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Doldán, Sebastián, Tanarro, Buendía, Redondo, Díaz, Martín, Sánchez y Candamo. Son los nueve apellidos de Eduardo, la sexta generación en llevar el comercio de Alimentación Candamo, en los primeros metros de la calle San Francisco, en el mismo local en el que Antonio Candamo ... Rivas abrió el local en 1850. El tío-tatarabuelo del actual propietario era un gallego que vino a Segovia a hacer el servicio militar. Tras dos años en los que acumuló una buena fortuna, compró la tienda y residía en la vecina Casa del Sello, actual Cámara de Comercio. A su muerte, traspasó el negocio a uno de sus hijos.
La tienda ha seguido abierta ininterrumpidamente desde entonces, incluso en la Guerra Civil (1936-1939). Entonces, sirvió de refugio antiaéreo. «Venía todo el barrio a esconderse abajo, en la bodega. Que no sé si fue muy buena idea, porque si hubiera caído una bomba ahí se habrían quedado». Son los relatos de sus abuelos. Era una tienda de ultramarinos convencional que ahora, ante el auge de los supermercados, se ha especializado en productos de la tierra. «Tenemos que apostar lo más posible en artículos de calidad para poder competir con las grandes superficies. Procuramos tener cosas que no tengan en otros sitios». Por ejemplo, bacalao de Islandia.
Eduardo compagina la tienda con una distribución de levadura a los panaderos. «Todos los productos se los compramos a nuestros propios clientes. Nos basamos en la esencia del comercio tradicional de toda la vida, como los fenicios. Yo te compro pastas y te descuento diez cajas de levadura que te has llevado». Admite que el modelo no es todo lo rentable que podría ser. «Ahora se trata de aguantar el tirón, de sobrevivir en condiciones hostiles».
Él reconoce la presión añadida de ser la sexta generación. «Sí que te condiciona, te involucras en seguir el negocio familiar. Tengo 57 años y no me arrepiento de nada. Pero el ciertos momentos, he tenido otras oportunidades y he renunciado a ellas por quedarme aquí». Tiene hijos, pero no seguirán sus pasos. «Creo que no va a haber relevo. Tampoco me gustaría que lo hubiera. Un negocio es la cosa más sacrificada del mundo; es una esclavitud que no me gustaría que tuvieran mis hijos». No sabe qué va a pasar cuándo se jubile: tiene sobrinos y dos nietas. El testigo de Candamo está en el aire.
La historia textil de la familia Elías se remonta a 1891 con la llegada Germán, el bisabuelo del actual propietario, con el mismo nombre de la tienda. Llegó desde El Burgo de Osma (Soria) a vender hilos y otros tejidos de forma ambulante a los lavaderos, en lugar de ponerse los jueves en el mercado. Después se estableció en el local de la Calle Real. «Somos más antiguos que muchas grandes marcas españolas y europeas». El hijo del fundador, Marcelino Germán, siguió el negocio, al igual que su sucesor, Fernando, padre de Germán. La última saga –la cuarta generación– la protagoniza el actual dueño, que se incorporó con 17 años al negocio, nada más fallecer su progenitor. Pese a su experiencia echando un cable en veranos anteriores, fue un choque. «No tuve tiempo de aprender o de que me contaran cosas».
Germán lleva ya más años al frente del negocio (31) de los que acumuló su padre. Agradece la ayuda a su asistente. «El negocio evoluciona según lo hace el mercado y estamos en un sector que cambia cada seis meses. O te adaptas o cierras».
A sus 48 años, repite un lema que siempre ha tenido claro. «Yo no me voy a jubilar aquí, ni en este sector. ¿Las razones? Muchas, entre todos la mataron y ella sola se murió». No pide ayudas públicas, pero insiste en que «no se distorsione el mercado dándoselas a otro» y que no haya más trabas. Analiza la postura del mercado inmobiliario. «Es digno que el propietario de un local pida lo máximo que pueda, lo haríamos todos. Pero claro, la rentabilidad no cubre la rentabilidad empresarial del pequeño comercio. Tienes que competir con grandes operadores que no tienen su negocio en ese local y están dispuesto a pagar unas sumas grandísimas por el metro cuadrado». Por ello, resume: «Yo estoy aquí por romanticismo. Ganaría bastante más dinero alquilando este local, me quitaría preocupaciones y trabajaría bastante menos».
