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En el costado meridional de la plaza del Mercado -actual Plaza Mayor- se ubicaría uno de los numerosos conventos que tuvo la ciudad, aunque por su singularidad acabaría convirtiéndose en un lugar de referencia para los vallisoletanos: el convento de San Francisco.
Los frailes tuvieron una primera ubicación en el Río de Olmos, lugar que se situaba entre el paseo Zorrilla y el puente de la División Azul, trasladándose a la plaza del Mercado en la segunda mitad del siglo XIII, gracias a una generosa donación de casas y terrenos por parte de doña Violante de Aragón, esposa del rey de Castilla Alfonso X. El convento se fue construyendo en ese siglo XIII, comenzándose la iglesia en 1265.
En el XIV, la reina María de Molina hizo una nueva donación a los franciscanos, concretamente un conjunto de edificaciones que se encontraban en la calle Olleros (actual Duque de la Victoria), colindantes con el cenobio. Las sucesivas ampliaciones de los siglos siguientes propiciaron que el convento y sus dependencias anexas llegaran a su máxima extensión, próxima a las tres hectáreas, teniendo como límites la acera norte de la plaza, que sería conocida como acera de San Francisco, y las calles de Santiago, del Verdugo (actual Montero Calvo) y Duque de la Victoria.
El convento estaba delimitado por una cerca y contaba con dos entradas: una de servicios, la denominada de carretas, situada frente a la iglesia de Santiago, y la principal, a la que se accedía desde la Plaza Mayor. Este acceso es conocido gracias a una ilustración de la plaza realizada hacia el año 1561 y atribuida a Felipe Gil de Mena, así como por el dibujo realizado en el siglo XVIII por Ventura Pérez. Fue reproducida contemporáneamente y puede contemplarse en el callejón de San Francisco, localizado al mediodía de la plaza y con acceso desde Cebadería, donde se ha representado la visión que se tendría del cenobio antes de su desaparición.
La imagen del interior del convento, conocida a través de diferentes documentos históricos que han llegado a la actualidad, entre los que destaca la descripción realizada por el fraile Matías Sobremonte en 1660, era la de un conjunto complejo y poco ordenado de construcciones, casi laberíntico, que se habría ido levantado durante los siglos que estuvo en pie, adosándose unos edificios a otros y aprovechando los espacios vacíos existentes.
Destacaba la iglesia, un templo con planta rectangular y cabecera absidiada, orientado de naciente a poniente, con una gran nave central y diferentes capillas en los laterales, el cual se encontraría en la actual manzana comprendida entre la acera de San Francisco y la calle Constitución. Además, había varios claustros, entre ellos el principal que se adosaba al templo, diferentes salas y dependencias, una hospedería, corrales, jardines y una amplia huerta. Igualmente, en el perímetro del convento y con acceso independiente desde las calles colindantes, se encontraban viviendas particulares vendidas o cedidas por los frailes, un hospital fundado por Juan Hurtado de Mendoza y unas estancias que ocupó el Concejo entre finales del siglo XV y principios del XVI, situadas junto a la puerta principal.
A la fábrica gótica original del convento se añadieron hasta 33 capillas, un claustro y diferentes estancias a lo largo de los siglos, llevándose a cabo importantes reformas en los siglos XVI y XVII, especialmente en el patio principal y en las pandas laterales que le rodeaban. En el templo y en las diferentes capillas anexas se llegaron a custodiar importantes obras de arte, muchas de ellas desaparecidas tras la exclaustración, como fue el caso de la Inmaculada Concepción de Gregorio Fernández, y otras actualmente depositadas en el Museo Nacional de Escultura, tras su paso previo por el antiguo Museo de Bellas Artes, como es el caso del conjunto escultórico del Santo Entierro, obra de Juan de Juni, que estuvo situado en la capilla mayor, o la sillería decorada del coro, que realizara Pedro de Sierra entre 1735 y 1745.
La trascendencia del cenobio fue destacada en sus siete siglos de existencia, llegando a ser cabecera de provincia y a estar vinculado con dos de las cofradías penitenciales de la ciudad, como la Vera Cruz, que nació allí, y la Pasión, que se encargaba de recoger los restos mortales de los ajusticiados y descuartizados, para trasladarlos a la capilla de Santa Juana, que sirvió de osario. Tuvo una gran influencia social y espiritual en la ciudad, celebrándose en el mismo diferentes consagraciones, reuniones del capítulo general de la orden franciscana y festejos, los cuales se llevaban a cabo en la inmediata Plaza Mayor.
