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Todos los informes de la jefatura de policía conducían a la misma persona: «Don Federico Herbert Gray Smith, casado, hijo de Jorge y Sofía, natural de Melksham (Wiltshire-Inglaterra), que tiene su domicilio en esta ciudad, calle de José María Lacort, 24». Era él, en efecto, el pastor protestante más destacado de Valladolid en los primeros años del siglo XX, impulsor de la capilla evangélica de José María Lacort y de una escuela aneja. Las pesquisas realizadas por las autoridades franquistas en los años 40, custodiadas por el Archivo Histórico Provincial, arrojan luz sobre el protestantismo en nuestra ciudad.
Claro que sus orígenes, como han escrito Manuel de León y otros autores, arrancan de 1869, cuando, animado por la aprobación de la libertad religiosa, Antonio Carrasco impulsa los primeros grupos de la Iglesia Española Reformada Episcopal en el llamado Templo de la Libertad, nombre que adoptó la iglesia de los Mostenses después ser incautada por el Ayuntamiento para convertirla en centro de discusión y debate político. Aquellos primeros pasos, liderados por Carrasco, Pedro Castro y Juan Flores, fueron enseguida secundados por cientos de fieles que, sin embargo, se aproximaban a ellos más por su inquina hacia el clero católico que por convicciones propias. Además, en 1880, al aceptar el ecumenismo, se produce un cisma interno en el protestantismo y la división entre la Iglesia Española Reformada Episcopal por un lado y la Iglesia Evangélica Española por otro.
Con todo, en 1889 llegaba a Valladolid Emilio Martínez, creador del primer colegio evangélico y difusor del protestantismo en Cigales, donde en 1902 se levantaría la capilla de San Pablo. La Iglesia Evangélica, por su parte, llegó a la ciudad en 1898 de la mano de Federico H. Gray, misionero evangélico de la «Christian Mission in Other Lands», quien estableció la capilla en el número 20 de la calle Mostenses -luego José María Lacort-, extendió la obra por pueblos como Villanubla y Tudela de Duero, y en 1904 puso en marcha el colegio evangélico en una casa particular situada junto a la capilla, de carácter mixto, a cuyas clases llegarían a asistir más de 225 niños y párvulos. Su fama en la ciudad le llevó a ser conocido como «el inglés de barba roja y ojos azules».
De modo que durante los años anteriores a la Guerra Civil, Valladolid contaba con dos focos protestantes consolidados: el de la capital, regentado por Federico H. Gray, a quien enseguida auxiliarían Mariano San León Herrera, uno de aquellos alumnos del colegio evangélico que en 1917 se graduaría como maestro, Juan San León y Eusebio Andrés; y el de Cigales, sostenido por Cipriano San José y, a la muerte de éste, ocurrida en 1919, por Manuel Borobia Muñoz, que en 1923 fundaría otra capilla en el número 25 de la calle Macías Picavea de la capital vallisoletana, adscrita a la Iglesia Española Reformada Episcopal. Ello dio pie a la creación de tres escuelas evangélicas: la de Gray y San León en la calle José María Lacort; la de Borobia en su domicilio de la calle Macías Picavea número 15; y otra regentada por Marta Martínez en la calle Cadena, número 22. Entre las tres asistían a 130 niños de ambos sexos.
El estallido de la Guerra Civil y el rápido triunfo de los militares sublevados provocó que las capillas fueran cerradas al culto -la de Macías Picavea llegó a ser requisada por las autoridades militares- y sus colegios, clausurados. La persecución política también afectó a sus seguidores, denostados por una Iglesia católica triunfante. Mientras Gray, conminado por el gobierno británico, huía de España por Galicia, Manuel Borobia era detenido y procesado por proferir gritos contra los sublevados: lo condenaron por masón -acusación a todas luces falsa- a 12 años de cárcel, pena que luego sería rebajada a 6 años y que cumpliría en Valladolid y en el penal del Puerto de Santa María (Cádiz).
Como ha escrito Juan Bautista Vilar, hasta 1945 la represión franquista contra los protestantes no solo consistió en la persecución individual y en la acusación de pertenencia a la masonería, sino también en la negativa a la reapertura de lugares de culto y la clausura de los ya autorizados, la incautación y retención ilegal por la Administración de inmuebles y propiedades pertenecientes a evangélicos, la penalización del culto clandestino, el cierre de la totalidad de los colegios evangélicos, la suspensión de sus actividades editoriales y la discriminación civil y laboral de individuos pertenecientes a iglesias disidentes.
Pero el rumbo de la Segunda Guerra Mundial, favorable a las potencias democráticas en detrimento de la Alemania nazi y la Italia fascista, aliadas ambas de la dictadura de Franco, alentó una apertura moderada del Régimen, que en el Fuero de los Españoles incluyó la posibilidad de profesar confesiones acatólicas en el ámbito privado. Ello propició la reapertura al culto de la capilla de la calle de José María Lacort, autorizada por el gobernador civil el 28 de noviembre de 1945 y regentada de nuevo por Gray, que en 1949 ya contaba con 80 adheridos (50 hombres y 30 mujeres).
No ocurrió así en Cigales, donde los protestantes, poco más de una docena, tuvieron que reunirse en el domicilio del cestero Vicente Rodríguez Pérez. Una nueva ola represiva, iniciada en 1947, afectó también a la provincia vallisoletana, especialmente a Medina del Campo, cuya comunidad de protestantes, liderada por Félix Pradales, no solo vio denegada su petición de abrir un nuevo lugar de culto, sino que fue perseguida y sus miembros llegaron a ser detenidos en 1948 por reunirse en el domicilio particular de aquel.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
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