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En la salida hacia el noroeste de la ciudad, en el camino de la Cal del Puente (que englobaba lo que actualmente son las calles Expósitos y Puente Mayor, nombres otorgados por el Consistorio en 1844), y en dirección al único vado que salvó el cauce del río Pisuerga hasta bien entrado el siglo XIX, encontramos uno de los rincones más singulares de Valladolid, como es el barrio de San Nicolás. Y dentro de él, destacando por su entorno monumental, está la plaza de la Trinidad.
El origen de este enclave urbano gira en torno a la antigua ermita de San Nicolás, situada extramuros de la Cerca Vieja (la muralla primigenia de la villa), que se levantó en estilo románico entre finales del siglo XII o principios del XIII, en lo que actualmente conocemos como plaza de San Nicolás. Al igual que ocurrió en otros puntos de la localidad, se formó un barrio alrededor del templo, que pronto acabaría acogiendo las funciones de parroquia y que en este caso se vio favorecido por su ubicación junto al camino de entrada y salida a la villa.
En el barrio, en torno a las calles Lecheras, Isidro Polo y la plaza de los Ciegos, se instalaría la judería en el siglo XV, abandonando su antiguo emplazamiento junto al Val. La iglesia se reconstruye a finales del siglo XVI, en ese caso con una única nave y planta de cruz latina, y junto a ella se fundaría el monasterio de la Concepción, cuya congregación utilizó el templo para el culto. Ambos se mantuvieron en pie hasta comienzos del siglo XIX, momento en que se desmantelaron para dar paso a un fortín, trasladándose en 1837 el culto a la iglesia de los Trinitarios Descalzos. Algún lienzo de la estructura del templo se conservó en el almacén de maderas levantado en el solar en 1903, cuya estructura se convirtió en un gimnasio a comienzos del siglo XXI.
Una vez erigida la segunda cerca de Valladolid, que englobaría los núcleos periféricos a la vieja, se empieza a desarrollar la superficie situada en los costados de la Cal del Puente, fundamentalmente desde la Baja Edad Media, sustituyéndose progresivamente el sencillo caserío y las huertas anexas por construcciones singulares, como palacios o conventos, dando lugar a lo que hoy en día conocemos como plaza de la Trinidad, aunque anteriormente tuvo los nombres de plazuela del conde de Benavente y plaza del Hospicio.
En 1475, el IV Conde y I Duque de Benavente, don Rodrigo Alfonso Pimentel, adquiere una gran extensión de terrenos en la zona noroeste de Valladolid, donde planteará la construcción de su palacio, junto a la calle del Puente. El edificio, iniciado en 1516, destacaba por su carácter de casa fuerte, aspecto que causó cierto revuelo entre la población al pensarse que se estaba levantando una nueva fortificación, lo que obligó a realizar los correspondientes informes periciales por parte de los regidores de la villa.
El inmueble, que ha llegado a nuestros días, está realizado con gruesos muros de sillería y ladrillo, cuyas esquinas se protegen con torres alineadas con el perímetro exterior. Posee sótanos, dos pisos y solana; además de un gran zaguán que comunica con los dos patios interiores, uno de ellos columnado en sus cuatro lados. Por el oeste, llegando hasta la vega del Pisuerga, contaba con un extenso jardín.
El palacio fue empleado en varias ocasiones, durante el siglo XVI, como residencia de la familia real, permaneciendo Felipe II en 1559 y Felipe III en 1601. Allí nacieron dos hijas del último de esos monarcas, las infantas Ana Mauricia (1601), futura reina de Francia, y María (1603). También fue sede de las Cortes Generales y de los Reales Consejos. Durante el siglo XVII se realizaron diferentes obras de mejora y engrandecimiento, en las que participaron arquitectos de renombre como Francisco de Mora, Pedro de Mazuecos o Bartolomé de la Calzada, alojando en su interior una de las mejores colecciones privadas de arte que ha tenido Valladolid.
En los años 1667 y 1716 sufrió diferentes incendios que arruinaron una gran parte de la fachada y del claustro alto. En 1801 se trasladó al palacio el Hospicio de pobres de la Cofradía de San José, que pasó a depender de la Diputación Provincial de Valladolid en 1847. La imagen del edificio en estos momentos fue plasmada en una acuarela realizada por Valentín de Carderera en 1836. Esta utilidad benéfica se mantuvo hasta la década de los años 70 del siglo XX, siendo conocido popularmente como la Inclusa y albergando a numerosos niños expósitos y abandonados.
