con lo de mi suegro...», recalca Elena, que, estando Ángel en el hospital, le hizo un pequeño álbum de fotos de México, «pero creo que ni llegó a abrirlo».

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