![Cierra Candamo, un ultramarinos con 172 años de historia en Segovia](https://s1.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/202208/17/media/cortadas/eduardo-doldan-kq4D-U1701003689623GoB-1248x770@El%20Norte.jpg)
![Cierra Candamo, un ultramarinos con 172 años de historia en Segovia](https://s1.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/202208/17/media/cortadas/eduardo-doldan-kq4D-U1701003689623GoB-1248x770@El%20Norte.jpg)
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Doldán, Sebastián, Tanarro, Buendía, Redondo, Díaz, Martín, Sánchez y Candamo. Son los primeros nueve apellidos de Eduardo, el último dueño de Alimentación Candamo, que ha echado el cierre para siempre después de 172 años de existencia. «Me ha dado una pena enorme, bestial. El viernes, ... que fue el último día que tuve abierta la tienda, me costó llorar, no lo puedo ocultar. Han sido muchos años al pie de cañón, pero la falta de relevo generacional ha podido con ello», confiesa Eduardo Doldán.
Un cartelito informa en el escaparate del cierre del comercio, fundado en 1850 por Antonio Candamo Rivas, tío-tatarabuelo de Eduardo, un gallego que llegó a Segovia para hacer el servicio militar y en ella se quedó para siempre. La tienda ha permanecido abierta desde entonces, incluso en los periodos más críticos y convulsos de nuestra historia, como la Guerra Civil (1936-1939), cuando sirvió de refugio antiaéreo. «Venía todo el barrio a esconderse abajo, en la bodega. No sé si fue muy buena idea, porque si hubiera caído una bomba, ahí se habrían quedado. Son historias que me contaron mis abuelos», señala Eduardo.
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Las últimas zozobras se vivieron durante la pandemia, pero el negocio aguantó y dio un servicio impagable a sus clientes habituales. «Superamos la adversidad y la tienda marchaba bien, pero yo tengo 59 años y otras actividades que atender. No hay relevo generacional y no queda más remedio que cerrar», cuenta el dueño, que ya ha alquilado el local, situado en el número 2 de la calle de San Francisco, a solo unos pasos del Acueducto: «Habrá otra tienda relacionada con la alimentación, pero ni se llamará Candamo ni tendrá nada que ver con ella. Candamo era una tienda de alimentación clásica, un ultramarinos de esos donde percibías esa mezcla de olores tan característica. Ha durado 172 años».
La crisis de los ultramarinos comenzó con la irrupción de los supermercados. Candamo supo adaptarse a los nuevos tiempos y acabó especializándose en productos de la tierra, de calidad. Tener en las estanterías cosas que no tenían en las grandes superficies era la única manera de competir. «Hemos vendido cola de pescado, bacalao de Islandia, Armisén para hacer magdalenas o levaduras, legumbres y embutidos específicos que en Segovia solo podían encontrarse en nuestra tienda», señala.
La calidad y la especialización constituían la esencia del establecimiento. Por ello Candamo ha aguantado contra viento y marea. Eduardo ha compaginado la tienda con una representación de harina y una distribución de levadura a los panaderos. La presión ha sido grande. «Hace un año se me fue el último empleado y tomé la decisión de dejar el negocio y alquilar el local. Y me lo he tomado con calma, porque he buscado al mejor candidato. De hecho, lo tengo alquilado ya. Cerré el viernes y me marché a la playa. He estado al frente de la tienda desde que era un niño y no me arrepiento, pero he tenido otras oportunidades y he renunciado a ellas. La falta de relevo tradicional es el motivo del cierre. Ahora bien, tampoco lo querría para mis hijos, que tienen sus carreras universitarias y sus trabajos. Prefiero que tengan más calidad de vida de la que he podido tener yo», asegura Doldán, orgulloso, no obstante, del apellido que lleva. «Es mi noveno apellido, pero lo utilizo en muchas ocasiones. No puedo ocultar que me produce cierto orgullo», añade.
Ahora toca hacer balance, aunque resulta difícil quedarse con un momento: «Han sido muchos años y he tenido muchos momentos buenos, malos y regulares. Es un cúmulo de recuerdos y vivencias y es complicado destacar un momento especial. El recuerdo más reciente es el del 12 de agosto, el último día. Sentí una pena inmensa. Allí se quedan muchas cosas».
La calle de San Francisco ha visto pasar la vida cotidiana de los segovianos durante siglos. «Ahora no es ni la misma», se lamenta un vecino con nostalgia. Lejos quedan los años en que los comerciantes colaboraban en la construcción de aquellas fallas que se quemaban los días previos a San Juan y San Pedro y que el propio comercio promovía para estimular las ventas. San Francisco ha tenido siempre un marcado carácter comercial. En sus mejores tiempos, llegó a albergar cinco carnicerías, cuatro pescaderías, tres sastrerías, tiendas de comestibles como Candamo, casquerías, fruterías... Sin olvidar la posada de Vizcaínos, la clínica del doctor Gila, la imprenta de Carlos Martín, el estudio fotográfico de Félix París o el restaurante Casa Ricardo, que hacía esquina con el Azoguejo.
Candamo es otro negocio tradicional, familiar, que se extingue. No tardando mucho, de la vieja Segovia, aquella que conocieron y vivieron nuestros padres y abuelos, no quedará ni rastro.
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