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Un drama espantoso». Así describía este periódico lo ocurrido aquella tarde del 18 de febrero de 1904. Cuatro personas acababan de perecer ahogadas en la margen izquierda del Pisuerga, muy cerca de la fábrica de harinas La Flecha. Aquella apacible jornada de pesca en barca había terminado en tragedia. Entre los arrastrados por la corriente figuraba el decano del Colegio de Abogados, Teodosio Infante, al que acompañaban su cachicán, Salustiano, el lechero Aniceto y el industrial Diego Hernández. Al menos Juan Manuel, su hijo de once años, pudo ser rescatado después de cuatro intentos.
Es uno de los muchísimos siniestros que han jalonado la historia del río vallisoletano desde tiempos remotos. Ya en julio de 1556, por ejemplo, el muchacho Alonso de Guardalanza perdió la vida después de haber entrado «a nadar por en el rio mayor desta villa detrás de las tenerias», según documento transcrito por Anastasio Rojo Vega. Y es que las aguas del Pisuerga han ocupado un lugar constante en nuestras crónicas de sucesos, bien por haber sido el escenario de suicidios y muertes fortuitas, bien por dar cruel cuenta de las imprudencias cometidas en sus orillas, sobre todo en época estival.
Acostumbrados los lectores de El Norte de Castilla a toparse con siniestros de este tipo –entre 1902 y 1906, por ejemplo, se registraron 21 ahogados–, su impacto se tornaba aún más brutal cuando las víctimas eran menores de edad o se trataba de personas muy conocidas y apreciadas en la ciudad. Así ocurrió cuando en agosto de 1908 se supo que Mariano Cueva, de solo 14 años, se había ahogado en Las Aceñas tras sufrir un calambre mientras nadaba, o en mayo de 1910, al tener noticia de la muerte en el Pisuerga del conocido y «honradísimo» cobrador de los tranvías Ricardo Sánchez Carbajosa.
Diez años después corrió como la pólvora la tragedia que asoló a la familia de Antonio Sainz de La Madrid, de apenas 11 años, quien, haciendo caso omiso de sus amigos, se lanzó a las aguas en el barrio de Linares. La de los 20 fue una década negra. Hubo días en que los Catarro, encargados del alquiler de las barcas y rescatadores improvisados de las víctimas, no daban abasto. En marzo de 1926, por ejemplo, tuvieron que sacar los cadáveres de una anciana de 72 años y de dos escolares –Aurelio Matilla y Mariano Gilsanz–, en 1928 obraron de igual manera con un muchacho y un obrero, y en junio de 1929, con 80 barcas sobre el río, hicieron lo que pudieron. Una de ellas, por cierto, llevaba tras de sí a Antonio Placer, de 18 años, que jugaba con sus tripulantes a lanzarles una pelota desde el agua: su cadáver tardaría horas en aparecer.
Los calores de agosto de 1933 animaron a tres obreros de la Granja Quiñones a bañarse en las aguas del Pisuerga en Valoria la Buena. Los gritos de auxilio de Gerardo, de solo 19 años, alertaron a Elías, de 25, que no dudó en lanzarse en su ayuda. Lo mismo hizo Pablo cuando los vio hundirse. Los tres murieron porque no sabían nadar. En marzo de 1945 fue un pescador el que descubrió el cadáver del bedel de la Facultad de Medicina, Mariano Niño, de 27 años, cerca de la finca Santa Ana. Al igual que él, Agustín Hernando, portero de la delegación de Hacienda de 62 años, llevaba varios días desaparecido hasta que en julio de 1946 lo encontraron flotando junto a una finca del Camino Viejo de Simancas.
A Fermín Gómez, recién llegado de Santander para pasar un fin de semana con su novia, no se le ocurrió mejor idea que bañarse en el río mientras paseaban en barca. Fue ella, Piedad Gutiérrez, la que alertó al Catarro: ya nunca olvidaría aquel mes de agosto de 1966 en que murió Fermín. Siete años después saltó al periódico la tragedia de aquel niño al que se le cayeron los juguetes al río junto a la calle Soto: «A la carga, mis valientes», gritó a sus amigos antes de lanzarse y ser arrastrado por las aguas.
Cinco años tenía el pequeño que en abril de 1984 resbaló y se cayó al Pisuerga en las proximidades de la calle Joaquín Velasco Martín: nada pudo hacer para salvarle el policía municipal que se arrojó al agua al oír los gritos de sus hermanos. Los primeros años de la década de los 90 fueron especialmente aciagos. En enero de 1991, por ejemplo, se encontró a una joven ahogada a la altura del Instituto de Formación Profesional de La Rondilla con una cuerda atada en las manos, al año siguiente fallecía un anciano de 1992 junto al Puente de la División Azul (hoy de Arturo Eyries) y en 1993 era rescatado el cadáver de una mujer de 35 años que había dejado en la orilla, junto al Puente Colgante, su bolso de piel.
Más cercanas en el tiempo son las tragedias de Wascar Michel Mateo, un joven dominicano que murió ahogado en diciembre de 2006 mientras se divertía con unos amigos en la zona de Francisco Suárez, y, sobre todo, las muertes en el Pisuerga de Lalo García, histórico jugador de baloncesto vallisoletano fallecido en marzo de 2015, y del exfiscal de menores Juan Ignacio Hernández, en diciembre de 2019.
El 27 de mayo de 1927, el gobernador civil entregaba al conocido pescador Juan Martín, más conocido como 'el Catarro', la Cruz de Beneficencia en su distintivo blanco y negro «por su desinteresada labor de vigilancia, salvamento y rescate de ahogados en el río Pisuerga».
Impulsor de la conocida saga de barqueros vallisoletana, ya entonces era famoso por su gran conocimiento del río, facultad que le permitía ayudar a personas en apuro, salvar vidas y ser requerido para buscar y rescatar cadáveres. Esta última labor, triste pero necesaria, se tornó especialmente intensa en la década de los 20, marcada por la afluencia de barcas en el Pisuerga en época estival. Aquel día, el Catarro recibió también una libreta de la Caja de Ahorros con 200 pesetas, fruto de una cuestación popular en agradecimiento por su «obra de caridad».
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Equipo de Pantallas, Oskar Belategui, Borja Crespo, Rosa Palo, Iker Cortés | Madrid, Boquerini, Carlos G. Fernández, Mikel Labastida y Leticia Aróstegui
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