![El encierro, en el campo.](https://s3.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/2024/08/25/campo-U1908223055325yC-U22010613694318pD-758x531@El%20Norte.jpg)
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Hermanamiento exprés de los toros de Araúz de Robles para una entrada trepidante en las callesEl ganado amortigua el peso que recae en sus pezuñas en la blandura que ofrece el polvoriento rastrojo al pago de los Campaneros. Mansos y bravos, al fin, han vuelto a reunirse en una única manada tras la diáspora surgida cuando se produjo la apertura ... sonora y estridente de las puertas de los corrales del Puente Segoviano. Ahora, pocos minutos después de las 8 y media de la mañana de este último domingo de agosto, los astados de la vacada jienense de Araúz de Robles muestran una tranquilidad pastueña que quizá sea, simplemente, una apariencia. Pepe Mayoral y Pedro Caminero, o Pedro Caminero y Pepe Mayoral, tanto monta monta tanto, observan relajados, pero con las riendas preparadas, como la comitiva bóvida ha detenido su camino para realizar un nuevo cursillo expres de hermanamiento.
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Mónica Rico
Mónica Rico
Poco antes, a las 8, mientras los rayos de sol zaherían las copas de los frondosos pinos del entorno, se vivieron momentos de tensión. 'Cientoveinte', unos de los bueyes de Pepe Mayoral presentía la recuperación de la libertad. Fue el primer animal en sentir como se desecerrajaba el portón metálico. Junto con él y sus homólogos de cencerro abandonaron el corral cuatro de los seis astados. Dos tardaron en abandonar el recinto y en su galope estuvieron a punto de causar alguna cogida. El ruido y la multitud de movimientos impiden que los toros fijen un objetivo concreto. La selección que premia a los de umbral más bajo para una respuesta rápida ante cualquier estímulo permite que se obren estos milagros.
Partidos en dos grupos de tres, las reses, cuya genealogía crea una mixtura de ecos antiguos, de aquellos Gamero Cívico, con sones de más modernas tendencias, lo que claramente se refeja en sus anatomías hechuradas en proporciones más propicias para sus embestidas en los ruedos, el paso por la angostura de Las Máquinas replica la segregación de los astados. No será hasta las tierras inclinadas que limitan con la carretera de Cantalejo cuando se logre compactar al grupo total. El pequeño repecho ayuda al hermanamiento expres.
Desde su caballo, Ginebra, Pedro Caminero, recupera un tono más bajo de pulsaciones. Floreado y Botellines, sus dos cabestros de confianza, saben su función y ejercen su labor de pastoreo. Rodear, como bueyes de estribo, a los bravos, sin presionar. El toro de lidia no admite coacciones a su ámbito territorial. Eso sí, en la distancia justa, se deja conducir. Aconsejar por el morse seco y contundente de los zumbos (cencerros).
Antes de atravesar el siempre complicado túnel bajo la autovía de Pinares, la manada ha hecho un amago de continuar hasta Escarabajosa, pero el GPS de los caballistas mantiene la ruta de costumbre y reconduce la situación. Atravesada la vía para vehículos de motor, nuevamente se produce un alto en el camino. Son las 9 y dos minutos y la tensión se hace cada vez más patente en los rostros de los responsables de la conducción campera. Sobre Zétor, Pepe Mayoral comenta que, pese a todo, confía en «el buen fin» del encierro. Así se lo confiesa al joven caballista Francisco. «Mi bisabuelo ya corría los encierros, fue maestro del pueblo, Ricardo se llamaba, lo han corridos mis tíos y yo ahora sigo la tradición a caballo», comenta orgulloso el espigado jinete.
Pasadas las 9 y cuarto, la comitiva reanuda el trayecto. Demasiado deprisa. Desde las monturas se ordena recolocar la posicición de algunos bueyes para que templen, en cabeza, el ímpetu de los toros. Dos, sobre todo, dominantes en su energía y anatomía. Poco después se regresa a conducir a los astados al paso. Aunque en Cuéllar el reloj no supone una esclavitud ni anuncia una competición, hay que intentar que los toros lleguen a las calles sobre las 9 y media. Aunque, por cierto, esa no es la hora del encierro, sino la de llegada a las calles.
Unos trescientos metros antes del lugar en el que el páramo rompe con la bajada del embudo, cerca del pago de Los Encaños, los dos toros más impetuosos toman nuevamente la delantera y ya nada se puede hacer por reconvenir sus ansias de liderar el grupo hacia no saben bien donde. Los bueyes van ocupando lugares de zaga, alguno de estribo, y logran que los astados de lidia sean la vanguardia gallarda de la comitiva, que conforme avanza hacia las calles de la villa mudéjar ve como se alarga su silueta.
El ritmo intenso permite observar y valorar la pericia de los caballistas, en una vorágine de astas y pezuñas, y aportar una inercia a las galopantes embestidas de los bóvidos en el territorio urbano que acotan, salvo en la calle de Las Parras, las talanqueras. El trayecto de las reses, intermitente por su disgregación, es limpio por las calles hasta la arena cuellarana.
El rito, nuevamente, un año más, ha consumado su primer capítulo. Hombre y toro, naturaleza y villa, danzan al ritmo peligroso y sublime de celebrar la vida en una arriesgada y sublime ofrenda.
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