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La Casa Mantilla a principios del siglo XX. ARCHIVO MUNICIPAL
La imponente casa de don Fidel

La imponente casa de don Fidel

Levantada a finales de 1892 en terrenos que ocupaba antes el Hospital de la Resurrección, la Casa Mantilla fue la primera en tener ascensor y un sistema de electricidad propio

Martes, 3 de noviembre 2020

No hizo falta esperar hasta su inauguración, en febrero de 1895, para que los vallisoletanos se derritieran en elogios hacia aquel imponente edificio levantado en la Acera de Recoletos por el poderoso industrial y comerciante Fidel Fernández Recio-Mantilla. Y es que era, en efecto, el prototipo de ese nuevo gusto burgués por el lujo, la suntuosidad y, claro está, por la apariencia. Porque la «Casa Mantilla», uno de los más destacados reclamos de Valladolid en el terreno de la arquitectura civil, no puede entenderse sin las profundas transformaciones que experimentó la ciudad en la segunda mitad del siglo XIX.

A partir de ese momento, la Acera de Recoletos emergió como referencia urbanística de la pujante burguesía. Y ello, como ha demostrado María Antonia Fernández del Hoyo, merced a una conjunción de actuaciones como la liberación de buena parte de sus solares por el proceso desamortizador, un crecimiento económico y demográfico tan intenso que llevó aparejado la demanda burguesa de nuevas edificaciones acordes con su posición social, el encauzamiento y soterramiento del ramal meridional del Esgueva, las buenas comunicaciones y condiciones de salubridad de la zona y, sin duda alguna, el empuje que supuso la aparición del ferrocarril.

Uno de los exponentes más famosos de la pujante burguesía vallisoletana era el cántabro Fidel Fernández Recio-Mantilla, al que publicaciones de la época calificaban como «hombre emprendedor, de holgado capital y de excelentes condiciones como caballero, como industrial y como comerciante», destacando, a este respecto, su fábrica harinera de Valdestillas. Fue don Fidel quien pujó por los terrenos que entonces ocupaba el vetusto Hospital de la Resurrección, que hacía esquina entre la calle de Miguel Íscar y la Acera de Recoletos, los cuales habían salido a subasta después de que en 1881 el Ayuntamiento lo declarase inútil para servicio público. El industrial los adquirió por 266.105 pesetas.

Ocho años después registraba la pertinente licencia para derribar el edificio, que le fue concedida en enero de 1891. El proyecto corrió a cargo del prestigioso arquitecto vitoriano Julio Saracíbar. En él integraba cinco casas en una unidad, levantadas en una misma manzana, que limitaba por las calles de Miguel Íscar, Acera de Recoletos, Marina Escobar y otra particular y perpendicular a Recoletos (actual calle Mantilla). Las obras fueron dirigidas por el vallisoletano Victoriano González, actuando como contratistas Romualdo Martín y Juan Camel.

El resultado fue espectacular. Como ha escrito María Antonia Virgili, se trata de una muestra señera de arquitectura ecléctica española que combina una suerte de «revival» renacentista con la influencia francesa tan propia del momento, destacando incluso por el innovador uso de los materiales: hierro en la armadura, labor de forja en muchos detalles decorativos y en balcones, y revestimiento de piedra artificial para el ladrillo de algunos paños de la fachada. Que el propietario no ahorró en materiales lo demuestra el hecho de que los mármoles de escaleras y pavimentos fueran traídos de Barcelona, las chimeneas de la localidad francesa de Bangères de Bigorre, y las columnas de hierro de las plantas bajas de Bilbao. Claro que tampoco faltó la participación de la industria vallisoletana, concretamente de las casas Gabilondo y Claudio Cilleruelo.

La suntuosidad del interior se combina con una fachada repleta de elementos ornamentales de tipo neoclásico, que en su día generaron gran admiración: atlantes, bustos femeninos, elementos vegetales y medallones de personajes relacionados con la historia de Valladolid, como el conde Ansúrez, Felipe II, el moro Ulit, Marina de Escobar o San Pedro Regalado, a lo que había que sumar los remates de frontones y las estatuas representativas de la Industria, el Comercio, las Ciencias y las Artes. El interior, repleto de comodidades y ornato (grandes ventanales, baños, lavabos, lámparas...), se adecuaba a los gustos y costumbres de sus moradores. Las dos esquinas de mayor visibilidad cuentan con torreones circulares rematados con cúpulas bulbosas.

Primer ascensor

Casimiro González García-Valladolid destacaba la habitación del piso principal, ocupada por don Fidel y «decorada con una riqueza, lujo y gusto verdaderamente regios», destacando la rotonda o gabinete circular «con sorprendente decoración árabe», y el salón de recibir, «tapizado de raso con bellísimas y delicadas figuras representando pájaros rarísimos, flores y diferentes caprichos en cuyo interior se hallan pintados paisajes y marinas». Incluía asimismo un espectacular «gabinete pompeyano y un comedor con una preciosa chimenea monumental».

El edificio de la Casa Mantilla fue el primero que introdujo ascensor, movido por sistema hidráulico, iluminación exterior en las fachadas, cocheras individuales para cada vecino, calefacción de agua caliente, y un sistema propio de generación de electricidad gracias a una máquina de vapor inglesa de 30 caballos, situada en el subsuelo del patio trasero. Disponía también de alcantarillado propio, que enlazaba con el de la red urbana. En los bajos existió un club deportivo y social de renombre, The Arm & Cycle Sport Club, inaugurado en 1894, que ofrecía gimnasio con sala de esgrima, almacén, un pequeño restaurante y sala de patinaje. Allí acudía el grueso de la clase media-alta de Valladolid para ejercitarse e intercambiar noticias y opiniones en salones espléndidamente decorados con frescos de inspiración francesa. Finalizada a finales de 1892, la suntuosa casa de don Fidel se inauguró el 23 de febrero de 1895 con un pomposo baile en su salón.

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