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Cuando el coronavirus entra en una familia, las probabilidades de contagio entre los miembros se multiplican. Eso lo saben bien en la familia Santiago de los Mozos, que han visto como el padre, Isaías; la madre, Carmen, y la hija, Concha, se contagiaron con la covid-19 y tuvieron que ser ingresados en el Hospital Río Carrión.
Isaías, de 81 años, sospecha que él pudo ser el primero en contagiarse durante una consulta médica en el Centro de Salud de San Juanillo y que posteriormente infectó a su mujer, de 78 años, y a su hija Concha, de 53. El primero de los tres en ingresar en el hospital fue Isaías, que el día 26 de marzo recaló en la undécima planta del hospital Río Carrión, destinada a los pacientes infecciosos. Los problemas familiares se agravaron al día siguiente, cuando fueron ingresadas Carmen y Concha, aunque ellas fueron alojadas en la sexta planta, dedicada antes de la crisis a traumatología.
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Cuando Isaías salió de su casa en dirección al hospital pensó que su vida había terminado. «Creía que ya no iba a volver porque tengo problemas de corazón, he tenido accidentes y tengo la salud un poco mal. No tenía fuerza ni para sacar una pastilla del envoltorio», reconoce Isaías, que encontró en el personal sanitario un salvavidas al que aferrarse. «En vez de enfermeras he tenido ángeles de la guarda y gracias a eso estoy vivo», añadía este octogenario, que agradecerá durante toda la vida el trabajo de unas personas que le salvaron la vida y a las que ni siquiera ha podido ver el rostro, ya que lo tenían tapado por los equipos de protección individual.
Isaías trataba de afrontar su realidad en el hospital con positivismo, pero le resultaba imposible. «En los once días que he estado ingresado nunca pensé que iba a poder salir de allí», explica para añadir después que lo más duro que vivió en el hospital no tuvo que ver con su propia enfermedad. «Lo que más me afectó fue cuando me dijeron que mi hija y mi mujer estaban hospitalizadas», apunta.
Y mientras este hombre de 81 años sufría por su mujer y su hija en la undécima planta, cinco plantas más abajo estaban ellas viviendo su particular batalla contra la covid-19. «Tuve mi lucha para que estuviéramos juntas. En un principio estábamos cada una en una habitación hasta que llegaron los resultados», explica Concha, que se pudo reunir al poco tiempo con su madre. «Tuve la suerte de que al final nos pusieron juntas y la pude cuidar, aunque yo también estaba enferma», afirma Concha, que trató de echar una mano en las labores asistenciales a su madre.
La soledad que aseguraban tener los primeros pacientes aislados nada tiene que ver con el relato de estas dos mujeres y Carmen asegura que haber tenido a su hija al lado en un momento tan complicado como ese fue para ella un tremendo alivio. «Ella estaba tan mala como yo y lo más grande que me ha pasado en la vida es ver cómo estaba mi hija pendiente de mí en el hospital», explica Carmen.
Concha recibió el alta hospitalaria el día 6 de abril y dejó a su madre ingresada en el hospital. «Cuando se fue, me lo dejó todo apuntado y señalado para que no me faltara de nada, aunque la eché mucho de menos», afirma Carmen, que por fortuna solo tuvo que pasar cuatro días más que su hija en el hospital.
Concha recibió el alta hospitalaria el 3 de abril y desde ese momento, aún convaleciente, se afanó en desinfectar su casa antes de la salida de sus padres del Río Carrión. Isaías llegó finalmente a casa el día 6 y la emoción se apoderó de él cuando la volvió a ver. «La primera que salió fue mi hija y cuando la vi se había quedado en los huesos porque había estado desinfectando toda la casa para que cuando llegáramos nosotros estuviera todo limpio», explica este octogenario, que es un ejemplo de que se puede vencer al coronavirus cuando se tiene cierta edad y un historial clínico complicado.
Y el día 7 finalmente se reunió toda la familia de nuevo en casa. Carmen salió también del hospital y todos ellos sacaron la conclusión de que la vida es un tesoro que vale mucho más cuando se comparte con la gente que uno quiere. Aunque no solo fueron esas las enseñanzas que ha dado esta enfermedad a los miembros de esta familia. Basta con escuchar a Isaías para percatarse de que un trance como este ayuda a ordenar la lista de prioridades. «Esto me ha hecho darme cuenta de que no somos nada y que tenemos que ser más humildes, dejar de pensar en el maldito dinero, que no vale para nada. La vida se te va en un segundo y aquí queda todo. Acumular no sirve para nada. Muchos se pasan la vida contando el dinero y mirando lo que les ha producido. Esos son los más pobres que hay. Los que disfrutan de la vida son los realmente ricos», sentencia Isaías.
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Jon Garay e Isabel Toledo
J. Arrieta | J. Benítez | G. de las Heras | J. Fernández, Josemi Benítez, Gonzalo de las Heras y Julia Fernández
Josemi Benítez, Gonzalo de las Heras, Miguel Lorenci, Sara I. Belled y Julia Fernández
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