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En realidad se llamaba Arcadio. Arcadio Bou. Pero cuando Elena María Petra Muñoz dio el sí quiero –el 2 de agosto de 1923– pensaba que era con José Antonio Montoro con quien se casaba. Ese fue el nombre que le dio su novio. José ... Antonio. 'José Antonio, me llamo', le dijo. José Antonio, recogían sus papeles oficiales. Pero, en realidad, se llamaba Arcadio. Elena se casó con el hombre que no era. Y ocurrió en Valladolid. En la iglesia de San Andrés. El 2 de agosto de 1923.
La historia de una suplantación, con estafas de por medio, con un hombre casado sin saberlo y una mujer con un marido postizo, saltó a los periódicos años después, cuando se descubrió el pastel y el periodista Manuel Chaves Nogales publicó la historia, por entregas, en el verano de 1929, en las páginas del 'Heraldo de Madrid'. También El Norte se hizo eco. «Un exoficial de artillería que vivía como humilde trabajador en Santander se entera de que hace seis años está casado con una distinguida señorita de Valladolid», decía el larguísimo titular. Y luego, se intentaba desmenuzar una historia con tintes de folletín.
El primer protagonista es José Antonio Montoro Martínez, un exoficial de Artillería, alistado como voluntario en el Tercio Extranjero. Allí, en el norte de África, combatió en la campaña de 1921 y resultó seriamente herido. Después de días «entre la vida y la muerte», descubrió que alguien le había robado la documentación. No supo quién y tampoco se molestó en poner denuncia. Dejó atrás su pasado militar, emigró a Francia y, años después, regresó a España para trabajar como calderero en unos talleres de Astillero (en Cantabria). Allí, en su nuevo trabajo, un compañero le comentó que conocía a una mujer de Valladolid que se había casado con un hombre que tenía su mismo nombre (José Antonio Montoro), que también fue oficial de Artillería y que había nacido en su mismo pueblo: Meliana, en la provincia de Valencia. Alguien, en Valladolid, había usado la documentación que le robaron para hacerse pasar por él y tomar nupcias. Se había casado, sin saberlo, con una pucelana.
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La segunda protagonista es ella, Elena María Petra Muñoz, «señorita bastante agraciada y en muy buena posición económica». Conoció a un hombre que se hacía llamar José Antonio y que la cortejó hasta ganarse no solo su confianza, sino también su amor. Pero en realidad, ese hombre no era José Antonio, se llamaba Arcadio.
El tercero en discordia: Arcadio Bou, quien durante la guerra de Marruecos se hacía llamar Rodrigo Díaz de Vivar, como el Cid. Arcadio y José Antonio fueron compañeros de batalla. Y cuando José Antonio cayó herido, Arcadio vio una oportunidad para limpiar un pasado de trampas. Su anterior vida deshonesta quedaría sepultada con la nueva identidad. Le robó los papeles y a partir de entonces sería José Antonio Montoro. Con ese nombre se instaló en Valladolid. Con ese nombre se presentó a Elena. Con ese nombre se casó en San Andrés. La parroquia conserva el registro del enlace. El cura Juan Julián Fernández unió «en verdadero y legítimo matrimonio» a José Antonio Montoro, 26 años, hijo de Eduardo y Consuelo, y a Elena María Petra Muñoz Alonso, de 41, hija de Ildefonso y Gregoria. La madre de ella fue testigo, junto a Pablo Muñoz y Pedro Curto.
Hasta llegar a esa ceremonia, Bou pudo contactar con la joven vallisoletana porque Elena habría sido una de las 25 madrinas de guerra que tuvo mientras estuvo como soldado en Marruecos. Ellas enviaban ánimos a los militares por carta. Él, tal vez vio que aquella ya no tan joven pucelana de posibles podría resolverle la vida. Así, al abandonar su misión (el Tercio Extranjero había decretado la búsqueda y captura por deserción de un tal Rodrigo Díaz de Vivar) se instaló en Valladolid ya con nombre falso. Como José Antonio conquistó a Elena y obtuvo el beneplácito de la familia, que vio en el pretendiente un buen partido para la hija. «Al amparo del crédito que en Valladolid disfrutaba su nueva familia, el falso señor Montoro llegó a hacerse una reputación envidiable e incluso conseguir un nombramiento de agente ejecutivo de contribuciones», escribía en sus crónicas Chaves Nogales, recopiladas ahora por la editorial Libros del Asteroide.
