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Caballistas acompañan a varios de los toros de Partido de Resina durante el segundo encierro de Cuéllar. Nacho Valverde (Ical)
Segundo encierro de Cuéllar

Van Gogh y los prófugos toros de Partido de Resina

Tenso e incierto segundo encierro en Cuéllar, en el que cuatro astados llegaron hasta el coso y dos fueron sedados en el tramo campero

César Mata

Cuéllar

Lunes, 26 de agosto 2024, 13:18

Nadie dijo que fuera fácil. Es más, desde los directores de campo, Pepe Mayoral y Pedro Caminero, hasta los aficionados más informados que esperaban a la comitiva del segundo encierro cuellarano, sospechaban que los 'gallardo' de Partido de Resina, procedentes de las marismas sevillanas, otrora bajo la custodia de la familia Pablo Romero, iban a complicar el traslado en el tramo campero. En La Cigoñera, en los predios que la familia Caminero posee junto al río Carrión, en la villa homónima, alguno de los ejemplares ya mostró, indiciariamente, algún rasgo irredento.

Los toros bonitos por excelencia, chatos, de pelo cárdeno en sus diversas modalidades, no se adecúan al previsible carácter gregario de los bóvidos de lidia. Tienen instalada en su aplicación genética una tendencia independentista que dejan en un juego de niños las ansias de Puigdemont. Y eso que la suelta en los corrales del Puente Segoviano, con el lento rumor de las aguas del Cega como sintonía de fondo, no pudo tener un carácter más solidario, con los bueyes tomando, eso sí, de modo transitorio, la delantera.

En el laberinto de pinos al que se accede tras el primer claro, de fatigosa arena, ya se empezaron a ver los primeros síntomas de los Partido de Resina y su prófuga naturaleza. Un grupo de cuatro astados, con el grueso de los bueyes, avanzaba en su singladura con el rumbo correcto y una velocidad de crucero asimilada al paso. Además, uno en avanzadilla exploradora, y otro retrasado y pendiente de cualquier estímulo, completaban el sexteto. Mientras tanto, el criador de la vacada, Tico Morales, vivía en una incómoda incertidumbre. Sus toros se lidian por la tarde, y los que han salido hace un cuarto de hora de los corrales de origen son los elegidos para acceder al ruedo a las 18:30 horas por la puerta de toriles. Hombre inquieto y dinámico, no puede negar esa empatía a veces peligrosa con sus toros.

Antes del paso de Las Máquinas, y tras otra intentona segregacionista (o quizá fue una rebelión con el uso de una fuerza presentida), uno de los toros, engatillado de cuerna, pasa entre un grupo de vehículos colocados demasiado cerca del recorrido previsto. Desde las monturas más expertas, hoy con ración doble en el uso de la garrocha, se logra reconducir su espíritu libertario.

Antes del paso bajo la autovía existe un grupo de cuatro controlado, aunque en permanente secesión en dos lotes de dos, como queriéndose anticipar al sorteo del mediodía.

El astado más rebelde, prófugo irredimible de garrochas, enfoca su trote hacia el núcleo de Escarabajosa. Aprovecha y acude para sentir el frescor de un campo de girasoles junto a la humedad de un arroyo. Allí se para unos minutos, como un guiño a Van Gogh. La pincelada artística de este toro bonito que, casi cuarenta minutos después ,vivirá como una ensoñación (jurisprudencialmente hablando, en términos del Tribunal Supremo) su espíritu secesionista. Un dardo anestésico como condena. Eso sí, aún puede, si se lidia y resulta extraordinariamente bravo, ser indultado. La tauromaquia no premia la mansedumbre.

Cuatro toros, cuatro, aparecen en el horizonte de la llanura que rompe hacia el embudo. En esa arista que delimita libertad e inicio de encauzamiento hacia las calles. Desde la que se divisa el perfil de la villa mudéjar, con sus torres enhiestas y orgullosas de su historia. Y su castillo-palacio de los Duques del Alburquerque. Un 'skyline' de máxima potencia.

Antes de iniciar la bajada un cárdeno claro se desentiende de la disciplina y abandona el grupo. Nada que ver con el 'whatsapp'. El asunto es serio, sin emoticonos, y todo el mundo toma el olivo metálico de los vehículos. Mientras tanto, tres toros descienden a buen ritmo, con las cabalgaduras apretando para lograr una inercia irreversible en los bóvidos. En el último momento, uno se vuelve. Hace sus escarceos hacia la zona izquierda de la vaguada y, poco a poco, va desandando el camino. Hasta que remonta y se hace dueño del páramo. Dos bueyes, entrepelados, regresarán también desde la hondonada del embudo y se harán cargo de él.

Los caballistas, con su sabiduría de ingeniería bóvida, logran acercar a dos de los prófugos, que ven favorecida la calma de sus ansias huidizas por la presencia de otros cuatro bueyes berrendos en 'colorao'. Quietud y paciencia. Pasados diez minutos, el grupo inicia, con algún parón, su lento caminar hacia el embudo. Se logra encerrarlos, todo un éxito teniendo en cuenta quienes habían protagonizado la fuga, y el listado de antecedentes del hierro que los marca a fuego en sus cuartos traseros.

Poco tiempo después, el sexto toro, que ejercía su soberanía en un inmenso rastrojo, también fue invitado a una plácida sedación.

Que nadie pierda el norte (ni El Norte): solo pueden escaparse los toros donde de verdad se encierran. Donde únicamente se producen carreras por las calles no gozan del certificado de calidad de un verdadero encierro tradicional. Y sí, aquí, en Cuéllar, en esto de encerrar toros, empezó todo. Que nadie lo olvide.

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