Su atractiva silueta sigue llamando la atención de los vallisoletanos que transitan por las inmediaciones de la Plaza de la Danza. Los más veteranos la conocen como «La Cerámica», pero pocos saben que este edificio de ladrillo con cubierta metálica de tipo inglés, acompañado de ... una chimenea que se yergue sobre el conjunto como si fuera un minarete, fue una industria pujante hasta los años 70 del siglo XX, y que su pervivencia debe mucho a la presión de los vecinos del barrio de San Juan-Los Vadillos. Así lo demuestra Luis Carretero Ajo en el libro 'La Cerámica Silió. Historia y Transformación Urbana', de reciente publicación.
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Este profesor de Geografía e Historia del IES La Merced, recién jubilado, ha reconstruido la historia de esta emblemática fábrica y de su entorno a través de la consulta de fuentes diversas: documentación del Archivo Municipal, noticias de periódicos, boletines de la Asociación Vecinal Bailarín Vicente Escudero y testimonios de algunos de sus promotores. También ha contado con el concurso de antiguos colegas de docencia como Ernesto Gamayo Jiménez, Inés Municio de la Concha, Juan Carlos Hernández Padrones y María Jesús Ramos, entre otros que formaron parte del Grupo de Trabajo «La Cerámica de San Juan» del IES La Merced.
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La decisión de instalar la fábrica de gres en el Barrio de San Juan no puede entenderse sin la transformación de aquel arrabal medieval poblado por habitantes humildes, dedicados prioritariamente a las actividades agrarias, en un barrio obrero e industrial a partir del último tercio del siglo XIX, momento en el que se establecen las pioneras fábricas de cerveza y malta. A ellas se sumaría, a partir de 1908, «La Cerámica» de Silió, promovida por un consejo de administración formado por Eloy Silió Gutiérrez, César Silió Cortés, Francisco Zarandona Valentín, Emilio Lainz Juncal y Eugenio Muñoz Ramos. Como señalaban en su petición de licencia, el objetivo prioritario era producir tubos de gres barnizado junto con los accesorios necesarios para las canalizaciones a baja presión, aprovechando que todas las ciudades estaban instalando canalizaciones de alcantarillado con este nuevo material.
La buena marcha de la empresa facilitó la adquisición de «La Progresiva de Castilla», establecida en 1915 en el Paseo de San Vicente para la fabricación de ladrillos y tejas, y de la madrileña «Cerámica de D. Bruno Zaldo», abierta en 1920, la instalación de otra fábrica en Reinosa y una más, ya en 1970, en La Cistérniga. Seis años después se ponía en marcha el embrión de la futura Asociación Vecinal Bailarín Vicente Escudero, con objeto de dinamizar la participación en el barrio y, sobre todo, reivindicar mejoras para la calidad de vida de sus habitantes. Lo más acuciante era, a su juicio, paralizar la actividad productiva de «La Cerámica» por los nocivos efectos que provocaban los contaminantes químicos de sus emisiones, demanda que aglutinó a los vecinos de San Juan, Vadillos y Circular en 1988.
Pero no se trataba solo de conseguir el traslado productivo de la fábrica fuera del barrio, sino también de transformar el edificio fabril y todo su perímetro en un espacio dotacional que beneficiase a los vecinos. La lucha de la Asociación, escribe Carretero, se topó con la resistencia de los dueños de la empresa, más proclives a utilizar el espacio de La Cerámica para la construcción de inmuebles residenciales beneficiándose así de las plusvalías resultantes, pero también con la ambigüedad inicial del Consistorio presidido por el socialista Tomás Rodríguez Bolaños. De modo que si tras el cese de actividad de la fábrica, en marzo de 1993, se consiguió transformar el espacio en el actual Parque de la Danza, culminado de manera definitiva en abril de 2000, ello se debió, fundamentalmente, a la presión de la Asociación Vecinal.
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Las cien páginas del libro de Luis Carretero, acompañadas de numerosas fotografías e ilustraciones, explican con detalle la conservación de este emblemático ejemplo de patrimonio industrial vallisoletano, fruto sin duda de la voluntad de la Asociación Vecinal de preservar la memoria del pasado obrero e industrial del barrio, así como la conquista de un gran espacio público para disfrute de todos sus vecinos. Actualmente, el edificio de la antigua Cerámica se destina en parte a uso comercial, con una primera planta alquilada a una gran superficie, pero también socio-cultural, pues la segunda sirve de oficina a un centro de formación del sindicato Comisiones Obreras.
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