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«Si antes era un quebradero de cabeza, esta es la guinda del pastel». Eduardo Doldán Sebastián (57 años) continúa estos días al frente del negocio que regenta al comienzo de la calle de San Francisco, el histórico comercio de comestibles Candamo, fundado en 1850 por Antonio Candamo, su tío tatarabuelo. La tienda lleva abierta desde entonces y lo seguirá estando a pesar del hundimiento generalizado causado por el Covid-19. «En realidad, está para cerrar, porque no hay público ni ventas ni negocio, pero estamos prestando un servicio y, por lo menos unas horas al día, hay que seguir. Siempre que podamos, claro», dice mientras despacha con Javier, su empleado, ambos provistos de guantes y mascarillas.
Eduardo bien puede ser el héroe del día. Son horas de estar en casa, pero abastecer a la población es una necesidad. Candamo distribuye levadura entre los panaderos y pan hay que seguir haciendo, todos los días. «Ellos continúan al pie del cañón y nosotros seguimos su ritmo. Hay que venderles género y servirles, así que estamos todo el tiempo cargando la furgoneta y cubriendo las rutas de siempre», cuenta.
Más de siglo y medio de vida da para mucho y el negocio ha resistido a todo tipo de contratiempos. Candamo ya funcionaba cuando el cólera sacudió con fuerza a la población segoviana, en 1855 y 1885, y, por supuesto, durante la epidemia de gripe de 1918, que segó más de tres mil vidas en la provincia. En la Guerra Civil (1936-1939), el establecimiento sirvió de refugio antiaéreo. «Venía todo el barrio a esconderse abajo, en la bodega. No sé si fue buena idea, porque si hubiera caído una bomba, ahí se habrían quedado», señala Eduardo haciéndose eco de lo que le contaron sus abuelos. Candamo era entonces una tienda de ultramarinos convencional que ahora, ante el auge de los supermercados, se ha especializado en productos de la tierra. El coronavirus es otro grave obstáculo en la historia del legendario negocio. «He pensado mucho en ello estos días –prosigue el comerciante–. Son tiempos rarísimos, excepcionales. Jamás hubiera pensado que llegaríamos a vivir una situación como esta, propia de otro tiempo, con las calles completamente vacías. Es angustioso asistir a lo que está pasando».
Muchos pequeños comercios, comercios tradicionales, han cerrado sus puertas tras el decreto del estado de alarma, pero las tiendas de alimentación resisten. «Abrimos un rato por las mañanas porque por las tardes no hay nadie. Y vendemos muy poco. Entran cuatro, cinco o seis clientes. La gente mayor no sale o apenas lo hace. Suelen ser clientes asiduos, de casa, porque foráneos no quedan. Nosotros trabajamos mucho con los turistas, pero no hay ni uno, evidentemente».
Protegido con mascarilla y guantes, detrás del mostrador y a una distancia de seguridad muy medida, Eduardo atiende a un público atemorizado: «La gente tiene miedo. No es solo ese miedo a la enfermedad, tan humano; también es un miedo a qué pasará después, a poder afrontar pagos, hipotecas, letras... Es una angustia muy grande en todos los sentidos».
El miedo es libre y recorre, a la misma velocidad que avanza el virus, las calles de Segovia. Doldán asegura no albergar ese temor que ve en otros. «Miedo no tengo; respeto sí. Respeto y prudencia, mucha prudencia. Si en algún momento tengo miedo es por mis hijos, por la gente que quiero, por mi familia, no por mí. Siempre advierto el peligro que acecha a los demás. Soy muy aficionado a la equitación y cuando monto a caballo nunca pienso que me voy a caer o a sufrir un accidente. Sin embargo, cuando monta algún ser querido sí me invade esa sensación. Es un poco lo que me pasa con esto del coronavirus», confiesa.
El negocio seguirá en pie. Eduardo tiene un empleado, Javier, y su función no corre peligro. «Javier seguirá, por supuesto. Los panaderos están funcionando al cien por cien y hay que cubrir el reparto de levadura. Aunque la tienda se cerrara, es necesario atender la otra rama del negocio. Saldremos adelante. Por lo menos, sabemos que estamos dando un servicio», añade.
La ciudad de Segovia tiene las calles desiertas, pero no está muerta. El ejemplo de Eduardo arroja luz sobre estas horas oscuras.
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