En 1982, la Diputación cedió el edificio al Ministerio de Cultura, que lo destinó a biblioteca pública tras un intenso proceso de reconstrucción y rehabilitación, ya que se encontraba en un grave estado de ruina tras el aparatoso incendio que aconteció en 1978, recuperándose una buena parte de su morfología original. Por el contrario, la zona de huerta sufrió los avatares propios del crecimiento urbanístico, y tras el derribo de los maltrechos restos de la tercera muralla de la ciudad, que se conservaban en forma de tapias junto a la carretera de Madrid a Gijón, se levantaron en la segunda mitad del siglo XX un numeroso conjunto de edificios residenciales, que se prolongan desde la esquina con la calle San Quirce hasta la plaza de San Nicolás, que ocultaron y desfiguraron la imagen tradicional que había tenido esta zona durante mucho tiempo.
En el lado opuesto de la plaza de la Trinidad se encuentra el convento de San Quirce. Su origen se remonta al siglo XIII, siendo uno de los más antiguos de la ciudad, cuando una comunidad de religiosas de la regla cisterciense de San Bernardo se instaló en Valladolid. Primero, hacia 1256, en la margen derecha del Pisuerga (en un emplazamiento junto al Puente Mayor que posteriormente sería utilizado para el hospital de San Lázaro) y, más tarde, en 1321, en la margen contraria, en unas casas que cedió la familia de los Ulloa junto a la calle del Puente. Las construcciones primitivas fueron ampliamente remodeladas a finales del siglo XV gracias a la aportación de Fray Alonso de Burgos, obispo de Palencia, con un edificio de planta cuadrangular, articulado en torno a un patio central que se adosaba a la primera iglesia.
La congregación contó a partir del siglo XV con el patronato regio, gracias al cual se pudo remodelar y acondicionar el cenobio. Fue especialmente significativo el apoyo de Doña Margarita, esposa de Felipe III, que acudía a menudo al convento para entablar conversaciones con las monjas, y gracias a su influencia se construyó un pasadizo que comunicaba el Palacio Real, en la plaza de San Pablo, con la iglesia del convento.
En 1620, el monarca encomienda a su arquitecto, Francisco de Praves, una gran transformación del monasterio, ejecutándose esas trazas hasta 1632. La iglesia se amplía con un estilo clasicista, con planta de cruz latina y crucero poco marcado, abriéndose una puerta adintelada a la plaza. También se ejecutan un coro sobre unas casas viejas colindantes y por encima se erigen el campanario y la sacristía. Son, además, especialmente significativas las reformas del edificio conventual. Se respetan tres de los laterales del claustro anterior, aunque se remodela el flanco meridional, donde se encontraba la primitiva sala capitular, para poder instalar la capilla de doña María de Colón, monja profesa en el convento y duquesa de Veragua. El claustro, donde se rehízo completamente el lateral oriental, se realizó también con trazas clasicistas, propias de la época, ejecutándose con ladrillo descubierto y teniendo tres pisos de altura, conformados por pilares y arcos de medio punto.
También en estos momentos se construye el denominado edificio de las Donas, abierto al patio norte del convento, que funcionaba de forma independiente a la comunidad religiosa. Contaba con una bodega, realizada con tres calles y cubierta con bóvedas de arista apoyadas sobre pilares cuadrados, que soportaban el peso de los tres pisos superiores, los cuales tenían unas arquerías de ladrillo visto hacia el patio interior y balcones en la fachada trasera, que daban a la huerta.
Era utilizado como lugar de residencia de las damas de la Corte y otras señoras de la aristocracia que pasaban largas temporadas en la ciudad, las cuales llegaron a tener una intensa vinculación con la congregación. Las 'donas' disponían de estancias privadas, con todos los servicios de la época, caso de alcobas diferenciadas para la servidumbre o cocinas de leña. Con el paso de los siglos esta zona del monasterio dejó de utilizarse, convirtiéndose en enfermería; mientras que la cilla se empleó para las paneras y los corrales de animales.
