Borrar
Consulta la portada del periódico en papel
Imagen del General Espartero.
La llegada del duque de la Victoria a Valladolid: un antes y un después ferroviario
El cronista | Historias de aquí

La llegada del duque de la Victoria a Valladolid: un antes y un después ferroviario

Tras el 26 de abril de 1856 el futuro ligado al ferrocarril dio un cambio a raíz de unas obras que unirían a la ciudad con Burgos

Jesús Anta

Valladolid

Jueves, 25 de abril 2024, 00:19

Pocas veces la ciudad entera ha sido una fiesta tan grande como la que se vivió en aquellos tres días de abril de 1856 en los que estuvo en Valladolid el duque de la Victoria. Vino, ni más ni menos, que a inaugurar, el día 26 «las obras de la segunda sección del ferro-carril del Norte». Unas obras que conectaría Valladolid con Burgos y que formaban parte de lo que sería el trazado completo del tren que habría de unir Madrid con Irún, pasando por Valladolid.

A las cuatro de la tarde del día 25, el duque de la Victoria entró solemnemente en Valladolid por la Puerta del Carmen, donde fue recibido por las máximas autoridades. Las campanas tocaron a repique general, se lanzaron cohetes, se dispararon salvas de artillería, hicieron una parada militar a caballo el Ejército y la Milicia Nacional, iluminaron la noche con fuegos artificiales, se engalanaron las fachadas de las casas por las que pasaría la comitiva que acompañaba al duque.

Ilustración del Puente Encarnado con fuegos artificiales el día de la llegada del duque.

Eso sin sumar la que se formó en la ciudad con las autoridades militares, civiles, eclesiásticas y de funcionarios de alto rango. Al duque le acompañaba desde Madrid el ministro de Fomento, tocaron las bandas militares de música, se lidiaron novillos en la plaza de la Constitución (Plaza Mayor), hubo iluminación general de la ciudad, recorrieron las calles los gigantones, dulzaineros y tamboriles, se instaló una cucaña en la plaza de la Constitución, y para que también participaran de la alegría general las clases necesitadas, se socorrió a los establecimientos de beneficencia, hospitales, presos pobres, pobres de las parroquias y «familias vergonzantes.»

Imposible más actividades y fiestas

Y no era para menos, pues Valladolid iniciaba un próspero futuro ligado al ferrocarril, porque no solo iba a pasar por la ciudad el tren que unía Madrid con Europa, sino que se había determinado que aquí se estableciera el centro estratégico del trazado, que hizo que se ubicaran los talleres generales de reparación del material ferroviario, con lo que supondría la creación de cientos y cientos de puestos de trabajo.

Pero existía un problema importante para poner en marcha un programa de actividades a la altura de la trascendencia de lo que se iba a festejar. El Ayuntamiento y la Diputación tenían las arcas vacías, así que el 18 de marzo se creó una comisión mixta de la Diputación y Ayuntamiento de Valladolid para organizar y financiar los festejos.

La comisión estableció un listado de gastos: arreglar la carretera de Madrid, almuerzo del duque en Olmedo, desfile de gigantones y dulzainas, levantar una tienda de campaña en el Campo de Marte (Campo Grande), reparto de limosna entre la población menesterosa, elaborar un zapapico y una pala de desmonte, la minuta de la Milicia Nacional, adorno de la Casa Consistorial, confeccionar medallas conmemorativas, pagar el banquete oficial, gastos de confitería, cierre de la Plaza de la Constitución para la corrida de novillos, coste de los novillos, gastos del teatro, alquiler de carruajes, imprenta y litografía, fuegos artificiales, gratificaciones por trabajos y gastos varios.

Dibujo de la tienda de campaña levantada en el Campo de Marte.

La comisión invitó a todos los sectores sociales de Valladolid a cooperar con el evento, con una respuesta muy desigual. Por ejemplo, lo profesores veterinarios indicaron que no se encontraban en condiciones de poder cooperar, al igual que el gremio de tiendas de loza y cristal, el gremio de farmacéuticos, médicos y cirujanos acuerdan abrir una suscripción destinada a los huérfanos y viudas indigentes de sus compañeros, pero nada más pueden aportar pues son pocos los miembros que lo componen, el gremio de herreros y cerrajeros aportan construir el zapapico y la pala de desmonte que se iba a regalar al duque de la Victoria, los Expendedores de Carnes aportan la financiación de una corrida de 6 novillos, los fabricantes de curtidos aportan 1.310 reales para las casas de Beneficencia.

La más espléndida, sin duda, fue la Compañía del Canal de Castilla, que aportó 2.000 reales para el Hospital de Dementes, 2.000 para la Casa de Expósitos, 2000 para el Hospital de la Resurrección, 4.000 para la Casa de Beneficencia, y 2.000 para que la comisión mixta los reparta entre los pobres de la capital, y así unos u otros gremios e instituciones.

