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Se imaginan estar pasando esta larga cuarentena, confinados, en un castillo del siglo XIII? Es lo que le ocurre a María Rosa Suárez Zuloaga ( ... San Sebastián, 1938), con la salvedad de que el imponente castillo de Pedraza es su casa. La nieta del pintor Ignacio Zuloaga acababa de regresar de Moscú –donde cerró con una conferencia una magnífica exposición sobre el arte y el impresionismo español– cuando empezó la pandemia del coronavirus. Desde entonces, María Rosa vive recluida en la fortaleza de Pedraza, muy a su pesar, porque «no veo la hora que termina todo, reabrimos el museo y retomamos los grandes proyectos que la [recién creada] Fundación Museo Ignacio Zuloaga tiene diseñados», afirma por teléfono, tan vitalista y jovial como siempre. «Lo pienso mucho. He salido de un cáncer y... Soy muy valiente pero también un peligro. Tengo que tener cuidado», añade con cierta preocupación.
Coronavirus en Segovia
Acompañada de su personal de confianza, María Rosa Suárez Zuloaga dedica las jornadas a poner en orden cosas pendientes: «En el castillo hay siempre mucho que hacer. Estos edificios necesitan un mantenimiento casi diario, limpiezas, cuidados, cariños... No puedo evitar, eso sí, sentir una inmensa tristeza. La soledad es tremenda y sobrecoge. Ahora se nota todavía más la soledad de esta Castilla que cautivó a mi abuelo».
El recuerdo del abuelo es permanente, aunque el gran pintor eibarrés muriera cuando María Rosa era todavía una niña. Esa soledad de la que habla, tan arraigada en la esencia de lo castellano, no dista mucho de la que Ignacio Zuloaga (1870-1945) debió de sentir cuando pisó por primera vez aquella Pedraza tan pobre y abandonada de principios del siglo XX, fiel espejo de la España del 98. «Salgo a las ventanas y el silencio se mete hasta dentro. Hoy Pedraza está muerta y en ella veo reflejada la España de Zuloaga. Aquella Castilla la Vieja que pintó está en estas tierras, en estos cielos, en estos castellanos que no salen de sus casas porque tienen miedo. Al castellano le dicen que se confine y se confina hasta el punto de que ni habla», observa.
De tal magnitud es la quietud que María Rosa percibe cada día, que ha decidido empezar a «emitir señales», a ver cómo responden sus vecinos. «Hablé con el panadero y le dije que a las veinte o treinta personas que acuden a comprar el pan les regalara una bandejita de pastas con una nota que dijera 'yo me quedo en casa', por gentileza del castillo. Después, el Domingo de Ramos repetí la experiencia regalando ramitas del eucalipto que tenemos en el castillo, bendecidas por el párroco. Alguien debió de coger, me llegaron algunos ecos... Y, ahora, todos los días, a las ocho de la tarde, abro el balcón y pongo a todo trapo música clásica, Vivaldi, Chopin, la voz de Ainhoa Arteta... Y, bueno, se ve alguna banderita, porque el eco llega hasta la plaza del pueblo... Pero es tanta la distancia entre el castillo y las casas... Quiero decir con todo esto que los pueblos están aislados, envejecidos, y que la gente siente mucha tristeza en estos momentos de incertidumbre, aunque no puedo dejar de ver en ello el carácter de la España del 98», reflexiona la nieta del pintor vasco.
A pesar de todo, María Rosa Suárez Zuloaga se expresa con optimismo: «Echo de menos las visitas de los turistas y estoy deseando que acabe este confinamiento y regresemos a la normalidad. Nos quedan muchas cosas por hacer. En Moscú me recibieron con los brazos abiertos. Presté dos cuadros de mi abuelo y el público preguntó cosas interesantísimas después de la charla. Eso es muy importante».
Ignacio Zuloaga compró el castillo medieval de Pedraza en 1925. Estaba en ruinas y le costo 13.000 pesetas, aunque se dice que pagó 12.999 por pura superstición. El pintor, de cuyo nacimiento se cumplen 150 años, encargó la restauración a Manuel Pagola, arquitecto del Ayuntamiento de Segovia, y en su interior instaló una vivienda y un estudio. Hoy, propiedad de su nieta, la fortaleza acoge el Museo Ignacio Zuloaga de Pedraza, donde se exhiben algunos de los lienzos más conocidos del artista, entre ellos los retratos de Manuel de Falla y Juan Belmonte. Zuloaga, pintor emblema de la Generación del 98, era un enamorado de Castilla y de las tierras segovianas. Conoció Segovia precisamente en 1898 (en la ciudad del Acueducto vivía el ceramista Daniel Zuloaga, su tío) y sintió un verdadero flechazo: ya nunca pudo sacársela de la cabeza. «¡No sé lo que mi abuelo pensaría de esta situación!», exclama María Rosa.
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