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La aldea medieval de Valladolid tuvo dos nítidos límites geográficos por el sur y por el oeste, por cuanto en esos costados discurrían los cauces de los ríos Esgueva, en su brazo septentrional, y Pisuerga, confluyendo el primero en el segundo. El extremo suroccidental de esa primera población será un punto fundamental a lo largo de la historia de la ciudad, puesto que allí se levantarán, en diferentes momentos históricos, varias de sus construcciones más singulares, como el castillo o alcázar y el monasterio de San Benito. Estos elementos constituyen la base fundamental de esta nueva estampa del ayer, permitiéndonos rememorar su evolución histórica y urbanística.
La primera muralla, la conocida como Cerca Vieja, debía estar en pleno funcionamiento en el siglo XII y tenía su punto de arranque en la fortaleza que se erigió en este lugar, el Alcázar Real. Por tanto, se puede afirmar que Valladolid contó en sus orígenes con un castillo, el cual debe fecharse entre los siglos XI y XIV. Fue una fortaleza relativamente compleja, por cuanto en realidad estaba formada por dos construcciones diferenciadas, que en conjunto alcanzaban una superficie de 1,25 hectáreas, prácticamente todo lo que actualmente está ocupado por el monasterio de San Benito y la manzana de construcciones que se extiende hasta la calle Jorge Guillén. Para sus estructuras se emplearon materiales duros y consistentes, ejecutándose con paramentos de mampostería de piedra caliza y un relleno interior compuesto por cal, arena y cantos rodados.
Al sur, enfrentado al Esgueva, se encontraba el Alcazarejo, una construcción levantada a comienzos del siglo XII, de planta cuadrada, que tenía ocho cubos en su muralla perimetral y un foso. Su localización se extendería desde el extremo nororiental de la actual plaza del Poniente hasta la zona central del patio de la Hospedería del cenobio. Al segundo castillo se le conoce como Alcázar Mayor y, aunque convivió con el anterior, parece ser cronológicamente algo posterior, del siglo XIII, emplazándose en la parte más elevada de la terraza fluvial. Tenía unas mayores dimensiones que el anterior, contando también con una planta cuadrangular y con cinco cubos en cada uno de sus cuatro lados, además de un foso y una barbacana alta. En el interior del Alcázar Mayor hubo dos patios, separados por diferentes edificaciones, donde se encontraban los graneros y la bodega. Entre ambos castillos había jardines y huertas, a los que se accedía por la puerta principal o Puerta de Hierro.
Aunque conocidos por las crónicas históricas, como es el caso de la descripción que realizó en 1602 el fraile benedictino Mancio de Torres, han sido las diferentes excavaciones arqueológicas ejecutadas en la zona, vinculadas fundamentalmente con la rehabilitación del monasterio o con la urbanización de la plaza, las que han permitido constatar las trazas de estas antiguas construcciones relacionadas con el origen de la villa, principalmente los límites septentrional y occidental del Alcázar, vestigios que parcialmente son reconocibles en los paredones que dan a la calle Encarnación, y la planta más o menos completa del Alcazarejo.
De este último, del que fuera el primer castillo de Valladolid, se ha conservado el foso y varios lienzos de su perímetro en algunas de las estancias de la planta sótano del monasterio, hoy convertido en dependencias municipales, y que forman parte de la ruta arqueológica que tiene programada la Sociedad Mixta para la promoción del Turismo de Valladolid.
En el presente 2023, además, se ha llevado a cabo una excavación en el interior del patio de la Hospedería, que ha permitido sacar a la luz uno de los cubos del castillete, destacando su buen estado de conservación, por cuanto se conserva completo y con tres metros de altura desde el terreno natural hasta la cota actual del patio, así como la liza que unía con otro cubo. Destaca el hallazgo del arranque de la Cerca Vieja, en el punto de confluencia con la fortaleza, en dirección al lugar donde se debía encontrar la puerta de Hierro. Sin lugar a dudas, la exhumación completa de los restos arqueológicos del Alcazarejo y su musealización, de forma similar a como se ha actuado en otras ciudades, como es el reciente ejemplo de la puesta en valor de la muralla árabe de Madrid bajo la galería de las colecciones reales del Palacio Real, constituiría un hito de primer orden para la promoción cultural y turística de Valladolid.