Por otro lado, la devoción hacia los franciscanos por parte de los vallisoletanos hizo que el convento fuera utilizado como lugar de enterramiento, tanto por la nobleza y las clases sociales más pudientes, que ejercían el patronazgo de las diferentes capillas, como de las clases más bajas, empleándose para ello, de manera intensa, el subsuelo de la iglesia, del claustro principal y de las capillas que lo perimetraban.
Los mismos frailes se enterraron en el cenobio, empleando en los primeros siglos las galerías del claustro y la primera sala capitular, para luego pasar a enterrarse en la capilla mayor de la iglesia. Entre los dignatarios más ilustres que fueron inhumados en San Francisco cabe mencionar a los infantes Pedro y Enrique, el primero hijo y el segundo hermano del rey Alfonso X, a Álvaro de Luna, al almirante Cristóbal Colón, a María de Mendoza (condesa de Rivadavia), a Juan Hurtado de Mendoza y el caso singular del príncipe irlandés Red Hugh O'Donnell.
El regidor de la villa Rodrigo de Verdesoto anotó en su diario que Cristóbal de Colón fue enterrado en la capilla de Luis de la Cerda el 20 de mayo de 1506, muy posiblemente en una cripta o un lugar diferenciado donde se produciría la descomposición de la carne, por cuanto el cuerpo fue tratado con un proceso de descarnación, que teóricamente permitía una mejor conservación del cadáver.
Sus restos fueron trasladados tres años más tarde a Sevilla por orden de su hijo Diego. Por su parte, en el mes de septiembre de 1602, tras su muerte en Simancas y previa solicitud de autorización en su último testamento al rey Felipe III, al que había ido a visitar para solicitar apoyo económico en su lucha contra los ingleses, fue enterrado Red Hugh O'Donnell. El cortejo fúnebre recorrió varias calles de la ciudad y tras llegar a San Francisco fue inhumado en la antigua sala capitular, que era una de las capillas situadas en el lateral oriental del claustro principal, y que curiosamente era la misma en la que se enterró a Colón.
La capilla en cuestión fue donde se ubicó el primer capítulo del convento, hacia 1338, reformándose intensamente entre los siglos XIV y XV. De planta cuadrada, contaba con una altura considerable y estaba cubierta con un rico artesonado. En 1617 se la denominaba capilla de la Concepción, al contener una escultura de la Virgen realizada por Gregorio Fernández; en 1617 se habilita un acceso hacia la galería que le separaba de la capilla mayor de la iglesia y en 1647 pasa a denominarse capilla de las Maravillas, en referencia a un retablo que contenía una imagen con esa advocación. Bajo el suelo de la capilla se enterraron numerosas personas, primeramente, los frailes y posteriormente familias nobles de la ciudad, que ostentaron el patronazgo y facilitaban el espacio para el entierro de familiares y conocidos.
Gracias a una detallada labor de investigación histórica efectuada hace tres años, en la que se superpusieron las escasas representaciones gráficas conocidas del convento, entre las que destaca el plano topográfico del año 1810, realizado por el arquitecto Francisco de Benavides y copiado en 1835 por el capitán Rodrigo Exea, que delimita perimetralmente el conjunto y que sirvió para el posterior proceso de desamortización, así como gracias a las descripciones del fraile Sobremonte y los estudios de María Antonia Fernández del Hoyo, se pudo determinar con cierta precisión el lugar de ubicación de la capilla de las Maravillas, a la altura del número 10 de la calle Constitución.
Se realizó una campaña de excavación arqueológica en 2020 que permitió ratificar la localización de la capilla, con el hallazgo de sus cimentaciones y tres niveles de enterramientos, todos ellos fechados en época medieval, anterior a los personajes históricos antes señalados.
Otras intervenciones arqueológicas realizadas en el antiguo solar del convento son las efectuadas en el solar del Teatro Zorrilla, durante el proceso de rehabilitación de su estructura, en el año 2006, donde se localizaron numerosas inhumaciones en ámbitos del occidente del monasterio, que se corresponderían con el patio de entrada y con la capilla de Santa Juliana, una estancia de grandes dimensiones que se adosó a la iglesia principal por su lateral occidental, y donde se enterraban a los ajusticiados de la ciudad, así como en diferentes solares que tienen su fachada a las calles Ferrari y Duque de la Victoria.
