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El primer emplazamiento que se pensó para el monumento al conde Ansúrez cuando se le hizo el encargo al escultor Nicolás Fernández de la Oliva en 1862, fue en la plaza de Portugalete. Y estaba más que fundamentado pues esta parte de la ciudad es la más ligada al repoblador de Valladolid.
Ansúrez mandó construir aquí la primera colegiata, que se bendijo en 1095 y de la que se conserva parte de su torre original románica, que de todas formas ha conocido bastantes modificaciones. También vemos restos de la posterior colegiata gótica, y el caos de la parte de atrás de la inacabada catedral herreriana.
Desde entonces la villa creció en este entorno, creando el barrio de las Cabañuelas y alargándose por la calle de San Martín (camino de Cabezón y una de las vías más importantes de entrada y salida de Valladolid) y que luego se consolidaría como parroquia de San Martín.
De la construcción de Santa María de la Antigua no hay documento alguno relacionado con la iglesia hasta el año 1177.
El por qué el conde decidió mandar construir en este enclave la colegiata, no deja de tener ribetes especulativos: ¿Porque era la parte más elevada de la aldea?, ¿tal vez la Esgueva, cuyo ramal norte rodeaba la colegiata, serviría de protección natural en caso de alguna acción bélica?, ¿para crear un foco poblacional alejado del que ya existía en torno a la plaza de San Miguel cuando el conde recaló en estas tierras?, ¿acaso porque el conde llegó a ver la ruinas romanas que aquí había, y de las que bajo los jardines de la Antigua aún se conservan algunos restos, y consideró, por tanto, que estaba en un enclave noble? Estos restos romanos consisten en una estancia calefactora (hipocaustum), que más popularmente se conoce como gloria. En fin, acaso por todas estas y otras desconocidas razones, el conde consideró que este era el Valladolid que iba a legar al futuro.
En cualquier caso, lo cierto es que la plaza de Portugalete está en el epicentro donde Valladolid comenzó a crecer y a entrar en la historia, cuyo paso del tiempo ha ido consolidando como uno de los lugares de referencia tanto para propios como para visitantes, que tienen en la Antigua una de las postales vallisoletanas que llevarse de la ciudad.
Se desconoce el motivo del nombre de la plaza. Una plaza que, en todo caso, siempre fue muy concurrida tanto por ocupación de su amplia campa como por las actividades en sus calles adyacentes. Muy resumidamente podemos hablar de un manantial que nacía bajo los muros de la torre original de la catedral y que proporcionaba agua para llenar los cántaros, proveer un lavadero y facilitar el abrevadero de las caballerías, (llamado caños de la Catedral), de un mercado de casetas que a finales del XIX se sustituyó por uno de los tres mercados de hierro que mandó construir el alcalde Miguel Íscar (del que solo subsiste el del Val); de unos baños públicos que dieron nombre a la calle que ahora se llama Echegaray que desemboca en Portugalete; de unas carnicerías; de un mercadillo de cacharros y alfarería frente a la antigua, de una fábrica de hielo, y de algunos mesones concurridos. Todo esto ha hecho de Portugalete y su entorno un enclave de mucha actividad y trasiego.
Hemos dicho que en Portugalete desemboca la calle de Echegaray, antes llamada de los Baños. Se trata de una calle tan corta como interesante por un par de ilustres vecinos que conoció. Uno fue Zorrilla, pues en esta calle vivió en una de sus intermitentes estancias en Valladolid; y otra fue la ilustre y desconocida vallisoletana Beatriz Bernal, que en el siglo XVI publicó la única y, por cierto, exitosa novela de caballerías que escribiera una mujer, cuyo título, resumido, es «Don Cristalián de España».
El mercado de Portugalete se construyó en 1881, y se derribó en 1974, no sin ruidosa polémica porque una parte de la sociedad vallisoletana consideraba, y con razón, que se iba a echar abajo parte de la memoria y de la arquitectura moderna de la ciudad. Estaba Valladolid en pleno furor de destrucción de su patrimonio, y aquella incuria se completó, además, con la construcción de sendos bloques de viviendas de desmesurada altura.
No obstante, se trata de una plaza de agradable paseo y estancia y, acaso esa especie de caos de piedra que han dejado la catedral inacabada y las colegiatas románica y gótica sirva para contar parte de la historia de Valladolid: en cierta ocasión escuché a la arqueóloga María Consuelo Escribano, relatar que aparente caos es como palimpsesto, es decir huellas conservadas de diferentes escrituras realizadas en el mismo pergamino.
Antes, este rincón estaba escondido detrás de varias viviendas construidas aprovechando el muro de piedra, una práctica muy habitual antiguamente. En los bajos de estas viviendas había algunos concurridos bares, como el Portugalete.
La más reciente intervención llevada a cabo en la plaza es la instalación del Homenaje al Cofrade, una pieza del escultor madrileño Óscar Alvariño, premiado artista plástico doctor docente en la Universidad Complutense. Entre su numerosa producción pública repartida por toda España, en Nava del Rey y en Tordesillas también tiene sendas esculturas.
La Overuela, un arrabal en plena expansión y mejora.
Ya se la cita en un escrito del siglo XI como Loberuelas. Y en un legajo del XII, relativo a una aceña que existía en el Pisuerga, se menciona como Loberola o Loberolam, que es, sin duda, la actual Overuela. Y esto nos llevaría a tratar de averiguar el origen de tal nombre.
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Sara I. Belled y Leticia Aróstegui
Doménico Chiappe | Madrid
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