Eran sesenta socios entusiastas de la historia y el patrimonio de su provincia, jóvenes elocuentes, según el periodista, que pertenecían a las clases sociales más pudientes y a algunas de las familias más conocidas y cuya obsesión, confesa, era «destruir la leyenda de que Valladolid ... es una población muerta, pues, por el contrario, es una población moderna, con grandes paseos, hoteles, teatros e industrias, todo digno de ser conocido». El reportaje, publicado en 1920 en una revista de tirada nacional, hacía referencia a una encomiable sociedad creada cuatro años antes. Se trataba de la Peña Castellana, impulsada en febrero de 1916 a raíz de una reunión celebrada en el reservado del bar Aurita, situado en la Plaza Mayor.
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Como aún no tenían sede estable, aquellos «sesenta amigos entusiastas de fomentar el regionalismo» tuvieron que celebrar su asamblea fundacional en el restaurante Castilla. Era el 19 de marzo de 1916. Lo primero que hicieron fue redactar unos estatutos, que el gobernador civil terminaría aprobando en el mes de diciembre, en los que fijaban, como principales objetivos, «proporcionar al asociado amenas excursiones a todas las poblaciones de España, y principalmente a las de Castilla, fomentando así el conocimiento de los monumentos, fábricas, comercios, centros de cultura, etc., etc., estableciendo un beneficioso intercambio con los pueblos que se visiten». También se proponían «colaborar con otras entidades del comercio y la industria en la labor de atraer forasteros a Valladolid, especialmente en la época de ferias».
La primera junta directiva la presidió el principal artífice de la idea, Virgilio Gómez Macón, que además de jefe de administración ejerció como periodista, escritor y empresario de renombre. Le acompañaban Alfredo Stampa como vicepresidente, José R. Vilches en la secretaría, Justo Celada como tesorero, el contador Mariano Silva y los vocales Mariano Benito Pardo, Juan Marcos, Luis Valdés Calamita y Ángel Chamorro Sanz. Entre las primeras iniciativas de la Peña Castellana figura la creación de un «Negociado de Atracción de Forasteros e iniciativas de Castilla», para lo que se fijaron en el reglamento de la «Sociedad de Atracción de Forasteros de Barcelona». Comenzaron con una campaña para atraer turistas a Valladolid que pasaba, entre otras medidas, por dinamizar las fiestas de la ciudad, organizar corridas de toros e intentar retomar las ferias de San Juan, esos cinco días festivos instaurados a finales del siglo XIX por Miguel Íscar.
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Después de diversas asambleas celebradas en locales dispares -Asociación de la Prensa, Hotel Moderno, bar Aurita-, en enero de 1917 inauguró su primera sede oficial en el piso primero del número 15 de la calle de Santiago, donde también se hallaba instalado el Real Automóvil Club. El acto no pasó desapercibido, pues los balcones lucieron artísticas colgaduras y se izó en ellos la bandera nacional, incluso se repartió pan, arroz y chorizo a 200 pobres de la ciudad y se acordó con los industriales Mariano Silva y Eusebio Mota que también les entregaran varios kilos de carbón de coque y de piña. La Peña contaba ya con 75 asociados y, además de colaborar activamente en las fiestas de la ciudad, había organizado una llamativa excursión a Segovia y a la Granja de San Ildefonso, lugar este último donde fueron recibidos por la infanta doña Isabel. Incluso nombraron al alcalde, Leopoldo Stampa, presidente honorario.
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El crecimiento de la Peña obligó a buscar una sede más amplia, esta vez en la confluencia entre Fuente Dorada y la calle Quiñones. A Gómez Chacón le sucedieron al frente de la Junta Directiva Ángel Chamorro Sanz (1917), Luis Saiz Montero (1919), César Hernanz (1921), José María Stampa (1923) y Mariano Caballero Crespo (1925). Otros directivos importantes, bien conocidos en la sociedad vallisoletana del momento, eran Leopoldo Arias, José Pradera, Deogracias Tellez, Venancio Pinedo, Saturnino Guerra, Teodoro Cid, Julián de la Fuente, Dionisio Baraja, Anselmo Miguel Urbano, Plácido Sánchez, Manuel Collado, Isaac Ojeda y Víctor Domingo.
Además de organizar excursiones por la provincia y a otras capitales de España, la Peña Castellana publicó un semanario gráfico que llevaba su mismo nombre, a un precio de cinco céntimos, y organizó todo tipo de actos culturales, especialmente conferencias de alto nivel. Por poner algunos ejemplos, en enero de 1921, Andrés Torre Ruiz, futuro rector de la Universidad de Valladolid, habló en los salones de la Peña Castellana sobre «Los precursores de la Revolución Rusa», y un mes más tarde era Joaquín Álvarez Taladriz el encargado de poner en común su exitosa trayectoria como abogado criminalista. No menos sonada fue la ponencia de Sebastián Garrote, en 1924, sobre «Modificaciones que lleva al Derecho el socialismo».
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Identificada en gran medida con los ideales liberales, la Dictadura de Primo de Rivera fijó en ella su actividad censora, por lo que en agosto de 1926, el gobernador civil ordenó clausurar sus locales. Retornó poco después a su actividad aunque más languideciente, pues lo único que se volvió a saber de ella fue la organización de una excursión a Santander y otra, en 1928, a El Escorial. Entre las últimas decisiones adoptadas por la junta directiva figura la entrega, en noviembre de 1936, en plena Guerra Civil, de 1.778 pesetas a la Junta del Tesoro de Guerra, así como «de todo su mobiliario y magnífica y selecta biblioteca, para que dicha Junta les dé el destino que estime pertinente». La baja oficial de la Peña Castellana en el registro de asociaciones se verificó en mayo de 1941.
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