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El clamor de los vecinos de Arco de Ladrillo: «Que lo tiren de una vez»«A mí ya me da igual que sea por arriba o por abajo, pero que lo tiren de una… vez», dice Ana Raquel Ercilla, sin escatimar el taco que ocuparía el lugar de los puntos suspensivos. «Estoy harta, cansada, hasta los…», asegura, para rematar ... de nuevo la frase de forma contundente. Ana Raquel es vecina de un cuarto piso con vistas al Arco de Ladrillo. Cada vez que abre la ventana del salón, puede saludar a los miles de conductores que a diario pasan por delante de su casa. Cada mañana que sube la persiana del dormitorio, se topa con una mole de hormigón. Cada vez que tiende la ropa en la galería de su cocina, piensa en cómo quedaría toda esta zona con los carriles enterrados, el tráfico bajo tierra, sin ese viaducto enorme que desde 1964 salva las vías del ferrocarril.
«Esto tiene que desaparecer de una vez», concluye, apoyada en la ventana de un paisaje que ya está aburrida de contemplar. Como Pilar, como María Teresa, como Regino, como Janed…
Ellos son varios de los vecinos de estos bloques de viviendas levantados a ambos lados de la vía, pegaditos al Arco de Ladrillo, tan cerquita del viaducto que parece que si alargan la mano casi lo podrán tocar. Desde hace mes y medio, tienen un palco privilegiado (o no tanto) a unas obras -promovidas por el Ayuntamiento- que durante once meses servirán para asegurar un paso que -según el convenio de integración ferroviaria- debería empezar a demolerse antes de que termine ese plazo. El pulso soterramiento-integración tiene aquí su epicentro. La Sociedad Alta Velocidad se reúne en septiembre con la posible licitación de la obra y que esta estructura cochambrosa se empiece así a derribar a principios de 2025.
El alcalde, Jesús Julio Carnero, dice que eso no puede demolerse hasta que no haya alternativas de tráfico. Por eso las obras para sustituir los quitamiedos, afianzar los bordes para evitar desprendimientos, consolidar una estructura que sufre con varias vigas en «pésimo estado», según el informe municipal redactado el 19 de diciembre de 2023. En enero, un documento de 50 páginas enumeró los desperfectos encontrados, que requieren «una intervención a corto plazo, ya que de no llevarse a cabo seguirán evolucionando a daños más severos». Y mientras ahora se ponen los parches, vecinos como Ana Raquel claman por una solución definitiva: «Que lo tiren de una… vez».
«Yo compré este piso en 1997, cuando se hablaba tanto del soterramiento y pensábamos que esto, algún día, se iba a enterrar. Ahora parece que el soterramiento va a ser inviable, pero había un proyecto para quitar esto de aquí. Y nos encontramos con una obra de once meses para arreglar exactamente no sabemos qué», dice Ana Raquel, quien casi a diario se asoma a las ventanas para tirar fotos del viaducto y subirlas luego a las redes sociales. «Algunos me ponen verde. Me dicen que me aguante, que ya sabía lo que había cuando me vine a vivir aquí. Pero es que llevamos veinte años con la misma cantinela…», asegura esta vecina del cuarto, quien hace dos viernes (el 19 de julio) tuvo que salir a protestar por el ruido de unos trabajos que se prolongaron hasta la madrugada. «Tengo fotos. Hubo vecinos del otro lado que hasta les gritaron para que pararan». Los vecinos temen que estos trabajos nocturnos no sean algo esporádico o puntual, sino que se produzcan a menudo con el objetivo de acelerar el tajo, en principio previsto hasta abril de 2025.
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«De momento, llevamos unos días que parece que han estado parados. Esto empieza a parecerse a las obras de El Escorial», asegura Pilar Moreno, vecina del tercero en el mismo bloque que Ana Raquel. «Yo estoy deseando que lo tiren. No vale eso de hacer chapuzas. Me parece absurdo y ridículo gastar tanto dinero cuando al final se va a tirar. A no ser que, una vez terminada la obra digan que ha quedado tan bonito que puede aguantar otros veinte años más». Y ese es un temor que se escucha en varios balcones de la zona. Pilar compró el piso hace cinco años «pensando en el futuro». En aquel momento, la alternativa de un túnel en la zona ya estaba en los despachos políticos. El viaducto parecía tener los días contados. El tráfico iría por un pasaje horadado entre Arco de Ladrillo y el paseo del Hospital Militar. De momento, cientos de coches se pasean a diario, en superficie, frente a las ventanas de Pilar.
«Ahora que han cortado un carril en cada sentido son menos, pero si te asomas a las dos de la tarde, aquí hay unos atascos tremendos», asegura. Cuenta que ha tenido que cambiar las viejas ventanas de aluminio por unos cerramientos herméticos («cuatro cristales») que amortiguan cualquier ruido que llegue del exterior. Con las hojas cerradas se nota que el tráfico no se nota. El problema es cuando llegan los calores del verano. «En el salón tenemos aire acondicionado y en el dormitorio lo tendremos que poner. No se puede estar con la ventana abierta». Para evitar el runrún del tráfico tienen que soportar desde la cama el «cri cri cri» del ventilador. «Le invitaría al alcalde a que se viniera aquí a vivir un mes. Qué digo un mes, una semana. Para que vea lo que esto es».
