Consulta la portada del periódico en papel
Caballistas dirigen a los astados en el tercer encierro de Cuéllar. Nacho Valverde (Ical)

Cuéllar

Las monturas frustran la huida in extremis de tres toros de Romão Tenório

Encierro trabajoso para los caballistas por las disgregaciones múltiples de la manada de astados de estirpe murubeña, con un herido por cornada en el tramo urbano

César Mata

Cuéllar

Martes, 27 de agosto 2024, 11:33

«¿Papá, y por qué se encierran los toros?», pregunta un niño, de no más de 6 años. El chaval ha madrugado y mantiene ya su actividad cerebral en pleno rendimiento. Busca una razón para todo aquello. Su padre lo mira con cierta sorpresa, le ... pone una mano sobre su hombro derecho, avanzan unos pasos por el rastrojo, y le dice: «Pues, porque así se ha hecho siempre». Podría parecer que el adulto tira balones fuera, pero aquí, en Cuéllar, la costumbre inmemorial de encerrar toros no necesita explicaciones, sino el espíritu de unirse a la tradición. Además, en estos pagos segovianos abundan los aficionados al Atlético de Madrid, y ustedes recordarán aquel 'spot' en el que un niño le preguntaba a su padre que porqué eran de ese equipo. A fin de cuentas, ya lo sabemos, se aprende más en situaciones de riesgo y en las derrotas que con el viento a favor.

Publicidad

Apenas han pasado unos minutos desde la incómoda, e intrépida, pregunta del vástago cuando, con un adelanto que haría feliz al descarrilado ministro de Transportes, aparece, a tiro de piedra del embudo, la estampa murubeña, proporcionada, de un astado de Romão Tenório. ¿Qué hace ahí y ahora ese animal? La explicación existe, y la pregunta tiene una respuesta, claro. Aunque hay que buscarla un cuarto de hora antes y dos kilómetros en sentido inverso del recorrido. Pero, claro, hay que comenzar por el principio.

Tras las trayectorias cruzadas y reversibles de los Partido de Resina del lunes, este martes se esperaba un encierro más tranquilo. A ritmo de cencerro lento, pausado. Como campanadas que anuncian, gustándose, una buena nueva. Y así sucedió en la suelta. Un estallido de astas prorrumpió en el arenal cuando se abrieron los portones de lo corrales. Salieron mansos y bravos en una imagen similar, aunque inversa, a la que sucede cuando se abren unos grandes almacenes en el primer día de rebajas. Primero los cabestros, por favor.

El inmenso patio porticado del pinar supuso, muy poco después, una división de la manada. Equitativa y equidistante, que no se diga. El encierro, negro zaíno, se partió en dos grupos de tres. Que, durante un buen tramo, fueron al paso, con alguna leve parada, fruto de algún toro remolón que echaba la vista atrás. Más silencio que ruido, las monturas tranquilas y las garrochas descargadas.

Publicidad

Después llegó la división mayor. El divide y vencerás en esto de encerrar es la derrota, así que los caballistas, bajo las directrices con voz firme de Pedro Caminero y Pepe Mayoral, urdieron su estrategia para lograr reunir al sexteto. Que junto hace sonar la sinfonía perfecta de una tradición de más de medio milenio.

Primero se acudió, con bueyes de reserva, a por el toro explorador, aquel que había aparecido de modo insospechado a pocos metros de la arista que separa páramo y embudo. Después, para lograr agrupar a todos. Se logró junto a un majuelo. Y una arboleda de frescor presentido. Allí se los sujetó durante cerca de media hora, para limar asperezas entre los hermanos de camada, y para que los bueyes recuerden su función, sujeta al juramento de ayuda a las cabalgaduras.

Publicidad

La llegada hacia el embudo se vio acelerada de modo previo al descenso, lo que, nuevamente, partió al grupo de toros. Tres y tres. Y en el segundo grupo, con ansia centrífuga, aquel que se aventuró en solitario. Y pasó lo que podía intuirse. Antes de que el segundo grupo entrara a las calles, el astado díscolo giró hacia su izquierda y arrastró en la trayectoria a sus dos hermanos sometidos a su jerarquía. Quizá los movió la nostalgia del regreso a la Herdade das Tavares, la finca lusitana donde nacieron estos toros de procedencia en Los Espartales.

Así, aunque disgregándose luego de modo individual, fueron avanzando los murube por las calles hasta el coso. Un mozo fue corneado en el glúteo, y operado en la enfermería de la plaza. Otro se rompió un brazo. Ambos fueron trasladados al Hospital General de Segovia. Nada grave, y los seis toros, en los corrales de la plaza. Encerrados, pues venían del campo.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

0,99€ primer mes

Publicidad