Luciano de Andrés abrió su local de alimentación el 1 de mayo de 1960 como un salto más al negocio de su padre, dueño una lechería. Este local de la avenida del Acueducto era antes un Spar. «Somos pocos a robar», resume como chascarrillo de aquellas iniciales David de Andrés. Él ahora gestiona un negocio reconvertido y añora su infancia repartiendo leche, recuperando los vidrios usados o las propinas que se llevaba cuando subía los pedidos. «Es una de esas tiendas de 'Cuéntame', de las antiguas». Relata su gusto por la atención al público. «Nací en la tienda, quieras que no o vas cogiendo como hábito».
Entró al negocio en 2000, con 25 años. En aquel momento, el concepto de tienda de ultramarinos ya agonizaba. Entonces, DIA, situado a apenas unos metros, era un gigante; hoy es el formato más pequeño de una gran superficie. «Las tiendas pequeñas mueren. O son muy especializadas o no tienen sentido. Los precios hacen imposible que una tienda pequeña compita con una gran superficie. Nosotros teníamos servicio a domicilio, pero lo que busca la gente es el precio. Esta es una zona con mucha gente mayor, que se va muriendo, y los jóvenes se acostumbran a las grandes superficies».
David transformó el negocio en 2010 en lo que llama una tienda de impulso. «Pasas por la calle y te compras unas pipas, unos chicles, una barra de pan...». Lo añade a ciertos productos de la tierra, para aprovechar el tráfico de turistas, que distribuye en su página web. Sin ofertarlo demasiado. «Lo cuelgo y el que quiera, que entre a verlo. Las empresas pequeñas no tenemos pasta para promocionarnos». Con todo, se muestra optimista. «Hay ciertos comercios que, por el tema de Internet, les queda muy poquita vida. Pero otro tipo de comercios como el mío creo que sobrevivirán. Hoy en día es inviable comprar una bolsa de patatas o una barra de pan por Internet».
Bar Dakota, la tienda de bicicletas El Circuito, carnicería Briz, Retales Cobos, el estanco del señor Vallés, Autoindustrias Núñez, Barrero electricidad, La Unión, Sederías Oncala, Ferretería Horcajo. Son algunos de los comercios que durante décadas poblaron la avenida del Acueducto, un repaso que hace entre la indignación y la nostalgia el presidente de la Agrupación de Comerciantes Segovianos, Manuel Muñoz. Un pequeño cementerio. Según las estimaciones de su colectivo, había unos 1.500 comercios en la provincia a principios del siglo XXI; la cifra, apenas 20 años después, ha caído al millar. Uno de cada tres comercios ha echado el cierre. Es la agonía de un sector a contracorriente.
Respecto a 2006, hay más empleados por cuenta ajena con menos negocios. Esto se debe al auge de las franquicias. Por el camino se han perdido uno 400 autónomos. «Primero, porque hay negocios que la crisis se ha llevado por delante. Estamos hablando de caídas cercanas al 80% en ventas, eso es imposible de aguantar». Aunque la alimentación ha sufrido«terriblemente» ante las grandes superficies, habla de un efecto transversal que ha afectado a todos los sectores. «Hay negocios cerrados en la avenida del Acueducto y la calle Real. Eso antes era impensable. Antes de que un comerciante dejase un local, ya había más de uno esperando».
Tras la estela de los contados comercios centenarios, el primer impulso del comercio en Segovia surgió en los años 40, ya superada la posguerra. Fue el auge de un modelo tradicional, meramente familiar. «Eran negocios que habían puesto nuestros padres o una segunda generación, nosotros, que seguía con ellos», relata Muñoz, que se engloba en el grueso de comerciantes de más de 60 años. «El padre, la madre el hijo, algún empleado...» Recuerda una eclosión del comercio textil, zapatería, joyería, menaje de hogar, electrodomésticos. «La opulencia de las familias se manifestaba en tener un frigorífico, una televisión, un reloj, un abrigo o un traje».
La calle San Francisco acogía al grueso de las carnicerías y pescaderías de Segovia. Con el paso de las décadas, llegaron las revoluciones del sector. Primero, la fiscal, con la aparición del IVA. Cajas registradoras más modernas o el fax, que Muñoz considera un invento más relevante que el ordenador. «Que pudiéramos hacer un pedido a través de una hoja escrita y que nos lo confirmase con una llamada... Cuando yo empecé en la tienda de mi padre había teléfonos de cuatro cifras, aquel 3861 no se me olvidará nunca, y necesitabas una operadora». Por el medio, el escaparatismo y cómo el maniquí disparó a la moda.