También María Teresa Bravo ha tenido que apostar por insonorizar su casa con ventanas de mejor calidad. Vive en un tercero, en el lado de las vías más cercano a la Ciudad de la Comunicación. En su terraza, guarda un cepillo verde que a diario utiliza para limpiar el alféizar de sus ventanas. «No te puedes ni imaginar las capas de polvo que quito a diario por los humos del tráfico. Y de la mierda de las palomas, mejor no hablamos. Me dejan los toldos destrozados». María Teresa lo tiene claro: «Ojalá pusieran una bomba y esto se cayera al fin». «La ilusión de León de la Riva era soterrar, soterrar, soterrar. Luego llegó Puente que no quería hacerlo bajo ningún concepto. Y ahora, pues no sabemos qué va a pasar. Pero esto se tiene que tirar», asegura desde una terraza donde el paisaje del tráfico tiene su antídoto en un caballete que María Teresa utiliza para pintar («ahora ya no tanto») los cuadros que decoran las paredes de su hogar. «Lo que no puede ser es que esto quede al final como el viaducto del matadero, por el que no pueden ir los camiones, o como el túnel de Labradores, donde no caben dos autobuses», asegura María Teresa.
En el portal vecino viven Pilar Fernández y Regino Sanz. Tienen la mosca detrás de la oreja. «Dicen que lo van a tirar, pero para qué te vas a gastar dos millones en unas obras que luego no van a valer para nada. Al final, seguro que nos tiramos otros cuantos años con el viaducto parcheado pero sin demoler». Y su deseo es claro: «Que desaparezca ya». Hay una terracita adosada a su salón. Al otro lado de la ventana, el tráfico. «Como te sientes a mirar, te mareas con tanto coche», dice Pilar, quien subraya que esta es una zona de ubicación privilegiada que «ganaría mucho» con los carriles de tráfico o las vías enterradas. «Estamos a diez minutos del centro, de la plaza de Zorrilla, de la plaza de España».
«Al final, esto afea el barrio», apunta Janed Cháverra, vecina de un primero, con el volante de los conductores a apenas unos metros si se acerca al mirador de su coqueto hogar. 'Home', dice un cojín, cómodamente instalado en una silla situada junto a una ventana que tendría mejores vistas sin el puente de cemento. Al otro lado de los carriles, del scalextric de hormigón, están los jardincillos de la plaza de Ferroviarios, la cancha de baloncesto, el parque infantil de Mikado. Podrían verse a la perfección desde aquí si no fuera por ese mazacote histórico que cumple 60 años en este 2024. «Nos gustaría que se tirara completamente. Sabemos que si hacen el túnel serán muchos meses de molestias. Un caos. Pero no pasa nada, porque el resultado después será bonito. Es como cuando haces reformas en casa. Al principio es fastidioso, un desorden, pero el resultado será mucho mejor que este puente tan refeo», asegura Janed.
El proyecto del túnel de Arco de Ladrillo entregado por Adif contempla 22 meses de trabajos para llevar bajo tierra los viales de tráfico, un carril bici y los pasos para peatones, en una estructura con 235 metros de longitud y trece de ancho. El Ayuntamiento defiende que no se puede iniciar una obra en este punto si no se quiere provocar el «caos circulatorio» en la ciudad y defiende que es necesaria una intervención urgente para garantizar la seguridad del viaducto.
Los trabajos para la retirada de los viejos quitamiedos en el viaducto de Arco de Ladrillo están a punto de concluir en uno de sus bordes, el más cercano al carril de acceso al centro de la capital. Apenas quedan unos metros en el tramo más bajo del viaducto, cerca de la plaza de los Ferroviarios. En el resto, las orillas mordidas de la estructura son apreciables en toda esa franja, con el pavimento picado y la instalación de vallas para garantizar la seguridad de los conductores. La previsión es que los trabajos en este lado del viaducto se prolonguen hasta el mes de noviembre. Mientras que la parte inferior del paso se ha vallado para evitar el paso de viandantes, todavía no se ha procedido a retirar los quitamiedos en dirección hacia la carretera de Madrid, en unos carriles en los que se intevendrá a continuación(a partir de noviembre). Los plazos fijados dicen que la obra al completo debería terminar en abril. De momento, y después de mes y medio desde que comenzó la obra, estos son los pasos más evidentes de unos trabajos de urgencia para garantizar la seguridad del maltrecho viaducto del Arco de Ladrillo, una estructura que sufre el paso del tiempo (se inauguró en septiembre de 1964)y de los miles de vehículos que lo atraviesan a diario. Ahora, han de hacerlo con solo un carril en cada sentido y con la velocidad limitada a 30 kilómetros por hora.
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