Estampas de ayer y de hoy
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El convento que acogió el primer parque arqueológico de ValladolidAl norte del convento de San Benito y dentro de lo que fue el primer recinto de la ciudad, perimetrado por la Cerca Vieja, se encuentra la manzana comprendida entre las actuales calles Encarnación, Santo Domingo de Guzmán, San Agustín y el paseo de Isabel la Católica, lugar donde se emplazó en la Edad Media el barrio de Reoyo. Estaba formado por un sencillo conjunto de construcciones, con casas que contaban con huertas y corrales, enfrentadas al río Pisuerga. Esta barriada surgió por instancia directa del rey Alfonso VIII, quién actuó a través de la familia Armengol, especialmente de Armengol VII de Urgel, que fue señor de Valladolid hacia 1160. Este poblamiento se planificó mediante varias calles longitudinales y paralelas, que se situaban colindantes al Alcázar Real.
En ese lugar se construyó, durante la Baja Edad Media, un inmueble de cierta entidad, aunque de estructura desconocida, que es referido en la documentación histórica como el palacio de Enrique III y Catalina de Lancaster, aunque algún historiador duda de ese carácter real y apunta a que fuera propiedad de Juan Núñez, servidor del rey. De una u otra forma, este inmueble acabó en manos de la reina Catalina, la cual lo cedió al condestable Ruy López Dávalos. Este fue uno de los personajes principales del reino a finales del siglo XIV, quien cedió el edificio a los frailes agustinos en abril de 1407, al comienzo del reinado de Juan II.
Desde ese momento, los monjes de la orden de los Agustinos Calzados adaptaron las construcciones existentes para disponer su primer convento, de forma muy similar a como había ocurrido con los benedictinos en el emplazamiento del antiguo Alcázar. Con el paso del tiempo, la congregación fue adquiriendo terrenos en las inmediaciones, principalmente casas y corrales, hasta que lograron los fondos necesarios para construir una iglesia y un nuevo convento, fundamentalmente por una doble vía: por un lado, con unos préstamos facilitados a través de una bula papal en 1550; y, por otro, con el patronazgo de la familia Tassis a partir de 1595. En el año 1605, Juan de Tassis y Acuña, conde de Villamediana, se hizo cargo de ese patronazgo.
La construcción de la iglesia de San Agustín se llevó a cabo entre la segunda mitad del siglo XVI y 1627, según trazas de Rodrigo Gil de Hontañón para la cabecera y de Alonso de Tolosa y Diego de Praves para la nave y las capillas laterales. El edificio se comenzó en un estilo tardogótico, que pronto se transformó en clasicista, con una planta de cruz latina, alargada, y cinco capillas entre contrafuertes en cada lateral, alguna de ellas con cripta funeraria. La fachada se levantó unos años más tarde, en 1664, y en ella se encuentran los escudos de armas de los condes de Villamediana.
A los lados del ábside de la capilla mayor se encontraban las dos capillas principales, conocidas por los personajes que propiciaron su construcción y ostentaron su patronazgo. Así, en el lado del Evangelio estaba la capilla de Santiago o del Sacramento, también conocida como la del doctor Jerónimo de Espinosa o de la familia Rivadeneira; mientras que en el costado contrario, en el lado de la Epístola, estaba la capilla de la Anunciación, que fue erigida por Fabio Nelli de Espinosa, en ambos casos eran ilustres miembros de la nobleza local en el siglo XVI.
En el siglo XVII, tras la unión de sus descendientes, las capillas pasaron a una única propiedad, que conjuntó los mayorazgos de Espinosa y Nelli. En su subsuelo contaban con sendas criptas que se emplearon tanto como lugares de pudridero como de enterramiento. La segunda capilla sirvió en ciertos momentos como templo del colegio de San Gabriel. El subsuelo del resto de la iglesia, como era habitual, también fue empleado como lugar de sepulcro de frailes y personas de la nobleza vallisoletana hasta el siglo XIX.
La zona conventual se construyó adosada al lado del Evangelio del templo principal, contando con un claustro de no excesivas proporciones, que tenía dos pisos con arcos de medio punto, separados por gruesos contrafuertes medianas, a partir del cual se accedía a las distintas celdas y dependencias de las monjes.
En el lado opuesto de la iglesia se construyó el colegio de San Gabriel, separado por un estrecho callejón, tras la adquisición de nuevas propiedades por los agustinos, aspecto que refleja la pujanza que tuvo la orden en el siglo XVI. Las trazas del edificio se atribuyen al arquitecto Juan de Nates, finalizándose su construcción hacia 1649, aunque la fundación del colegio se produce casi un siglo antes. Constaba de una construcción de planta cuadrangular, con patio central desde el que se accedían a las aulas y tenía una fachada monumental, de dos cuerpos, encontrándose en el inferior el arco de entrada, flanqueado por columnas corintias y rematado con un frontón triangular.
