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Salida de obreros de los Talleres Generales de Norte en 1911. REVISTA ADELANTE
Ser ferroviario, el oficio soñado

Ser ferroviario, el oficio soñado

El 5 de julio de 1911, la revista madrileña Adelante dedicaba una sección a la Compañía del Norte y a las ventajas de trabajar en los ferrocarriles vallisoletanos

Martes, 20 de julio 2021, 07:27

Se quedaba corto el periodista de Adelante cuando, en su número de julio de 1911, aseguraba que «a los talleres principales de la Compañía de los Caminos de Hierro del Norte debe, en gran parte, la prosperidad de que goza la capital castellana». Y es que, como han puesto de relieve varios autores, los talleres de 'Norte' impulsaron la formación de una segunda generación de industrias vallisoletanas, especialmente de centros de carácter metalúrgico, así como la potenciación de Valladolid como mercado triguero y depósito general de mercancías, la configuración de nuevos espacios urbanísticos para alojar a una cantidad ingente de población obrera, y la puesta en marcha de una gran empresa definida como «socialmente progresiva».

Consciente de ello, la revista madrileña, de periodicidad decenal y centrada en el desenvolvimiento del ferrocarril, decidió dedicar cinco páginas a esta ciudad: «Visitando Valladolid. Los talleres de la compañía del Norte», llevaba por título aquella sección de Adelante, publicada hace 110 años. El motivo principal eran los esfuerzos que estaba acometiendo la empresa, liderada por el ingeniero jefe Bijón, para modernizar aún más sus instalaciones siguiendo modelos europeos. Para ello, había viajado a Bélgica, Alemania, Francia y Suiza y visitado instalaciones análogas.

La publicación se detenía en los talleres de máquinas, coches y oficinas. Del primero, que ocupaba una superficie de 20.000 metros cuadrados y daba empleo a 950 obreros, destacaba su capacidad para reparar 130 locomotoras y 100 tenders, cantidad que se pretendía elevar a 200 y 150 respectivamente. El taller de coches, de 19.000 metros cuadrados de superficie, empleaba a 750 trabajadores y reparaba 1.000 coches de viajeros y 1.700 furgones y vagones de mercancías, cantidad que habría de elevarse, según los pronósticos del ingeniero jefe, un 40 por ciento. Según Adelante los de Valladolid eran los primeros talleres de España en aplicar «la soldadura autógena oxiacetilénica», que permitía un importante ahorro de materiales.

En las oficinas, por su parte, trabajaban «obreros habilísimos que pueden competir con los mejores trabajadores del extranjero», aseguraba la revista madrileña, que también destacaba el ambiente de paz y armonía. No olvidaba la presencia, en los almacenes generales de depósitos de máquinas, de «las locomotoras más potentes y modernas de las que circulan en el extranjero», pero sobre todo hacía hincapié en «la disciplina perfecta (...), el celo y la laboriosidad incansables» de los trabajadores de talleres, cerca de 3.000 entre personal fijo y a jornal, que además gozaban de unas condiciones laborales superiores al resto de obreros industriales.

Este aspecto, destacado por el catedrático de la Universidad de Valladolid Guillermo Pérez Sánchez, confirma el carácter socialmente progresivo de los Talleres Generales de la Compañía del Norte, toda vez que desde 1873 estableció un sistema de protección social que la lucha de los propios trabajadores contribuyó a perfeccionar. Pérez Sánchez demostró en su día, por ejemplo, la evolución alcista de los salarios que cobraban los ferroviarios vallisoletanos, aspecto en el que incide Adelante al señalar que era más elevado que en otras industrias y ofrecía un aumento de entre el 30 y el 40 por ciento sobre el jornal en condiciones destajo.

A ello había que sumar las primas establecidas en función de que el trabajador tuviera cuatro o más hijos, y, sobre todo, los servicios cubiertos por la Caja de Previsión. En caso de enfermedad, por ejemplo, se establecía el derecho a asistencia médico-farmacéutica y a percibir la mitad del salario durante dos meses en caso de inhabilitación forzosa, todo ello a cambio de un descuento de un uno por cierto en el jornal. En caso de despido, el obrero contaba con un «socorro equivalente al importe íntegro de las cuotas que ha satisfecho», a lo que había que sumar los gastos de inhumación por fallecimiento y los socorros de viudedad y de orfandad, equivalentes a dos meses de sueldo.

Imagen principal - Ser ferroviario, el oficio soñado
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Los trabajadores, cuya jornada laboral era de 9 horas desde 1892, contaban también con una caja de retiro para el personal de plantilla, consistente en la tercera parte del sueldo medio disfrutado en los últimos cinco años siempre que se tuviese al menos 50 años de edad y 20 de servicio. En caso de fallecimiento, la viuda percibía la mitad de la pensión de retiro que hubiese correspondido a su esposo en la fecha de defunción. Para los trabajadores a jornal, esta pensión de retiro era del importe de medio mes por cada año que llevase trabajando con arreglo al último salario.

La empresa había establecido también una «escuela biblioteca», llamada «de Alfonso XIII», para los hijos de los empleados, en la que se impartía instrucción primaria superior, clases de francés y de dibujo. Aquellos que cursaran toda la enseñanza «con aprovechamiento y buena conducta» pasaban de aprendices a los talleres o ingresaban en las oficinas de la Administración. A todo lo dicho había que sumar, por último, «primas semestrales o anuales por buenos servicios, y anticipos de dinero por casos excepcionales reintegrables en un año sin interés alguno».

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