La provincia de Valladolid es una de las que más molinos de generación eléctrica de Castilla y León. A día de hoy la comarca que tiene mayor concentración de aerogeneradores es Torozos, especialmente el área del entorno de La Mudarra: Castromonte, Villalba de los Alcores, ... Torrelobatón, etc. Y no solo porque las empresas consideren que es una comarca especialmente batida por los vientos, sino por su proximidad, precisamente, a la subestación eléctrica de La Mudarra, lo que facilita la salida a la red de la energía generada por los molinos.
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Estos aerogeneradores están configurando un nuevo paisaje visual, pues a las torres y las aspas (paradas o en movimiento) se suma una iluminación nocturna que siembra el cielo de numerosas e intermitentes luces rojas. Los molinos de viento para la molienda del cereal –antecesores del actual paisaje de molinos de producción de energía-, la iconografía tradicional española los asocia a La Mancha y, sin embargo, han existido en prácticamente toda la geografía peninsular e insular (son innumerables los molinos harineros en Mallorca, por ejemplo).
También los hubo en Valladolid y, contra lo que pudiera parecer, su implantación no fue anecdótica. Y para ello baste decir que el diccionario de Madoz (1845) recoge la existencia de tres molinos harineros de viento en Villalón de Campos. De los testigos que quedan de aquellos molinos, podemos decir que su silueta, de adobe, tapial o piedra, erosionada por el paso del tiempo y el abandono, ha llevado a que con frecuencia se confundan con restos de alguna torre de observación o algo así. Pero no, fueron molinos con sus aspas.
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Prácticamente todos los molinos que aún mantienen siquiera una leve traza están en el norte y oeste de Valladolid: en Tierra de Campos y bordes de Torozos, principalmente, debido a que en aquellas tierras las corrientes de agua son escasas y hace imposible la construcción de los típicos molinos de aceña propios de los ríos caudalosos. Solían construirse en lo alto de cerros y tesos, donde era más fácil aprovechar las velocidades del viento. En general, estos molinos no son tan grandes y espectaculares como los de cubo o los de aceña –construidos en los cauces de los ríos-, pero son una exquisita muestra de la ingeniería y de la técnica constructiva.
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Un inventario que hizo el aparejador vallisoletano Carlos Carricajo Carbajo, publicado en 1989, recoge dieciocho molinos, algunos de ellos entonces ya muy deteriorados y hoy prácticamente desaparecidos. Este estudio de Carricajo, se publicó, ampliado, en un libro imprescindible para conocer Valladolid firmado por él y por Nicolás García Tapia, titulado «Molinos de la provincia de Valladolid», editado por la Cámara Oficial de Comercio e Industria en 1990.
No son muchos los que identificaron en su libro, por lo que podemos citar todos los municipios: Aguilar de Campos, Barcial de la Loma, Cabreros del Monte, Castromembibre, Castromonte, Cuenca de Campos, Medina de Rioseco, Moral de la Reina, Palazuelo de Vedija, Rueda, San Pedro Latarce,Santa Eufemia del Arroyo, Valdunquillo, Valladolid, Villabrágima, Villafrechós, Villagarcía de Campos, Villalón de Campos y Villardefrades. En algunos de estos municipios hubo dos o más molinos: cuatro tuvo Villardefrades en el Teso de los Molinos, por ejemplo.
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En Medina de Rioseco existe un pago conocido como «Molinos de viento», y de la existencia de molinos en esa ciudad da testimonio un grabado del siglo XIX elaborado por Ventura García Escobar (un abogado y escritor riosecano), en el que están dibujados dos molinos dominando la ladera próxima a la ciudad. Algunos ya están completamente irreconocibles –especialmente los construidos en barro-, pero otros, como Villafrechós o uno de los dos de Cabreros del Monte mantienen claramente su estructura, básicamente porque son de sillería o de cantería.
Otros han llegado hasta nuestros días transformados en palomares, aunque sus paredes, estructura y la presencia próxima de la piedra, advierten de que aquello fue, en su tiempo, un molino. Lo normal es que los molinos tuvieran dos piedras: una volandera, que es la que giraba, movida por las aspas, sobre otra fija que se suele conocer como solera.
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Tales son los casos de Barcial de la Loma y Villabrágima, que los delata su antigua condición de molino el que la muela estuviera abandonada junto al palomar. En Valdulquillo también el molino se transformó en palomar y otro de los cuatro que tuvo Villardefrades, del que un señor me informó que hasta no hacía mucho también tenía su piedra ahí tirada.
Una característica singular de muchos de estos molinos –cilíndricos o tronconónicos- es que disponían de dos puertas opuestas. Eso se debía a que si solo dispusieran de una puerta, esta sería impracticable cuando las aspas estuvieran girando, debido a que por su longitud, en muchos casos, rozaban el suelo.
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Otra variedad de molinos de viento que proliferaron en Valladolid son aquellos que no tenían la función de moler trigo, sino de extraer agua de un pozo para el riego de las tierras, una técnica que se extendió en el siglo XIX, como demuestra que la empresa Fundición del Canal –construida en la dársena de Valladolid del Canal de Castilla-, en 1865 comenzó a fabricar y montar molinos de viento para remediar los problemas de riego.
De los molinos de viento, en su mayoría están realmente muy perdidos, pero aún se puede llegar a rehabilitar o consolidar algunos de ellos. Por ejemplo, en el único molino que quedó, de los dos que tuvo Aguilar de Campos, su propietario, Valeriano Blanco, en 2003 le consolidó, de forma que es perfectamente reconocible su función molinera. Y muy recientemente, el Ayuntamiento de Castromembibre ha consolidado el viejo molino, evitando su pérdida total y convirtiéndolo en un mirador.
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