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La autora de 'Los pazos de Ulloa' y de 'La cuestión palpitante' no había cumplido los 24 años cuando daba a la imprenta uno de los artículos más representativos de su ideología naturalista y determinista. Muy pocos lo conocían antes de que Marisa Sotelo Vázquez, catedrática de Literatura Española de la Universidad de Barcelona, lo rescatara para 'La Tribuna. Cuadernos de Estudos da Casa-Muso Emilia Pardo Bazán' en el año 2022.
Llevaba por título «Valladolid y sus recuerdos. Estudios artísticos», y había sido publicado en la revista coruñesa 'La Lira' el 13 de mayo de 1875, en plena fase de aprendizaje periodístico. Pero no se trata únicamente de un ejemplo más de la fecunda labor de Emilia Pardo Bazán como cronista de viajes y autora de artículos periodísticos, sino también de una muestra clara de su determinismo racial, convencida como estaba -siguiendo, entre otros, a Taine-, de que «la raza, el medio y el momento histórico determinan y explican la obra de arte», explica Sotelo.
En efecto. No otras son las razones que explicarían, según Pardo Bazán, la fecundidad histórica, artística y espiritual de Valladolid: «En el valle risueño y feraz, bañado por las sesgas aguas del Pisuerga, existió con una vida múltiple y febril un microcosmos, un centro de prodigiosa actividad, al cual confluirían para luchar brazo a brazo, todas las ideas, tendencias y aspiraciones que han agitado a la humanidad».
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Para muestra, toda una serie de hitos históricos, de enorme trascendencia, que serían fruto del despliegue intemporal del carácter vallisoletano: la estancia de Miguel de Cervantes para escribir «las mejores páginas de su asombroso Quijote»; la muerte de Cristóbal Colón; la creación, «bajo el amparo de Felipe II», de un «Colegio para la educación de jóvenes irlandeses católicos, adoctrinados exprofeso para combatir en su país el protestantismo»; la presencia de Fray Luis de León y de Santa Teresa; o la existencia del mismísimo Pedro Ansúrez, «bondadoso y sencillo, guerrero formidable, valiente hasta la temeridad, compañero del Cid y señor soberano de Valladolid por juro de Alfonso VI».
Pero tanto o más que la historia, el genio vallisoletano encontraría un reflejo más auténtico en el arte de los siglos XVI y XVII, «siglos de oro de nuestra patria que ceñía a la sazón una doble diadema de océanos y de mundos». Fue entonces, según Pardo Bazán, cuando arraigaron «en las entrañas de Valladolid todos los retoños del árbol de la inteligencia y del arte», personificados en la vida y obra de Juan de Juni, a quien el pueblo vallisoletano, «sacudido por vitales estremecimientos y por oleadas de grandezas y de revelaciones», inspiró transfundiéndole «en las venas su espíritu generosamente ecléctico». Después de elogiar su obra, la condesa de Pardo Bazán, haciendo gala de sus tesis deterministas, recuerda que «Juan de Juni es el artista que le corresponde a Valladolid, como Murillo a Sevilla y Goya a la época decadente, pero característica de Carlos IV. Los periodos históricos crean artistas 'ad hoc', como las condiciones climatológicas crean fieras y faunas particulares».
Emilia Pardo Bazán mantuvo siempre su fascinación por Valladolid. Así lo demuestra su estancia de tres días, del 13 al 16 de mayo de 1920 (justo un año antes de su fallecimiento), en compañía de su hija, para inaugurar el curso del Ateneo y participar en diferentes actos culturales. Su conferencia, titulada «La realidad de la Patria», comenzaba identificando Valladolid con la esencia del ser español: «Los que con afán constante buscamos a España, y necesitamos para nuestra vida interior encontrarla, y tenerla presente, en ningún sitio la hallaremos mejor que aquí, en esta ciudad tan esencialmente castellana y española». Haciendo gala de ese determinismo racial que la caracterizaba, Emilia Pardo Bazán desgranó en nuestra ciudad los principales factores explicativos de la unidad de la patria: la raza española, «más mezclada que ninguna» y que, por eso mismo, «logra unificar lo heterogéneo»; el «gran vínculo de unidad espiritual» que proporcionó la religión cristiana, germen de «la unidad nacional ibérica»; la Monarquía como «gran vínculo integrador»; y «el estado de guerra creado por el movimiento reconquistador».
De ahí que las causas de la decadencia española, incluida la incapacidad de crear una clase media ilustrada, fuesen de índole psicológica y consistiesen en el hundimiento, a partir del siglo XVII, de las «cualidades típicas» de los españoles: de ser graves, creyentes, ardorosos, patriotas, místicos y estoicos, habrían pasado a dejarse llevar por la indiferencia, el rentismo, el cinismo, el sedentarismo, la somnolencia, la parálisis general e incluso, ante la leyenda negra creada por potencias extranjeras, el remordimiento, el pudor y la «vergüenza ante tanta gloria». Y para rematar, la falta de cultura y la ignorancia generalizada, cuando, precisamente, «la sabiduría y la cultura deben hacer el oficio de la sangre al repartirse por el cuerpo».
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