«Segovia era una ciudad muy comercial», rememora Muñoz, que esgrime la mano de obra de agricultores y ganadores como un gran generador de riqueza. «El comercio vivía en gran parte de la provincia». Los jueves eran las jornadas fuertes por ser el día que llegaban los autobuses de línea; los sábados se abría mañana y tarde. Y que el emigrante segoviano solía volver a su pueblo en verano. «Eso era una fuente de ingresos importantísima para el comercio».
Muñoz esgrime otro problema histórico en el comercio: la falta de relevo generacional. Un diagnóstico que empieza por la bajada de la natalidad, pues en familias numerosas como la suya –sus hermanos sacaron una oposición– era más fácil encontrar hijos para la sucesión. Respecto al grueso de comerciantes de más de 60 años, analiza: «No creo que haya más de un 20% con los hijos en el comercio. No es un dato, pero conozco a la gente de mi generación. El relevo no se ha promovido nunca como atractivo comercial». Muñoz calcula que su generación representa el 60% del total del comercio segoviano. Uniendo ambas estimaciones, casi la mitad de los comerciantes de la provincia no tiene relevo.
No falta la crítica a las instituciones por no apoyar al sector. «No ha habido una medida protectora para el comercio mientras se han protegido sectores a patadas, como la automoción. Y el comercio genera casi tres millones de empleos en España; somos uno de los principales sostenes de este país». Sin embargo, «ha competido en inferioridad ante las ventajas de las grandes superficies» como incentivo por generar puestos de trabajo. «Se empezaron a dar licencias, a desviar autopistas, aparcamientos gratuitos... En la Calle Real hay bastante más gente trabajando que en el centro comercial. Si cierran tres comercios y se van ocho tíos a la calle, no pasa nada; cuando en un centro comercial se van veinte parece un mundo».
¿Cuántos comerciantes hay menores de 30 años? «No los conozco, yo aquí no veo ninguno». La afiliación de la Agrupación de Comerciantes Segovianos (ACS), con unos 200 socios, representa un quinto del sector. «Por cada diez que se nos dan de baja, siete son por jubilación. ¿Qué se está haciendo por un sector al que se le está viendo agonizar?». Muñoz cree que ya es demasiado tarde. «Este sector ha sujetado toda la arquitectura social de un país junto a la hostelería y lo hemos dejado marchar. Ahora vamos empezar a ver calles vacías porque los locales comerciales, que generaban un dinero en alquileres, luz o impuestos, se van».
El comercio segoviano ha cambiado la tipología. Por ejemplo, hay más emprendedores. «Es verdad que la mortandad de estos comercios es alta. Lo vemos, negocios que se ponen y a los tres meses cierran porque es muy difícil mantenerse». Eso se une a los tradicionales, con un comerciante envejecido. «Esa gente está esperando la jubilación. En muchos casos, el local es suyo y piensan alquilarlo. Otros tienen que llegar al final para cobrar su pensión...». No son negocios deficitarios. «Si lo fueran, tendrían que cerrar, pero muchos de ellos no son rentables para el dinero arriesgado. ¿Que se saca un sueldo? Sí, pero cada vez va siendo más bajo». Ocurre que muchos de esos locales no son tan fáciles de ocupar. «La franquicia busca una serie de metros y en Segovia la oferta no es mucha, están casi todos ocupados. No sueñes que en un local de 30 o 60 metros venga una. El resto siguen valiendo un dinero, pero al comerciante que quiere instalarse no le interesa porque el alquiler es alto y la rentabilidad no es tan alta».
Muñoz ve como «una utopía estúpida» la llamada a incorporar las nuevas tecnologías. «Un comercio tiene que tener su página web y hará alguna venta, no digo que no, pero todo el mundo sabe cómo funciona Google. Si tú pones 'comprar zapatos en Segovia' ¿qué tendría que hacer para que aparezca mi zapatería? ¿Cuánto me vale eso? Todo es Amazon y nadie entra en la segunda página».
Desmiente otro mantra, que tilda como «estupidez»: que el comercio debe especializarse. Y pone un ejemplo: zapatos de flecos con cordones rojos. «Si El Corte Inglés se entera, va al fabricante y le dice: 'El pobrecillo ese te compra 10; yo, 200'. Un fabricante de escopetas de caza hizo un modelo para zurdos. El primer mes vendió un montón; luego, todas las casas de escopetas las tenían. La especialización es algo que se vende durante muy poquito tiempo y cuando el grande ve que es vendible, te lo fusila».
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