El cronista | Estampas de ayer y de hoy
El rastro de la historia de la calle Miguel ÍscarSecciones
Servicios
Destacamos
El cronista | Estampas de ayer y de hoy
El rastro de la historia de la calle Miguel ÍscarDebemos retrotraernos hasta los comienzos de la época Moderna para tener una perspectiva aproximada del primer poblamiento de la zona que actualmente se conoce como la calle Miguel Íscar, así como de su entorno inmediato. Una visión que difiere completamente de la que se observa en la actualidad y que nos permitirá analizar uno de los más destacados ejemplos de la transformación del paisaje urbano en Valladolid.
Este terreno, hasta el siglo XIX, formó parte del cauce y la vega del ramal meridional o exterior del río Esgueva, que durante muchos siglos fue el límite meridional de la población. Este brazo se separaba del septentrional a la altura del conocido como puente de la Reina, un regulador que existía en el límite entre los términos municipales de Valladolid y Renedo.
El actual cauce del Esgueva sigue la trayectoria de ese brazo meridional, discurriendo junto al barrio de Pajarillos y llegando al puente de los Tres Ojos, que permite el paso de la línea ferroviaria por encima del cauce. Desde ese lugar, el antiguo ramal se adentraba por la ciudad, en un recorrido de unos 2.420 metros, discurriendo por espacios que, con el paso del tiempo, se convertirían en la plaza de los Vadillos, las calles Doctor Moreno y Pérez Galdós, la plaza de la Circular, la calle Nicolás Salmerón, la plaza del Caño Argales, la calle Dos de Mayo, la plaza de Madrid y las calles Miguel Íscar y Doctrinos, desembocando en el río Pisuerga a través del puente del Espolón Viejo, que se situaba en las inmediaciones del actual puente de Isabel La Católica.
Todas estas vías y espacios públicos, suficientemente conocidos y transitados por la ciudadanía, tienen su origen en el cubrimiento y ocultación del antiguo cauce, que en su desarrollo no contó con compuertas de control, aunque sí con varias presas y saltos que permitían dar fuerza motriz a algunas empresas harineras o cerámicas. Tenía un mayor escarpe, y por tanto más profundidad, que el ramal norte, lo que proporcionaba una capacidad superior y, consecuentemente, una corriente intensa.
Para vadear su curso y hacer permeable el tránsito de los vallisoletanos hacia el este y el sur de la ciudad, se fueron construyendo diferentes vados y puentes a lo largo de su trayectoria, especialmente desde la época Moderna, destacando los de los Vadillos, el de las puertas de Tudela (entre la calle Tudela y la plaza de la Circular), el de la Niña Guapa en la calle Labradores, el de Argales o Zurradores en la calle Panaderos, el del Rastro viejo en la actual plaza Madrid, el del Rastro nuevo en la calle Miguel Íscar, el de la puerta del Campo en la calle Santiago y el del Espolón en el actual paseo de Isabel la Católica.
El puente del Rastro, también conocido como del Matadero por su proximidad a esa instalación, se levantó a principios del siglo XVI, primero en madera, pero desde el siglo XVIII se sustituye por cantería de piedra caliza. Por su parte, el puente Nuevo del Rastro es reconocible en alguna fotografía del siglo XIX, puesto que se encontraba frente a las casas del Rastro, que con el paso del tiempo se convertirían en la Casa Museo de Cervantes, estando el vado muy cercano a la estatua de Cervantes, que se inauguró en 1877. La escultura, obra de Nicolás Fernández de la Oliva, estuvo en este lugar en dos emplazamientos diferentes, hasta que en 1889 se trasladara definitivamente a la plaza de la Universidad.
Más al oeste se ubicaba el puente de la Puerta del Campo, también llamado de la Mancebía por la cercana presencia de las casas donde se practicaba la prostitución, en el extremo meridional de la calle Santiago y junto a una de las puertas de la segunda muralla. Contaba con una estructura de sillería caliza, poseyendo un único ojo y una altura elevada, puesto que el cauce era bastante profundo. Su estructura se ha conservado en el subsuelo y fue objeto de una rehabilitación durante las obras de construcción de uno de los colectores generales de la ciudad en los años 80 del siglo XX.
