Historia de Valladolid a través de El Norte de Castilla ·
Quince meses después de haber sido desvalijada la caja fuerte del Banco Castellano, hoy sede del BBVA, detuvieron a los culpables; era noviembre de 1965 y el «cerebro» de la trama decía haber actuado por venganza
La policía no dudó un instante a la hora de calificar el suceso: «Ha sido un golpe maestro que pasará a la historia de la delincuencia española.» También El Norte de Castilla resaltaba la «singular astucia» con que había sido perpetrado. Ocurrió el ... 3 de agosto de 1964 y la noticia estalló como un auténtico polvorín en aquella ciudad que estrenaba planes desarrollistas y alumbraba un porvenir de riqueza. El Banco Castellano -hoy sede del BBVA en la calle Duque de la Victoria- había sido desvalijado y de su caja fuerte habían hurtado la friolera de cinco millones doscientas mil pesetas de la época.
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¿Ladrones profesionales o simples aficionados? La pregunta no era fácil de responder. «Un papel de bocadillo, una botella de vino y una defecación son las únicas pistas que hemos encontrado», declararon los agentes a la prensa. Apenas se sabía algo más que la detención de cuatro sospechosos, entre ellos el cajero Luis Valentín Pedrero y su ayudante, Adolfo Sánchez Camino.
Las investigaciones y el silencio mediático se alargaron durante quince interminables meses que hacían pronosticar el acierto definitivo de los cacos, el cierre desesperado del caso y la angustia de banqueros y policías, especialmente del director general de la entidad, Tesifonte López Pérez, quien llegó a contratar por su cuenta los servicios de personas que investigaran por todos los rincones y emitiesen los pertinentes informes. Pero no había manera. Catorce meses más tarde, nada se había aclarado.
Hasta aquel 5 de noviembre de 1965 en que El Norte de Castilla regalaba un titular imprevisto: «El robo del Banco Castellano, casi aclarado». La noticia cayó como una bomba. Mariano González Cabezón, trabajador de la entidad desde 1961 y en ese momento ordenanza vigilante, lo confesó todo: había enterrado el dinero en un paraje denominado «La Cascajera», situado en la carretera de Renedo, a la altura de la cuesta del Tomillo, concretamente en la finca propiedad de Juan Alonso González. Lo habían detenido el día 2 porque, entre otras actitudes sospechosas, «gastaba más de lo que ganaba: había ganado 68.000 pesetas y gastado 125.000».
El contratista Félix Paredes aportó un camión y cuatro operarios, que enseguida comenzaron a escavar. Hacia las diez de la mañana, con ayuda del propio González Cabezón, apareció una lata con 940.000 pesetas en su interior. Luego fueron a su casa y hallaron otro envase similar que guardaba un millón ciento noventa y siete mil pesetas más. Enseguida se supo que había otro cómplice detenido.
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Porque, en efecto, Mariano no era el único ni, por supuesto, el más importante urdidor de tamaña aventura. El solo había puesto sus manos y seguido fielmente las pertinentes instrucciones de un «cerebro pensante», señalaba El Norte de Castilla. El artífice intelectual del atraco se llamaba Gregorio Atienza y era oficinista del Banco. Sabedor de que para abrir la caja fuerte eran imprescindibles, al menos, una persona de confianza lo suficientemente familiarizada con la entidad, tres llaves y una clave, él se encargó de esta última mientras Mariano hacía otro tanto con las llaves. El vigilante, al hacer su turno de tarde, se hallaba bien escoltado por el tiempo y la soledad.
Actuó a las cuatro, hora imperdonable de la siesta y el descanso; dos horas después ya había consumado el atraco y, pasadas las seis, llegaba en su «isocarro» a la cuesta del Tomillo para esconder parte del dinero robado. En el Banco había dejado las tres pistas falsas con las que, según su declaración, haría creer a la policía que se trataba de ladrones profesionales; hasta transportó él mismo la defecación.
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Lo cierto es que desde hacía tiempo la pareja venía siendo vigilada. A Gregorio lo veían ir y venir de la oficina de Bankins, en el número 1 de la Plaza de España, donde trabajaba, a horas más tempranas que las de sus compañeros, reunirse con amigos ajenos a la oficina y con el mismo Mariano. Todos estaban bajo sospecha y vigilancia. La policía fue atando cabos. Dos días después de la detención de Atienza, el 6 de noviembre, fueron halladas 29.000 pesetas en el cajón de su mesa de trabajo y dos latas con 1.200.000 pesetas oculto en el rodapié del mostrador de la entrada.
Antes de esclarecerse el caso circularon todo tipo de rumores por la ciudad. El más lacerante y prodigado tenía que ver con el trato dispensado a los delincuentes, pues se hablaba con toda naturalidad de un interrogatorio con más que simples preguntas y respuestas. «Muchos suponían que la Policía había empleado, estaba empleando, la violencia. Nada de eso hubo. Quien nos lo ha confirmado así tiene autoridad para hacer esa afirmación», sentenciaba El Norte de Castilla.
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Atienza masticaba desde tiempo atrás un odio visceral hacia la entidad bancaria en la que había entrado a trabajar en 1929; sobre todo hacia su director general. Éste no se fiaba de él desde que le llegaron rumores de que planeaba dar un golpe en su propio Banco. Era 1963 y le suspendieron de empleo y sueldo. Luego se sobreseyó el expediente laboral y Atienza, como jurado de empresa, emprendió una serie de acciones judiciales, incluida una demanda contra el director por «abuso de autoridad».
Cuentan que el mismo día en que la policía lo condujo a su nueva oficina en Bankins para que devolviera el dinero, el aún presunto delincuente confesó a un compañero suyo el verdadero motivo del atraco: no quería enriquecerse, sólo vengarse del Banco y de su director general. Tenía pensado devolver su parte bajo secreto de confesión, afirmaba. Aun así, todavía en noviembre de 1965 1.600.000 pesetas seguían sin aparecer. El 17 de enero de 1967, Atienza y González Cabezón fueron condenados a once años, cuatro meses y un día de prisión mayor.
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