El cronista | Callejeando por Valladolid
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El cronista | Callejeando por Valladolid
La callejuela en la que murió Pepinillo de un disparo de MauserLa calle de la Sierpe es tan corta como interesante. Su referencia principal es el único edificio que tiene portal a esta calle: el número 1, que da vuelta a Cánovas del Castillo y Regalado.
Y la calle también guarda algunas historias que se unen a un nombre tan particular: Sierpe. Un término en desuso para referirse a la serpiente, es decir un reptil que se mueve de forma sinuosa y que si nos fijamos en el trazado actual de la calle, como en el original que tuvo en su momento, efectivamente podemos imaginarnos a una culebra o serpiente. Además, en la última reforma se dibujó precisamente una serpiente en el pavimento.
El número 1 da acceso a las viviendas de todo el edificio, una construcción de 1916 que lleva la firma del maestro de obras Modesto Coloma Palenzuela, y cuyo propietario y promotor de la construcción fue Ramón Freixas.
Freixas instaló en los bajos del edificio el obrador y despacho de pastelería con el nombre comercial de Horno Francés, un establecimiento al que se accedía por Cánovas del Castillo. La planta primera la destinó a residencia familiar y el resto de las viviendas las dedicó al alquiler. Actualmente el bajo está ocupado por una zapatería y una tienda de ropa.
Este Horno Francés comercializó los Dulces Freixas, una combinación de distintos pralinés, nata, yema, tocinillo y diferentes texturas de chocolate, según le contó Rosa, nieta de Ramón, a la periodista de El Norte de Castilla Sonia Quintana en un artículo sobre el obrador. Sus dulces alcanzaron mucha fama.
Volviendo a la calle de la Sierpe, esta ya se cita en el siglo XVI, y era más larga hasta que en el XIX, cuando se hizo un nuevo trazado de la antigua calle Orates, actual Cánovas del Castillo, y Regalado.
Nuestro cronista oficioso, Agapito y Revilla, relata que en una fachada de esta calle había una gruesa serpiente, o un monstruo alado, tallado en piedra. Pero el nombre de la calle seguramente no venga por aquel detalle sino por lo ya dicho: su sinuoso trazado.
La calle cuenta con sus propias historias, como aquella que dice que en la misma aparecieron monstruos alados. Pero, sin duda, la calle alcanzó fama popular en Valladolid a raíz de unos incidentes que ocurrieron el 8 de marzo de 1904 en sus inmediaciones durante una huelga o motín por la carestía de la vida y el desempleo de los jornaleros.
De aquellas revueltas, el escritor, cineasta y escultor Manuel de la Escalera, nacido en México en 1895 y fallecido en Santander en 1994, da cuenta en su libro 'Mamá Grande y su Tiempo', en el que relata sus recuerdos de unos años de su infancia que vivió en Valladolid: «A lo lejos sonó una corneta. Cuando pasábamos por la calle de Cantarranas, oímos a nuestra espalda un galope de caballos (…). En la angosta calleja revolotearon un momento las capas negras de dos civiles. Llevaban el sable desenvainado y vi saltar chispas de las herraduras de los caballos.
-¿Qué ocurre? -insistí.
-Hay huelga -me informó Jesús-. Creo que es cosa de Pepinillo.
-¿Quién es Pepinillo?
-No lo sé.»
Y más adelante continúa: «Pepinillo anda por los soportales (de Fuente Dorada). Va de columna en columna. Ahora se asoma y hace burla a los civiles con la mano en la nariz (…) Ha pasado de los soportales al urinario. Sabe que los civiles tienen que dar aún otro toque de atención antes de hacer fuego. Además, el urinario es de chapas de hierro. Pero no sabe que las balas lo atravesarán (…) Ahora sale otra vez del urinario y (…) ¡Se ha bajado los pantalones! Sí, se los ha bajado y enseña a los guardias el… ¡Ave María purísima! En aquel momento sonó la descarga: lo han matado».
José Delfín Val, actual cronista oficial de Valladolid, escribió en su día que a principios del siglo XX por las calles de la ciudad se cantaba una coplilla que decía: 'En la calle de la Sierpe / mataron a Pepinillo, / por hacer burla a los guardias / y enseñarles el culillo'.
Es el caso que esa coplilla hizo fortuna, aunque las cosas no fueron tan graciosas: la jornada del 8 de marzo de 1904 fue tremebunda y dejó honda huella en la ciudad. La crónica, publicada el día siguiente por El Norte de Castilla, narró, resumiendo, que el movimiento de soldados, guardias y manifestantes (hombres, mujeres y mozalbetes) fue una locura. Hasta el punto de que algunos concejales y conocidos académicos, como Calixto Fernández de la Torre, intervinieron para evitar que algunos obreros, y un muchacho, que portaban armas, las usaran contra los uniformados.
Todo el entorno de la plaza de Fuente Dorada y la Plaza Mayor era un desenfrenado ir y venir de gente: gritos, carreras, pancartas, banderas, disparos, pedradas…
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Y aquí aparece Santiago Maniega, alias Pepinillo. Un muchacho de 15 años oriundo de Palencia, donde vivían sus padres. Al parecer, desde el cruce de las calles Sierpe y Regalado, Pepinillo lanzaba pedradas con una honda al mismo tiempo que injuriaba a los guardias. El muchacho, de rato en rato se asomaba a la calle, arrojaba una piedra y volvía a esconderse. Los guardias daban toques de atención y disparaban sus fusiles. Las balas parecían esquivar al muchacho durante un largo rato, hasta que una de ellas rebotó en la pared y le hirió en una pierna. No obstante, aún siguió disparando su honda… pero finalmente una bala de fusil Mauser le alcanzó en la cabeza, matando a Pepinillo. Por cierto, otro muchacho quedó gravemente herido durante los mismos disturbios.
La muerte del joven produjo una enorme emoción. El fuego cesó y las calles quedaron totalmente desiertas. Varios manifestantes recogieron su cadáver de la calle de la Sierpe y se dirigieron a los talleres del ferrocarril para mostrárselo a los obreros e incentivarles así a que se unieran a los huelguistas, pero una descarga de la Guardia Civil dispersó el grupo.
Las autoridades recogieron su cuerpo en una camilla, lo llevaron hasta el depósito del Hospital Provincial y al día siguiente fue enterrado.
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