Al oeste del Alcázar Mayor hubo un barrio que se llamaba de Reoyo, que creció en la Edad Media junto a la línea defensiva. Tenía tres calles principales, en las que hubo casas, huertas y jardines. Al norte se levantaría, en la segunda mitad del XIV, el palacio de Enrique III y Catalina de Lancaster, que fue donado por esta en 1398 a su valido, el condestable Ruy López de Davalos, y que este último, a su vez, cedió en 1407 a los frailes agustinos para levantar su convento, del cual ha llegado a nuestros días la iglesia, convertida en sede del Archivo Histórico Municipal de Valladolid.
Continuando con San Benito, debemos situarnos a finales del siglo XIV, cuando la fortaleza ya se encuentra en un franco declive y se pretenden instalar en la villa los monjes de la orden benedictina. Para su establecimiento, el rey Juan I ofreció el Alcázar, que fue cedido a los frailes en 1388, instalándose en 1390 y fundándose el primer monasterio, cuya primera iglesia se ubicaría en la capilla existente en el castillo. El antiguo recinto fue objeto de diferentes reformas, las cuales no modificaron sustancialmente la imagen exterior de la fortaleza, aunque sí transformaron su interior para los nuevos usos. Se derribó una buena parte de los elementos defensivos, salvo el Alcazarejo, que se conservaría hasta que fue eliminado en 1704 para completar el trazado del patio de la Hospedería. Entonces se acondicionó el costado septentrional del Alcázar para instalar la iglesia y el patio principal pasó a convertirse en el claustro, eje articulador del cenobio y cuyo subsuelo se aprovechó como cementerio de la comunidad religiosa.
La congregación benedictina de Valladolid fue adquiriendo importancia, especialmente como centro jerárquico y principal de la orden en el Reino de Castilla. Por ello, fue necesario diseñar un nuevo edificio, cuyas obras se prolongarían entre finales del siglo XV y la segunda mitad del XVIII. La iglesia fue edificada entre 1499 y 1515, adosada al lado oriental del viejo Alcázar. Se organiza en tres naves, rematadas con ábsides poligonales y no cuenta con crucero. Algo posterior fue el pórtico o torre que sirve de fachada y acceso al templo, diseñado por Rodrigo Gil de Hontañón en 1569. En origen, esta torre contaba con más altura puesto que tenía dos cuerpos para el campanario, los cuales fueron derribados en el siglo XIX por su estado de ruina.
A finales del siglo XVI la orden benedictina encargó al arquitecto Juan Ribero de Rada la renovación del monasterio con un nuevo edificio, articulado en torno a tres grandes patios. El patio procesional, conocido popularmente como Patio Herreriano, se levantó entre 1596 y 1665. Está adosado a la nave del Evangelio de la iglesia y se organiza con una doble galería, de orden dórico y jónico, inspirada en el Monasterio de El Escorial. Se adaptó al espacio existente entre las construcciones anteriores, como eran el primer templo y la capilla funeraria de los condes de Fuensaldaña. En este claustro se instalaron los dormitorios de los monjes, la sala capitular y la biblioteca.
Adosado a la panda sur del anterior se encontraba el patio de Novicios, que separaba la zona de clausura del espacio de acceso general. Al mediodía estaba el patio de la Hospedería, que se concluyó en la segunda mitad del siglo XVIII y donde se ubicaban los servicios públicos del monasterio, entre los que destacaban un archivo que custodiaba un buen número de documentos privados; una extensa bodega, pues los monjes tenían numerosos viñedos en el entorno de Valladolid (recordemos, a ese respecto, la casona de la orden que aún se conserva en el pago de Casasola, que sirvió de lugar de recogida de la uva y, con los siglos, de lugar de reposo de los frailes); y una famosa botica, quizás la más importante de la ciudad. Esta última fue descrita por el farmacéutico Ángel Belleguín en el siglo XIX, reflejando los numerosos botes, redomas o ampollas que albergaban fármacos y sustancias, decorados con esmaltes y con el característico sello circular del monasterio, formado por dos cuarteles con un castillo y un león rampante, que sostiene un báculo episcopal, todo ello rematado por una corona condal y un gran sombrero de obispo, de cuyos lados penden tres órdenes de borlas.
