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Viviendas rupestres, trogloditas o casas cueva, que de todas estas formas se conoce una forma habitacional más extendida por la provincia de Valladolid de lo que pueda parecer, y que hasta mediado el siglo XX aún existía de forma notable. Es más, aún existen este tipo de viviendas en uso en Valladolid ciudad, en la Cuesta de la Maruquesa, al pie de la Fuente del Sol: las viviendas más primitivas provienen de las oquedades que dejaron las extracciones de áridos destinado a la construcción. A finales de los años 90 el Ayuntamiento tuvo que acometer obras de consolidación de la ladera para evitar las severas humedades y los riesgos de derrumbe de los dormitorios.
Aguilar de Campos, Cabezón de Pisuerga, Cubillas de Santa Marta, Mucientes, Peñaflor de Hornija y Trigueros del Valle, son algunos ejemplos de los municipios vallisoletanos en los que todavía hay memoria viva de las casas cueva. Casas que se ubicaban en el cantil de los páramos y en la ladera de los tesos: los bordes de Torozos y el Cerrato han sido lugares especialmente ocupados por viviendas rupestres.
No es posible datar desde que época viene este sistema habitacional, pero lo cierto es que hasta bien entrado el siglo XX en ellas aún se fueron asentando familias en situación de precariedad económica: no requieren el uso de material de construcción, como madera, ladrillo o piedra. La excavación, a pico y pala, en tierras arcillosas, marga o arenisca, muy características de Valladolid, tenía la ventaja que la tierra en contacto con el aire se endurece y solo requiere ser encalada para hacerla más amable. Y si la oquedad inicial no era muy grande, siempre se podía ampliar mediante nuevas sisas para hacer más dormitorios.
La vida en esas viviendas no era muy cómoda: había que bajar al pueblo a por agua, carecían de luz eléctrica y no disponían de retrete. Aun así no carecían de cierto confort como era el que prácticamente todo el año tenían la misma temperatura, a salvo de fríos extremos y de los rigurosos calores estivales. Cierto es que con frecuencia tenían que hacer frente a humedades que amenazaban el derrumbe de alguno de los habitáculos.
No obstante su aparente tosquedad, en general las casas no carecían de una estructura convencional: fachada-portal, cocina-hogar, despensa y pasillo distribuidor por el que se accede a las alcobas. Incluso algunas, en la entrada habilitaban una pequeña cuadra con su pesebre, y hasta un horno.
En muchos casos, y cuando la economía doméstica lo permitía, se hizo construcción convencional en el exterior, en la que, normalmente se reubicaba la cocina y el comedor, manteniendo el interior para dormitorios.
Un buen puñado de estas casas han mudado su uso en merenderos, bodegas o trasteros, por lo que aún es reconocible su tipología constructiva interior.
Por barrio del Castillo se conoce en Aguilar de Campos, la zona en la que, al pie de la antigua fortaleza que domina el caserío del pueblo, se ubicaban unas treinta casas rupestres, algunas de las cuales se conservan en buen estado, pues estuvieron habitadas hasta finales del siglo XX.
En Mucientes, el camino de las Adoberas –llamado así porque es un cerro del que se extraía arcilla para la fabricación de adobes-, es en el que se localizan unas cuantas de estas casas, y en Cabezón de Pisuerga en la ladera del Cerro de Altamira orientada hacia el río. En este municipio, a principios de los años 50 se construyó un barrio nuevo para alojar a unas cuarenta familias que todavía vivían en estas casas excavadas.
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Y muy recientemente, en Trigueros del Valle se han recuperado dos casas cueva que se remontan al siglo XVIII. Son una muestra de las había en uso hasta el siglo pasado. Se sitúan en el borde del cerro donde está la ermita de la Virgen del Castillo y su interior, visitable, se ha recreado como museo. Algunas de ellas llegaron a disponer de luz eléctrica. Son casas que incluso disponían de horno y establo. Las casas cueva forman parte de un entorno protegido como Bien de Interés Cultural.
Ortega y Gasset, de uno de sus viajes por España escribió, referido a Dueñas (Palencia) –comarca del Cerrato-, lo siguiente: «En torno al pueblo edificado sobre la tierra, hay un pueblo de terrícolas, de hombres que viven como hormigas dentro del cabezo. Allí, sepultos en las entrañas del montículo, estos castellanos y castellanas, hermanos nuestros, duermen, aman, paren».
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