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Pasados unos meses, el matrimonio de Arcardio y Elena se mudó a León capital (después de pequeñas paradas en Armuña y Matallana, localidades de las que tuvieron que salir huyendo, luego se supo, por las trampas del marido). Él pasaba largas temporadas fuera de casa, sin dar explicaciones. Y ella empezó a sospechar que su marido no tenía un expediente tan limpio como parecía. Esas dudas se volvieron certezas cuando un día se puso en contacto con ella el verdadero José Antonio, después de que ese compañero de la fábrica de Astillero le contara que conocía a una vallisoletana casada con alguien con ese mismo nombre y apellido, aunque en otros periódicos de la época se cuenta que Montoro se enteró porque él mismo se iba a casar y, al preparar la documentación, descubrió que ya había contraído matrimonio, sin saberlo, en Valladolid.
El verdadero José Antonio –quien negaba además haber resultado herido en combate– puso el caso en manos de un abogado, Julio Sáenz de Buruaga, quien le certificó que, al haberse usado su documentación, en los registros oficiales era él, el José Antonio real, quien se había casado. Y no el impostor. Cuenta Chaves Nogales en sus crónicas que los tres vivieron durante una temporada juntos en León (en la calle Tarifa), mientras se solucionaba el problema de la documentación. No fue fácil, ya que la Iglesia no reconocía la nulidad ya que, en realidad, la boda se había celebrado.
Y eso que no era la primera. El Norte del 9 de agosto de 1929 recogía que métodos similares usó Arcadio para casarse en otras ocasiones (como con una tal Eloísa N. Luengo, natural de Alcañiz, a quien abandonó sin dejar pistas) y que fueron habituales los sablazos durante esos años en los que fue practicante de Medicina (con un título también falso), escribiente del juzgado municipal (fue expulsado después de que desapareciera una pistola) y más tarde viajante de comercio, cuando recurría a la falsa documentación para cometer todo tipo de robos y estafas (desde dinero a motocicletas).
El periódico 'El liberal', de León, publicaba por aquellas fechas que el falso Montoro era muy conocido en la capital leonesa por sus «múltiples calaveradas». La prensa se enganchó a la historia y 'La voz de Aragón' descubrió que sí, que Arcadio Bou (natural de Barcelona, con padre de Alberique, Valencia, y madre de Valdeconejos) se había casado más veces. Porque, decían los papeles, para él las mujeres eran un «motivo más de engaño». Daba igual un timo con dinero que con boda. «Lo esencial es triunfar en la aventura y continuar su vida de andanzas, en la que no caben propósitos de enmienda, ni ideales nobles».
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La trama, ya enrevesada, podía liarse todavía más, ya que informaba la prensa leonesa de que el verdadero Montoro, una vez conocida la suplantación de su identidad, intentó «vivir a costa del matrimonio», ya que su pretensón «no era otra que la de lograr una fuerte suma para marchar al extranjero a cambio de guardar absoluta reserva de lo ocurrido». De hecho, cuando se les veía juntos por la ciudad, decían que eran hermanos. El caso es que, una vez publicada la historia, el «Motoro 'ful'», o sea, Arcadio, «cambió toda su plata por billetes de banco» y se escapó de León en una moto robada. La mujer, Elena, tal vez harta de la pareja de exmilitares, regresó a Valladolid a vivir con su hermano y olvidar la folletinesca historia en la que se vio atrapada hace casi un siglo.
* Puedes seguir más historias de Valladolid en nuestra sección de El Cronista
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