El paso sobre cauce del Esgueva es hoy accesible a través de una escalera existente en la vía pública, en cuyo pavimento ha quedado reflejada su existencia. La intervención en el solar de la esquina entre las calles Santiago y Claudio Moyano, a principios de la segunda década del siglo XX, permitió completar su documentación y comprobar el aceptable estado de su frente oriental.
Este puente se encontraba inmediato a la puerta homónima de la segunda muralla de la ciudad, constituyendo la salida natural hacia el Sur. Algunos investigadores fechan su erección en el año 1341, siendo en principio una puerta fortificada, con torres y almenas. A mediados del siglo XV se efectuaron obras de remodelación, lo que propició que la puerta perdiera su aspecto defensivo, a la par que se va derribando la cerca a la que estaba unida. En tomo a 1626 se sustituye por un arco, cuyas trazas se atribuyen a Francisco de Praves. Perduró en su ubicación hasta mediados del siglo XIX, cuando tras una controversia favorecida por varios medios de comunicación el Consistorio aprobó su demolición el 24 de noviembre de 1862, si bien el derribo definitivo se produjo en 1864.
Volviendo unos centenares de metros aguas arriba del río, al norte del cauce se encontraba el Campillo de San Andrés (actual plaza de España), un espacio libre de edificaciones situado al mediodía de la segunda muralla, donde había una fuente conocida como los caños del Rastro, así como el inicio de la calle Olleros (actual Duque de la Victoria). En ese lugar se construyó, entre 1600 y 1602, el Matadero público, en el espacio que hoy en día está ocupado por la sede del Banco de España.
Esta construcción estaba en el paraje conocido como el Rastro, que en palabras de Juan Agapito y Revilla hacía referencia al lugar donde se vendía la carne para su consumo al por mayor. Enfrente mismo se encontraba el puente viejo del Rastro, que permitía el paso hacia la margen izquierda, y la comunicación con unos corrales para el ganado, la ataraza, que sería el germen de la calle del Rastro, a principios del siglo XVI (no sería hasta el mes de abril de 1863 cuando el Ayuntamiento la designaría oficialmente con ese nombre), donde vivían los cortadores y carniceros del matadero. Junto a la calle del Rastro se desarrolló una pequeña barriada de pobres construcciones que llegaba hasta las calles del Perú y del Candil (actual Marina Escobar).
En la calle del Rastro, o más bien acera, porque solo contaba con viviendas en uno de sus costados, se instaló en 1604 Miguel de Cervantes y su familia, puesto que Valladolid era en esos momentos la sede de la Corte Real. El escritor vivió allí hasta 1605, siendo un periodo fructífero en su gestación literaria, pues se publicó la primera parte de El Quijote y trabajó en otras celebres novelas como El coloquio de los perros o El Licenciado Vidriera. Incluso, el escritor estuvo preso unos días de ese 1605, al verse involucrado en la muerte del caballero Gaspar de Ezpeleta, aunque fue exonerado al poco tiempo. La casa que habitó se encontraba encima de una taberna y formaba parte de un grupo de construcciones que poco tiempo antes mandara levantar Juan de las Navas, apoderado del Ayuntamiento. Estas edificaciones se han conservado con el tiempo, con numerosas y diferentes reformas, convirtiéndose en época Contemporánea en el Museo Casa de Cervantes.
No se puede completar este bosquejo del urbanismo de época Moderna de esta barriada situada al mediodía del río sin la mención al Hospital de la Resurrección, también designado como Hospital Provincial, una institución que estuvo ubicaba entre la calle del Candil y la acera de Recoletos. Se construyó sobre la mancebía, un burdel que se trasladó a este lugar a mediados del siglo XV, y que estaba regida por la cofradía de la Consolación y de la Concepción. En 1552 se decidió reconvertir el edificio a un uso hospitalario, más acorde con un entorno urbanístico que estaba en pleno crecimiento tras salvarse el límite de la segunda muralla, siendo ampliado en los años siguientes al convertirse en el centro sanitario de referencia para el cuidado de pobres y enfermos durante tres siglos.