Entre los años 1809 y 1813, las tropas francesas ocuparon el monasterio, siendo empleado para la instalación de hornos de pan y de graneros. Los monjes volvieron más tarde, pero por un breve periodo de tiempo, puesto que con la desamortización de 1835 el cenobio pasó a propiedad pública. En 1836 se convertiría en cuartel, funcionalidad militar que perduró hasta mediados del siglo XX, pasando en 1965 a ser propiedad del Ayuntamiento de Valladolid. Tras una profunda rehabilitación de todo el conjunto, la zona del patio de la Hospedería se convertiría en dependencias municipales; mientras que el patio Herreriano se transformaría en la sede el Museo de Arte Contemporáneo de Valladolid y el patio de Novicios se reservó para la comunidad religiosa carmelita.
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Al mediodía del convento, en la actual plaza de Poniente, discurría el cauce del río Esgueva y en sus orillas había un soto. En paralelo al desarrollo y crecimiento de la ciudad medieval, fueron construyéndose diferentes puentes para salvar los brazos del curso fluvial, siendo uno de los más antiguos el de San Benito, localizado junto al cenobio y frente a la puerta de Hierro. Junto a él, y a la vera del Alcazarejo, se instalaron una serie de molinos, de los que hay constancia documental desde mediados del siglo XII. Pertenecían a diferentes comunidades religiosas y aprovechaban la fuerza motriz generada por el agua del curso. Debido a su estado de ruina, fueron derribados tras el gran incendio que asoló la ciudad en 1561.
La estructura del puente de San Benito se ha conservado en el subsuelo, tanto bajo la galería meridional del monasterio como por debajo de la actual calle de San Benito, con una longitud de 42,5 metros y una altura comprendida entre los 6 y 8 metros, prolongándose hasta la esquina de la calle Sandoval. Los vestigios reconocibles de su arco principal son, en realidad, una compleja sucesión de fases y ampliaciones del vado original, que se pueden fechar entre los siglos XVII y XIX. En junio de 1788 el ingeniero Joseph Santos Calderón realizó unos dibujos de su planta y alzado que nos permiten tener una idea bastante aproximada de la envergadura que tuvo. En la actualidad puede observarse a través de un ventanal abierto en una de las galerías de las bodegas del monasterio, donde se ha instalado la oficina de turismo municipal, y en un futuro próximo está prevista su integración en la ruta promovida por el Consistorio y que permitirá conocer las antiguas canalizaciones del río Esgueva.
Otros puentes que salvaron el paso del cauce en la superficie de la actual plaza fueron el segundo de San Benito, erigido en 1839; el puente de la Cerca de San Benito, situado junto a la tapia de la huerta del monasterio; y el de la Cárcel, de San Llorente o de Juan Pescador, que se emplazaba cerca del paso del espolón que separaba la ciudad del río Pisuerga. Los dos últimos fueron completamente desmantelados en los años 50 del siglo XIX para aprovechar sus fábricas en la construcción de la estructura de cubrimiento y encauzamiento del cauce, la cual aún se conserva en el subsuelo de la plaza, en el tramo comprendido entre San Benito, donde se reaprovechó el primer puente, y la desembocadura en el Pisuerga.
Tras la ocultación del cauce y la colmatación de estos terrenos se creó una explanada a la que el Ayuntamiento, el 19 de abril de 1863, otorgó el nombre de Antiguo Soto de San Benito, plazuela del Poniente. Posteriormente se regularizaría su superficie, se urbanizaría y en el mes de julio de 1933 se inauguraba un parque infantil en su parte central, del cual eran muy conocidas sus estatuas, como las de Pipo y Pipa, que se ha mantenido con diferentes reformas (1981, 1998), hasta nuestros días. De aquellas populares figurillas, que sucumbieron al vandalismo, solo se conservan las peanas (sus restos los guarda el Ayuntamiento a expensas de una posible restauración).
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