El Cronista | Historias de aquí
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El Campo Grande, de ser «poco menos que un corral» a alzarse como pulmón verde de ValladolidEl Campo Grande venían embelleciéndose a lo largo del siglo XIX haciendo plantaciones de árboles, e incluso colocando algunas esculturas, pero dejando libre de obstáculos la mayor parte de su superficie, pues era útil para prácticas militares, recibimiento de autoridades y realeza, y, en fin, cualesquiera otra actividad que requiriera una amplia superficie despejada.
Mas, no pasaba de ser un lugar un tanto inhóspito, hasta el punto de que El Norte de Castilla, en 1860 lo describió como «poco menos que un corral».
Bajo el mandato del alcalde Miguel Íscar se acometió el diseño de lo que ahora es el gran pulmón del Valladolid más urbano. Para ello se contrataron los servicios de Francisco de Paula Sabadell y Oliva, y de su tío Ramón Oliva, ambos jardineros procedentes de Cataluña.
Entre las iniciativas para hacer de lo que hasta entonces se conocía como Campo de Marte (el dios de la Guerra, por las prácticas militares que allí se realizaban), estaban la construcción de un gran estanque y de una gruta con cascada, muy de moda en los jardines europeos, que construían adornos con aire romántico.
El lago ocupó, finalmente, una superficie de unos 3.000 metros cuadrados, construido con mortero hidráulico y rodeado de piedra procedente de la Parrilla, Montemayor de Pinilla y otros pueblos contiguos, la misma piedra con la que también se construyeron las islas del lago.
Mucho más complicado resultó la construcción de la gruta. El proyecto lo elaboró Ramón Oliva. Se consideró como una obra artística, por lo tanto no se haría como una obra pública normal con su correspondiente subasta para contratar a las personas más adecuadas.
No obstante, el expediente era muy detallado en cómo hacer el arreglo completo, decorado de la cascada, instalación de aquarios, pavimento, galería de entrada, y las estalactitas –de las que se estimó que harían falta unos 20.000 kilogramos- que debían ser naturales, procedentes de cualquier cueva de España. Todo ello, «con el gusto y perfección que es de desear».
Para llevarlo a cabo se firmó un convenio con el francés José Malaure, al que se le trataba de artista, para que ejecutara la obra por un importe de 7.200 pesetas, y un plazo de ejecución de seis meses
La cascada se comenzó a construir sin un proyecto arquitectónico, aunque sí se conocía el aspecto que tendría, pues en octubre de 1879, una comisión del Ayuntamiento visitó una maqueta que se había montado en el jardín de la casa de Longa, en la calle Juan Mambrilla, que ahora forma parte del colegio de la Enseñanza, y de la cual se conserva la fachada que da al patio de acceso al colegio y la capilla. En esta casa nació Benigno de la Vega-Inclán, el que fue Comisario Regio de Turismo con Alfonso XIII.
Iniciada la construcción de la gruta, comenzó a circular por la ciudad la opinión de que al parecer no ofrecía seguridad, cosa que desmintió el alcalde aportando el informe firmado por varios facultativos.
Pero lo cierto es que sí era verdad que las obras de construcción no habían ido bien, hasta el punto de que el arquitecto municipal mandó ejecutar varias modificaciones importantes para evitar que aquello pudiera venirse abajo: hacer muros de contención y aligerar la cimbra para rebajar su peso. Buena parte de la «montaña» se hizo utilizando piedras de derribos de otros edificios de Valladolid, como las que había de la vieja Casa Consistorial.
Además, la adquisición de las estalactitas y los cristales para los acuarios fue muy conflictiva. Malaure, rastreó varias cuevas de España y terminó por comprar miles de kilos de estalactitas de la cueva burgalesa de Atapuerca.
Aquello conmocionó a la Comisión Provincial de Monumentos de Burgos, a la Sociedad Antropológica Española, a ingenieros de minas y a otras corporaciones de Burgos. De tal manera que el gobernador Civil de Burgos envió a la Guardia Civil para interceptar los vagones que iban a transportar las estalactitas hasta Valladolid.
Tanto se enrareció la controversia que tuvo que intervenir el ministro de Fomento, que terminó por pronunciarse en favor de Valladolid, y ordenó la entrega de las estalactitas a su Ayuntamiento, ante lo cual el de Burgos pensó en interponer un recurso de alzada ante el Consejo de Estado.
Es el caso, que el 29 de mayo de 1880 llegaron las estalactitas a Valladolid, y ya hacía días que las aguas caían por entre las rocas «desde lo más alto de la cascada». En las ferias de 1880 la gruta ya estaba finalizada y también montados los acuarios.
Tan deseoso estaba el Ayuntamiento de que se diera a conocer la obra y su solidez que la gruta se inauguró con la actuación de un funambulista, que desde el lago subió a la cima de la cascada, con gran admiración de los asistentes, que se maravillaron con la caída del agua a través de las piedras y las estalactitas.
Desde entonces, aquella magnífica obra, con sendos acuarios, se convirtió en uno de los lugares más visitados de Valladolid por propios y turistas.
El Norte de Castilla publica una crónica el 25 de septiembre de 1881 en la que se relata: «Ayer oímos con placer los elogios que tributan personas que han viajado por el extranjero, a nuestro lindo paseo del Campo Grande y a la cascada, mostrando excesiva profusión de estalactitas y poca clase de pescados del aquarium. Sin embargo, creemos que con el tiempo se irán arreglando estas pequeñas faltas de detalle y se procurará adquirir curiosos ejemplares de pescados raros».
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Ese nuevo y admirado Campo Grande tuvo, además, una nueva atracción que llamaba la atención del público: dos bonitos cisnes que había en el lago, regalados por el vicecónsul de Francia en Valladolid, Monsieur Luis Bovilac. Pero la prensa advirtió que los niños no les dieran pan de la mano pues el pico de las aves era tan fuerte que podía cortar sus dedos, así que mejor arrojar el pan al agua.
En los años 60, la gruta, convertida en establecimiento hostelero, era uno de los bares de moda en Valladolid. Apenas funcionó dos décadas, pues en los 80 ya mostraba signos de abandono.
Jesús Anta trae a El Norte de Castilla la historia tras el fallecimiento de Pío del Río Hortega, donde el patio del palacio de Santa Cruz toma un gran protagonismo en la historia.
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