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Julio Senador Gómez junto a la portada de una de sus obras más emblemáticas. EL NORTE
Angustia de España, miseria de Castilla

Angustia de España, miseria de Castilla

El 29 de enero de 1962 murió Julio Senador Gómez, regeneracionista tardío que denunció con dureza el declive de las tierras y las gentes castellanas

Martes, 1 de febrero 2022, 00:05

«Donde no hay agua hay latifundio y confiscación de la propiedad; donde hay eso hay caciquismo; donde hay caciquismo hay centralismo, y donde hay centralismo hay abuso, tiranía y arbitrariedad y gobiernos ametralladores. Nada. ¡El caos!». El autor de estas líneas llevaba por bandera la herida sangrante de una Castilla en ruinas, clamaba por un gobierno eficaz en sus políticas económicas y por un reparto justo de tierras que allanara el camino hacia la redención de la maltrecha gente del campo. 60 años después de su muerte, los escritos de Julio Senador Gómez Maestro, vallisoletano de Cervillego de la Cruz, nos remiten a problemas actuales, a demandas hirientes del entorno rural y a muchas angustias de lo que ahora se conoce como la España vacía.

Nacido el 26 de septiembre de 1872 en el seno de una familia de agricultores acomodados, este exponente del llamado «regeneracionismo tardío» pasó una infancia feliz pese a padecer una poliomielitis que le causaría una exagerada cojera. Cursó las primeras letras en su pueblo natal y la segunda enseñanza en el Colegio vallisoletano de Santo Tomás. Según su propio testimonio, en 1888 se matriculó en Derecho sin ganas ni vocación («las clases eran un pitorreo y un cúmulo de ignorancia»), pero obtuvo la licenciatura en 1897 y su primer destino como notario rural en 1903, en la localidad leonesa de Santa María del Páramo. Allí se topó de lleno con la miseria; apenas cobraba dos reales diarios.

Agudo observador de la realidad que le circundaba y obsesionado por problemas como la deforestación de Castilla o el mal uso del agua, pasó luego a Quintanilla de Abajo, desde donde en 1909 se trasladaría a Poza de la Sal, en la provincia de Burgos, y al año siguiente a Palencia: primero a Cevico de la Torre y, en 1910, a Frómista, donde además de obtener ingresos dignos comenzó a ser conocido por sus polémicos escritos. De hecho, a Julio Senador Gómez se le conocerá desde entonces como el «notario de Frómista», y los críticos ponderarán sus libros 'Castilla en escombros' (1915), 'La tierra libre' (1918) y 'La canción del Duero' (1919).

En ellos y en sus asiduas colaboraciones periodísticas se reflejan las claves de un pensamiento a contracorriente y tremendista, caracterizado por un pesimismo antropológico que dispara argumentos como si fueran latigazos contra la realidad del momento. Denuncia Julio Senador Gómez la miseria del campo, los desastres de la desamortización, a la que responsabiliza de la emigración y del despoblamiento rural, la deforestación galopante, el mal aprovechamiento de las aguas, el equivocado monocultivo cerealista, la lacra del centralismo, el erróneo sistema fiscal y el nefasto reparto de la tierra. En ello abundará en sus siguientes publicaciones, ya como notario de San Vicente de Alcántara, provincia de Badajoz: 'Los derechos del hombre y del hambre' (1928), 'Al servicio de la plebe' (1930) y 'El impuesto y los pobres' (1931), fundamentalmente.

Defensor de un impuesto directo sobre la propiedad de la tierra, sus propuestas han sido analizadas por autores como Antonio Fernández Sancha, José Jiménez Lozano, Jesús María Palomares, Enrique Orduña, Fabián Estapé y Andrés de Blas. Julio Senador Gómez denunció la pobreza del interior peninsular frente a una periferia enriquecida por las ventajas de la protección arancelaria, propugnó la sustitución de políticos al uso por expertos, se decantó por el municipalismo, denunció el sistema de la Restauración, el regionalismo y el liberalismo de los años 20. La ambigüedad de su pensamiento y la retórica excesiva de sus escritos han despertado sospechas acerca de su fidelidad a los principios democráticos. Hay quienes lo presentan afín a un autoritarismo proclive a la tesis del «cirujano de hierro» de Joaquín Costa y quienes, al contrario, le adscriben a una izquierda radical atenta a las masas oprimidas.

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Desde Pamplona, su último destino como notario, acogió sin entusiasmo la proclamación de la Segunda República, de la que renegó por no resolver el problema de la tierra y más aún tras la revolución de octubre de 1934: «Después [de octubre de 1934], ya a ningún hombre civilizado le cabe más que una alternativa; o con Roma o con Moscú. Y no hará falta decir, estoy con Roma», declaró en una entrevista. Temeroso ante el devenir político de nuestro país, dejó de escribir en 1935 y sufrió la angustia de tener tres hijos movilizados durante la Guerra Civil.

Julio Senador Gómez se jubiló en 1942 y aunque, según todos los indicios, pasó sus últimos días de manera apacible, el Centro Documental de la Memoria Histórica custodia el expediente incoado contra él durante el Franquismo por el Tribunal Especial para la Represión de la Masonería y el Comunismo. Como apunta Andrés de Blas, «la oligarquía financiero-latifundista, tan poderosa en el régimen de Franco, no se olvidaría tan fácilmente de sus diatribas a favor del impuesto directo y único sobre la tierra». Sea como fuere, cuando murió en Pamplona el 29 de enero de 1962, con 89 años, este periódico lo despidió como un excelente pensador que sobresalió por su «amor a los campesinos, a España y a los humildes», autor de obras decisivas «escritas con un estilo castizo y vibrante».

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