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Sillón del Diablo, en el Museo de Valladolid. NC
La silla con la historia más aterradora de Valladolid
El cronista | Historias de aquí

La silla con la historia más aterradora de Valladolid

La leyenda del Sillón del Diablo comenzó a circular en los años 50, difundida por el profesor de la Universidad de Valladolid Saturnino Rivera Manescau y recogida en su libro 'Tradiciones Universitarias'

Jesús Anta

Valladolid

Jueves, 25 de julio 2024, 06:49

El Sillón del Diablo es, acaso, la leyenda más conocida de Valladolid desde que comenzó a circular en los años 50. Una horrible historia que tiene por protagonista una silla ahora expuesta en el Museo de Valladolid.

Su divulgación se debe al profesor de la Universidad de Valladolid Saturnino Rivera Manescau, del que en su dilatada vida profesional, prácticamente toda desarrollada en Valladolid, destaca el haber sido director del Museo de Arqueología desde 1930 hasta 1957, año de su fallecimiento. Un museo del siglo XIX que Rivera modernizó y engrandeció. Fue el precedente del actual Museo de Valladolid.

Esta leyenda la incluyó en un libro escrito por él titulado 'Tradiciones Universitarias', publicado por la Universidad en 1948, con ilustraciones de Federico Wattenberg.

Rivera Manescau y la portada del libro que incluye la historia del Sillón del Diablo con ilustraciones de Federico Wattenberg NC

Rivera Manescau, madrileño nacido el 23 de febrero de 1893, obtuvo la licenciatura en Filosofía y Letras y la de Derecho, en su ciudad natal. Terminados los estudios ingresó en el Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos.

Las primeras noticias de su presencia en Valladolid se remontan a 1916 cuando se trasladó para trabajar en la Biblioteca Universitaria de Valladolid, «y a partir de entonces ya no dejaría de trabajar en esta ciudad hasta su muerte cuarenta y un años más tarde», según un artículo publicado por Antonio Bellido Blanco, que trabajó en el Museo de Valladolid hasta que marchó a trabajar en el Museo de Palencia.

La faceta docente de Rivera Manescau comienza en 1918 cuando la Universidad le nombra Profesor Auxiliar de Historia. En 1920, empieza a llevar las cátedras de Historia de España Moderna y Contemporánea y las de Numismática y Epigrafía. Y hasta su fallecimiento ejerció la docencia en las más variadas materias: Latín, Paleografía y Diplomática, Historia del Arte, y Arqueología, y fue Jefe de los Servicios Universitarios de Archivos, Bibliotecas y Museos.

Con anterioridad a su venida a Valladolid, en la década de 1910 ejerció de Archivero en el Archivo Regional de Galicia, donde destacó por sus trabajos de investigación hasta el punto de que a pesar de su juventud fue propuesto para ocupar un sillón en la Real Academia Gallega.

Ejerció el periodismo en el Diario Regional en la década de 1920 y 1930, donde además de publicar artículos sobre los temas que él dominaba, también dejó su impronta ideológica al proponer, en 1930, la reunificación de las derechas en una formación «monárquica, derechista y agraria», y se adscribió al falangismo de forma notoria. En la posguerra formó parte de la Comisión Gestora de la Diputación Provincial.

Una de las actividades que más le gratificaba, además de su plena entrega a la docencia y al Museo, fue el ejercicio de la arqueología. A él se le deben las excavaciones de dos necrópolis, una romana y otra ibérica, en Simancas en el año 1928.

Saturnino Rivera trabó amistad con el joven historiador y arqueólogo Federico Wattenberg, que fue director del Museo Nacional de Escultura entre 1959 y 1967 (año en el que falleció), que le acompañó en las excavaciones de 1954 en la Granja Escuela José Antonio relacionadas con la villa romana de Prado. Y el año siguiente Saturnino y Federico también intervienen en el yacimiento de la Edad del Hierro excavado en el Soto de Medinilla. Federico Wattenberg pasó a ser colaborador habitual del Museo Arqueológico, tal como relata Eloísa Wattenberg (que fue directora del Museo de Valladolid) en una semblanza sobre su padre.

El Sillón del Diablo, en una imagen de archivo durante una exposición. G Villamil

Su interés por el conocimiento y la protección del patrimonio en cualquiera de sus manifestaciones le llevó a quejarse de la desaparición de «casonas pregoneras de una historia y una nobleza que es timbre de gloria para Valladolid». Y dijo que aunque la Comisión de Monumentos no podía hacer mucho al respecto, propuso que el Ayuntamiento ampliara las ordenanzas de edificaciones haciendo constar que cuantas viviendas se encontrasen en algún caso de ser conservadas, solo obtuvieran licencia para nueva construcción tras el informe de la Comisión de Monumentos, donde se detallaría qué debería conservarse de las fachadas, escudos y patios porticados. Corría el año 1956 y solo se estaba a las puertas de la masiva destrucción de los 60 y 70.

Rivera Manescau fue miembro fundador de la Academia de Estudios Histórico-Sociales de Valladolid, Comisario Provincial de Excavaciones, presidente de la Junta provincial de Monumentos, representante de la Academia de la Historia, y en su calidad de director del Museo Arqueológico formó parte de todas las comisiones e instituciones relacionadas con museos y patrimonio.

Académico de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, había sido elegido académico de la Real Academia de Bellas Artes de la Purísima Concepción, de Valladolid, cuando repentinamente le sorprendió la muerte preparando el discurso de ingreso en la misma.

Impartió numerosas conferencias, y dejó decenas de artículos científicos, fueran en calidad de historiador, arqueólogo o director del Museo, sobre las más variadas materias.

Una de las salas del Museo Arqueológico en los años 40. Tomada de un artículo de Eloísa Wattenberg. NC

En la noticia necrológica de su fallecimiento, El Norte de Castilla, tras detallar todos su méritos académicos y profesionales, destacó de Saturnino Rivera Manescau que era «cortés, caballeroso y amable que cultivaba la amistad y el compañerismo».

¿Y qué se relata en el sillón del Diablo? Trata del licenciado Andrés Proaza, profesor de la Universidad en el siglo XVI, pero era un nigromante. Secretamente practicaba la vivisección en el sótano de su casa en la calle Esgueva y fue detenido por la muerte de un niño al que le aplicó tan horrenda práctica. Detenido y juzgado fue ahorcado y sus bienes vendidos, salvo un sillón, que se guardó en un trastero de la Universidad. Un bedel lo cogió para sentarse en espera de que terminaran las clases, y al cabo de tres días murió. Lo mismo ocurrió con otro bedel, hasta que alguien recordó que Proaza, durante el juicio manifestó que sus poderes venían de un sillón que le regaló un nigromante navarro, y que morían cuantas personas, sin ser médicos, se sentaran en él por tres veces. La universidad lo clavó bocabajo en una pared de la sacristía de la Capilla Universitaria, y ahora se exhibe en el Museo de Valladolid.

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Jesús Anta relata la construcción de la pasarela de Portillo de La Merced, instalada en 1946. Hasta entonces, muchas personas cruzaban como podían entre los vagones, con el consiguiente riesgo de accidente, de tal manera que el cruce de la Merced acabó conociéndose como «el paso de la muerte».

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