El hospital funcionó hasta finales del siglo XIX, cuando se derriba, construyéndose en el solar diferentes edificios de viviendas de la burguesía vallisoletana, entre las que destaca la conocida como Casa de Mantilla, promovida por el comerciante Fidel Recio Mantilla y proyectada por el arquitecto Julio Saracíbar en 1891. Parte de la fachada del hospital, y especialmente la imagen del Cristo crucificado que presidía su entrada, se trasladó a los cercanos jardines de la Casa de Cervantes.
Este panorama urbanístico se mantuvo, a grandes rasgos, hasta la segunda mitad del siglo XIX, cuando se produjo un cambio trascendental, relacionado con la decisión del Ayuntamiento de acabar con el grave problema de salubridad pública que provocaban los cauces al aire del río Esgueva a su paso por la ciudad. Primeramente, se planteó su cubrimiento y su conversión en cloacas subterráneas, para años más tarde, gracias al proyecto general de saneamiento redactado por el ingeniero Recaredo Uhagón en 1890, efectuarse el desvío definitivo a un curso exterior y la colmatación completa de los antiguos cursos.
Noticias relacionadas
Jesús Misiego
Jesús Misiego
Jesús Misiego
La obra supuso una elevada inversión económica, que sufragó el Consistorio a través de diferentes vías, como fueron la venta de terrenos, la emisión de deuda o la aportación de fondos propios o privados. El ramal Norte se ejecutó con relativa rapidez mientras que el brazo meridional tuvo una mayor ralentización, debido a que las obras se realizaron en unos años de crisis económica, principalmente en el tramo comprendido entre el Rastro y el puente del Espolón o del Cubo, donde era imperativo acabar con los desperdicios del hospital y del matadero que se tiraban al río.
El proyecto del encauzamiento en el Rastro y la creación de una nueva calle entre el Campillo de San Andrés y la calle Santiago fue redactado por el arquitecto municipal Martín Saracíbar en 1862, proponiendo la canalización del río con un trazado más regular que el curso natural y su cubrimiento con una gran galería. Se encauza con paramentos sólidos de mampostería caliza y cubrimiento de sillería caliza (a pesar de que en alguna de las secciones aparece dibujada en ladrillo), aprovechándose los materiales de los dos puentes que facilitaban el paso hasta el Rastro.
La recepción de las obras se produce en 1877, aunque algunas actuaciones concretas llegan hasta 1879. A su vez, entre 1873 y 1880 se realizan obras similares en el Campillo de San Andrés y en la denominada plazuela del Rastro, surgida tras la desaparición del matadero. Ya en el siglo siguiente, entre 1914 y 1917, se realizaría el relleno y macizado de la galería subterránea, con proyecto de José Suarez Leal, previa disposición en su base de una tubería general de evacuación y un drenaje de grava sobre el lecho del río.
Las galerías aún se encuentran en el subsuelo de la ciudad, tal y como han podido reconocerse en la plaza de Madrid y en la calle Miguel Íscar, habiendo sido visibles, en este último caso, durante la última obra de urbanización del vial, ejecutada entre 2005 y 2006, realizada fundamentalmente por la falta de compacidad de los rellenos dispuestos por encima del antiguo cauce fluvial que produjeron continuos blandones y desniveles del terreno.
El vial que surgió, siguiendo la alineación marcada por la galería y con la rasante dispuesta por encima de la bóveda, tendría finalmente una anchura de 20 metros, y se designó inicialmente como Nuevo Bulevar del Rastro. Era amplia y moderna, siendo definida por Agapito y Revilla como «una calle que se supuso al principio habría de ser de gran porvenir», augurando su importancia como eje de comunicación del mediodía de la ciudad histórica.
Tras la repentina muerte del alcalde Miguel Íscar Juárez, acaecida en Madrid el 8 de noviembre de 1880, se otorgó su nombre a la vía, homenajeando de este modo a este ilustre personaje que promovió y favoreció el impulso modernista de la ciudad. En la calle se construyeron una serie de destacados edificios de la burguesía local, que fueron encargados a arquitectos de cierto renombre, como Antonio Ortiz de Urbina o Modesto Coloma. Por su parte, la urbanización del antiguo Rastro permitió la posterior apertura de dos importantes vías que arrancaban de la plaza de Madrid, como son las calles Gamazo y Muro, decisivas en la transformación y organización de este entorno urbano.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.