En 1636, el convento sufrió el desbordamiento del cercano río Pisuerga, causando serios daños a su estructura, especialmente en la zona del coro, que fue reedificado en un estilo barroco e inaugurado en 1744. Las religiosas se mantuvieron en este emplazamiento en los siglos siguientes, sin sufrir los efectos negativos de la desamortización y acogiendo en sus dependencias a otras monjas, como las del Corpus Christi, mientras se construía su nuevo convento.
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En el siglo XX se le añadió la advocación de Santa Julita. Sin embargo, la construcción tenía serios problemas estructurales, lo que llevó a la congregación a derribarlo, construyéndose uno de nueva planta entre 1965 y 1968, el cual, a su vez, fue demolido en 2019, para dar paso a un último proyecto, en este caso un complejo residencial y asistencial para la tercera edad ya edificado.
En el año 2020 se llevó a cabo una extensa excavación arqueológica en el solar del convento, desarrollada sobre una superficie próxima a los 2.600 metros cuadrados. En ella se pudo documentar la intensa ocupación de este espacio de la ciudad entre la Baja Edad Media y la actualidad, con la superposición de tres edificios conventuales, los cuales a su vez tuvieron numerosas reformas internas.
La construcción de finales del siglo XV se rastrea fundamentalmente en alguno de los laterales del patio principal, que se adosaba al cuerpo de la iglesia, reconociéndose con una mejor disposición la amplia remodelación propiciada por el proyecto de Francisco de Praves, con el ala oriental de disposición oblicua al recinto original donde se ubicaría el Capítulo, así como la ampliación de las dependencias por el resto de los laterales, a partir de nuevos patios interiores, que se abren hacia la extensa huerta. Esta última llegó en su día hasta la calle Imperial.
Esta disposición es la que coincide con un plano fechado en 1921, que guardaba la comunidad de religiosas en su archivo, y que recoge con extremada precisión la organización del convento en ese momento, por lo que se piensa que fue realizado por un arquitecto, de nombre desconocido, que intentó ordenar el conjunto monástico y añadir una serie de nuevas dependencias, como las cocinas y la despensa junto al patio septentrional, al cual se accede desde la puerta de carros situada junto a la calle Isidro Polo. La construcción de los años 60 del siglo XX se constató de forma nítida en la intervención arqueológica, por cuanto aún se conservaban sus cimentaciones en el subsuelo.
La última intervención urbanística llevada a cabo en este solar ha dado un nuevo uso a este espacio de la ciudad, integrando en el mismo elementos sustanciales del antiguo cenobio y permitiendo a la ciudadanía la contemplación de zonas hasta ahora ocultas, como es el bello edificio de las Donas, o el acceso a otras, como el coro, que se empleará como salón de actos y de celebraciones culturales. La iglesia, por su parte, sigue con culto y desde 1993 es la sede de la cofradía penitencial de la Sagrada Pasión de Cristo.
Finalizamos esta reseña de la plaza con la última de las construcciones que remarcan su perímetro, en este caso por el costado septentrional, y que con el tiempo acabaría dando nombre a la zona central, el convento de la Trinidad Descalza. La orden de los Trinitarios se instaló en 1606 en la Cuesta de la Maruquesa y en 1670 adquirieron unas casas en la plazuela de San Quirce para trasladar su convento.
La iglesia se construyó entre 1732 y 1740, mientras que el cenobio se terminaría a finales del siglo XVIII. En 1837 se trasladó a la iglesia la parroquia de San Nicolás tras el derribo del templo situado en la plazuela homónima. Después de la exclaustración, en 1848, una parte de las instalaciones monacales se aprovecharon para la fábrica de fundición La Trinidad, levantada por la sociedad Mialhe, Boy y Compañía. Del convento original solo se conservan las dependencias adosadas a la nave del Evangelio, que corren por encima de esta, y la primitiva sacristía; además de la iglesia, levantada en ladrillo y tapial, con tres naves separadas por pilares, perdiéndose, por el contrario, la nave de la Epístola.
En definitiva, la plaza de la Trinidad acoge uno de los más interesantes paisajes urbanos de la ciudad, y sentados en los bancos instalados tras su última remodelación podremos contemplar una parte destacada de la evolución urbanística e histórica de Valladolid.
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