Curioso fue el apartado de donaciones de joyas, entre el que destaca la donación que hace el doctor Pérez Mínguez –que tenía un almacén de droguería, productos químicos y farmacéuticos en la calle Santiago, que aportó a sus expensas la colección de medallas de metal blanco con los símbolos que eternizarían la efeméride, y la Audiencia comunica que todos sus magistrados están dispuestos a cooperar personalmente para dar la debida solemnidad y brillo a los festejos para obsequiar al Invicto duque de la Victoria y Pacificador de España.

Así entre unos y otros la Comisión Mixta recibió prestados para la celebración del banquete oficial un buen número de tenedores, cucharones, bandejas, candelabros, juegos de trinchar, platos, cuchillos para quesos helados, y una larga relación de objetos de valor para financiar los gastos previstos. Por supuesto, detrás de estas donaciones están todos los apellidos ilustres de la ciudad: Ochotorena, Fernández Maqueira, Miguel de Reynoso, Lecanda, Sigler, Gardoqui, etcétera.

75.000 reales para la Diputación y 80.000 para el Ayuntamiento

Se llevaron a cabo tres solemnes actividades. Una de ellas fue entonar un Te Deum en la Catedral de Valladolid; otra, en la mañana del 26, fue la bendición por el deán de la Catedral del zapapico y la pala que habían donado el gremio de herreros y cerrajeros. Estaba previsto hacerlo bajo una carpa instalada en el Campo de Marte, pero una fuerte lluvia obligó a trasladar la ceremonia a la capilla de la Casa Consistorial. Y la tercera, y más importante, por la tarde, la inauguración de las obras del ferrocarril en el puente Encarnado sobre el Esgueva.

Ell zapapico y la pala que donados por el gremio de herreros.

La comitiva se trasladó al puente, y según relata en su crónica Telesforo Medrano, se leyeron una carta autógrafa de la Reina, y otros documentos oficiales, y el general Espartero removió las primeras tierras con el pico y la pala que por la mañana habían sido bendecidos. A continuación, el duque de la Victoria pronunció la siguientes palabras: «Tengo la mayor satisfacción en haber cumplido con el honroso encargo que Su Majestad me ha conferido y quedan inauguradas las obras de la Segunda Sección del Ferro-Carril del Norte, que ha de producir la felicidad de Castilla y con especialidad la de Valladolid, que llegará a ser una de las primeras capitales de España. Los castellanos pueden contar siempre con que Su Majestad la Reina y su gobierno les dispensarán cuantos medios están a su alcalnce para labrar su prosperidad y ventura. Viva la Reina. Viva la Constitución. Viva la Libertad»

Y el lunes 28, a las diez de la mañana todas las autoridades civiles y militares de Valladolid, en la dársena del Canal de Castilla despidieron al duque de la Victoria, que embarcó para navegar hacia Palencia en la barca Hernán Cortes. Durante su estancia en Valladolid, el duque de la Victoria pernoctó las tres noches en la casa de su amigo Baldomero Goicoechea, sita en la calle del Obispo, actual Fray Luis de León –una casa palaciega de los Verdesoto-. A ambos les unía una fuerte amistad hasta el punto de que Espartero fue padrino de uno de los hijos de Goicoechea. Se cruzaron una abundante correspondencia tanto de carácter oficial como personal: interesándose por la salud, felicitándose los cumpleaños, intercambiando opiniones políticas o solicitándose favores.

Baldomero Goicoechea y García Lemoine era un militar –compañero de armas de Espartero- que se retiró del servicio activo en 1854, aunque pasó a ser comandante de la Milicia Nacional (un cuerpo de ciudadanos armados), y se dedicó a sus negocios: entre otros tenía una fábrica de cervezas en el Paseo de San Vicente a medias con un socio. Fue concejal del Ayuntamiento los años 1859, 1860 y 1861, y el primer año tuvo que ejercer de alcalde accidental.

Un recuerdo indeleble de aquel acontecimiento es el nombre de una de las calles principales de Valladolid: duque de la Victoria se puso a la vieja calle de Olleros el 25 de febrero, cuando se conoció que dos meses más tarde vendría a Valladolid ni más ni menos que el mismísimo general Joaquín Baldomero Fernández-Espartero y Álvarez de Toro, I duque de la Victoria, I conde de Luchana y príncipe de Vergara. Fue ministro, regente del Reino y presidente del Consejo de Ministros. En 1870 su nombre se barajó incluso para ser proclamado rey de España en un momento de vacío regio que se cubrió con la traída a España de Amadeo de Saboya.

Y la próxima semana

La historia de la poeta y editoria Concha Lagos, muy relacionada con Valladolid gracias a dos bibiliotecarias que acudieron a su casa para inventariar los 2.600 libros que guardaba en su domicilio. Todo se realizó en el más estricto secreto para que la Biblioteca Nacional no se hciera con los ejemplares.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Publicidad

Publicidad

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

elnortedecastilla La llegada del duque de la Victoria a Valladolid: un antes y un después ferroviario