Una constante en estas actuaciones es la masiva presencia de huesos humanos, tanto de enterramientos aún colocados en su disposición original como en otros rellenos y estratos alterados por intervenciones posteriores, reflejando el intenso aprovechamiento de San Francisco como camposanto. A este respecto cabe señalar algunas noticias que reflejan esa finalidad, como ocurrió en 1901, cuando al cimentar el edificio del Círculo de Recreo aparecieron una gran cantidad de huesos humanos, así como un ataúd que contenía un esqueleto con los brazos atados, u otras informaciones que señalan la aparición continuada de restos óseos durante la construcción del centro comercial de Galerías Preciados, entre 1972 y 1974, cuya información debió ser ocultada intencionadamente por las autoridades de entonces.
El declive y la desaparición del convento se produjo en el siglo XIX. Durante la Guerra de la Independencia la actividad de los monjes fue suspendida, aunque en 1809 obtuvieron autorización para mantener abierta la iglesia. En febrero de 1811 se derribaron la puerta principal, la fachada y el patio de la iglesia, y comenzó la edificación de diferentes construcciones particulares. Los franciscanos volvieron en febrero de 1814, aunque el cenobio estaba bastante reducido y muchos de sus terrenos se habían vendidos a particulares. En 1835, como consecuencia de la Desamortización de Mendizábal, salieron a subasta pública los terrenos que ocupaba la huerta.
El edificio conventual salía a venta pública el 6 de agosto de 1836, aunque no hubo ofertas, por lo que la Junta creada para la venta de edificios y efectos de los conventos desamortizados de Valladolid tuvo que hacerse cargo de la demolición, con coste a expensas del Estado, labor que se llevó a cabo entre 1837 y 1838. Tras el derribo se pusieron a la venta los distintos solares en los que se segregó, empleándose las baldosas del convento para pavimentar el edificio del viejo Consistorio y su torre del reloj, desaparecieron muchas de las obras de arte que custodiaba y se rescataron algunas otras, que fueron trasladadas al Museo de Bellas Artes.
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El proceso especulativo con los terrenos resultantes fue intenso. En 1843 se vende el solar y los escombros del conjunto a Blas López Morales, quien a su vez lo revende a Juan Antonio Fernández Alegre y éste, algo más tarde, a Pedro Ochotorena, quien negocia con el Ayuntamiento la apertura de una nueva calle en medio de las parcelas, la actual calle Constitución, que uniría la antigua portería en la calle Santiago con la de Olleros (Duque de la Victoria). Esta vía se abrió en 1847, junto a otra perpendicular a ella, que salía a Caldereros (a la altura de Claudio Moyano) y que se denominó inicialmente como Mendizábal y que más tarde se nominaría como Menéndez Pelayo. Entre 1846 y 1863, Ochotorena revende las parcelas, construyéndose en algunas y vaciándose en otras, convirtiéndose el antiguo solar del cenobio en un barrio residencial de la burguesía vallisoletana, donde se levantarían singulares edificaciones arquitectónicas, como son los casos del Círculo de Recreo, el Banco Castellano, el Teatro Zorrilla o el edificio de la Unión y el Fénix.
A pesar de su completa desaparición de la fisonomía urbana, la importancia del convento de San Francisco ha sido y es fundamental para entender la historia de la ciudad y de sus gentes. Ejemplo de ello son los recientes estudios del antiguo cenobio realizados por diferentes grupos de investigadores, llevándose a cabo prospecciones geofísicas del subsuelo que junto a la revisión crítica de la documentación histórica ha permitido dibujar diferentes planteamientos con la distribución interna de las construcciones que conformaban el conjunto religioso, plasmándose en diferentes artículos y monografías que han sido publicadas en los últimos años. Fruto de esta actualización de la investigación ha sido la celebración de diferentes actos en homenaje al irlandés O'Donnell, con ciclos de conferencias, conciertos de música irlandesa o, como evidencia visible en el viario público, la colocación de una gran placa conmemorativa en la calle Constitución, en el lugar donde se ubicaba la capilla de las Maravillas.
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