El convento de San Agustín tuvo una existencia más o menos pujante hasta finales del siglo XVIII, aunque con el paso del tiempo fue descendiendo progresivamente el número de frailes que albergaba. El edificio fue saqueado por las tropas francesas a comienzos del siglo XIX, empleándose primero como albergue y pasando posteriormente a ser cuartel y almacén. Entre 1814 y 1835 se asiste a un periodo de salida y entrada continuada de un reducido número de monjes agustinos, en función de las decisiones de los poderes públicos, si bien finalmente con la desamortización llegó el final de la vida eclesiástica, tanto del cenobio como del inmediato colegio.
En ese momento, la construcción sufría un grave deterioro, lo que fue aprovechado para culminar el derribo de una gran parte de sus dependencias, como ocurrió con la capilla de Fabio Nelli. La fachada del colegio de San Gabriel fue desmontada y trasladada en 1843 al recién construido cementerio municipal del Carmen, donde permanece, empleándose como entrada principal.
Gracias a algún documento gráfico de la segunda mitad del siglo XIX, como es el caso de un grabado realizado en 1861 por Francisco Javier de Parcerisa, hay constancia de que el convento sufría un alto grado de abandono, con la mayor parte de los vanos y arquerías tapiadas debido al uso como corral cuartelario, habiendo desaparecido unos años antes los laterales Sur y Oeste del claustro.
Los restos conservados fueron cedidos a la Hacienda militar, que los convirtió en cuartel y fuerte. En 1864, el convento sirvió como panadería, mientras que el templo fue utilizado como granero de paja para los caballos de la guarnición. Se redactó, incluso, un informe por la Academia de Bellas Artes de San Fernando que contemplaba la posibilidad del derribo completo de los restos que se conservaban entonces.
Por amenaza de colapso y ruina, la Comisión de Monumentos informaba favorablemente en 1925 de los trabajos de demolición del claustro alto del convento. Las arquerías se trasladaron al Museo Arqueológico, pasando posteriormente al Campo Grande y años más tarde a los jardines del Museo Nacional de Escultura.
Desde principios del siglo XX, la iglesia se encontraba en un completo estado ruinoso, no contando con techumbre ni con elementos interiores, conservándose hasta los años 60 del siglo XX algunos arcos del lienzo del claustro adosado al templo. En ese momento, los arcos que faltaban por desmontar se trasladaron junto a los anteriores. En un nuevo viaje, en este caso en 2003, la arquería retornó a San Agustín durante las obras de rehabilitación de la iglesia, colocándose como elemento ornamental adosado al lado del Evangelio, rememorando el claustro alto del antiguo monasterio.
En 1942 el Ejército concretó la permuta de las ruinas de San Agustín al Ayuntamiento de Valladolid, si bien esta cesión no fue efectiva hasta 1966. Este espacio no tuvo una utilidad concreta durante muchos años, empleándose como área de aparcamiento, como lugar de instalación de feriantes, como escenario de acontecimientos culturales e, incluso, de vertedero. La imagen de la arruinada iglesia y del solar colindante acompañó a la ciudad durante varias décadas.
Entre 1999 y 2004 se llevó a cabo la rehabilitación de los restos conservados, con un proyecto de los arquitectos Gabriel Gallegos y Primitivo González, respetando los valores del antiguo cenobio, pero dando una nueva funcionalidad al espacio de la iglesia, que se convertiría en sede del Archivo Histórico Municipal de Valladolid.
En relación directa con esas obras de rehabilitación se llevaron a cabo unas amplias excavaciones arqueológicas entre los años 2000 y 2002, tanto en el interior del templo como en la zona que otrora ocupara el resto del convento. En el terreno circundante, donde se ubicaba la zona claustral, se creó el primer parque arqueológico de la ciudad, que alberga tanto los restos exhumados en las intervenciones como la reinstalación de las dos arquerías del claustro alto. Allí se conservan diferentes vestigios del antiguo barrio medieval de Reoyo, como silos o los cimientos de alguna de sus viviendas; los restos del espacio monacal, entre los que cabe señalar las improntas del claustro, los muros de las estancias, algunos pavimentos de cantos rodados, la base de una noria y diferentes enterramientos de los monjes.
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Destaca la estructura de la capilla del Sacramento o de los Rivadeneira, que cuenta en su subsuelo con una cripta funeraria con paredes de piedra caliza y bóveda de ladrillo. Se completa el conjunto, a la vez que lo perimetra en dos de sus costados, con un baluarte defensivo, que cuenta con una muralla ataludada, que se fecha en 1836 y que fue levantada con ocasión de la defensa frente a la ofensiva carlista en la segunda mitad del siglo XIX, recordando el empleo que tuvo este espacio como cuartel.
Las evidencias conservadas en este recinto arqueológico permiten tener una certera visión de la secuencia cronológica y evolutiva de la finca que ocupó el convento de San Agustín, y junto con la rehabilitación de la iglesia, convertida en un moderno archivo, han posibilitado la recuperación y puesta en valor de este céntrico entorno de la ciudad de Valladolid.
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