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Cuántas historias se perderá su biznieta. Muchas, seguramente. Esa labor la tendrán que ejercer ahora sus padres y abuelos, porque el pasado lunes un cuadro ... febril compatible con la COVID-19 acabó con la vida de Consuelo Urbón a los 87 años. Y se fue con la tranquilidad y la bondad que la persiguió durante su vida, aunque ahora entre sus dos hijos y sus nietos exista un inmenso dolor, elevado a la enésima potencia por eso de fallecer en tiempos de pandemia. «Nunca hubiese imaginado que se pudiera añadir tristeza a la tristeza al enterrar a mi madre en la desoladora soledad de sus hijos y privando dolorosamente la compañía de sus queridas hermanas y sus adorados nietos. Solo el soleado día quiso ponerse de nuestro lado para aliviar la terrible escena», describe su hija Charo Sanz.
Coronavirus en Palencia
Y es que Sanz escenifica el dolor de las 500 familias españolas que reciben cada día una llamada que anuncia la muerte de un ser querido. Todo se acaba al otro lado del hilo telefónico. Casi sin despedirse, sin casi un último 'te quiero' tranquilizador. Así de dolorosa es la muerte en tiempos de coronavirus para los que quedan. «Por lo menos tuve la suerte de despedirme, momento que agradeceré enormemente, porque aunque fue muy duro, afortunadamente la vi tan serena y tranquila. Me alivió verla tranquilita en su cama y muy bien atendida», recuerda Charo con la voz resquebrajada por el dolor.
Consuelo Urbón llevaba unos días apagándose lentamente en su habitación de una residencia céntrica de la capital palentina azotada por el coronavirus. «Cada vez que llamaba para preguntar cómo seguía, las cuidadoras lloraban conmigo al ver cómo se apagaba como una vela. Allí formas una pequeña familia al ir todos los días. Sientes lo tuyo y lo de los demás. Los cuidadoras lo pasan mal porque se crean muchos vínculos», recuerda la hija de Consuelo sobre los últimos tres años que pasó su madre en la residencia, la más castigada por el coronavirus en Palencia.
Y es que Charo es un ejemplo de lo que se vive diariamente por la COVID-19. Esas 500 familias destrozadas al día y con el último adiós secuestrado. «Sé que hay miles de familias pasando por algo parecido. Se habla de los héroes que tenemos, no solo por los de los hospitales, sino también por los de las residencias. También está la parte de los familiares que pierden a su ser querido de una manera tan injusta. Es verdad que están bajando las cifras, pero ¡por Dios, son 500 personas! Es como si se estrellara un avión todos los días. Cuando pasa eso salen en la televisión uno por uno. El que era padre, abuelo.... Y tienen todos sus homenajes. Y aquí todos los días mueren esas personas y se comenta, pero no es lo mismo», lamenta su hija.
La vida de Consuelo fue un claro ejemplo de superación, cualidad de «esa generación de abuelos que estamos perdiendo estos días». Obstáculos que superó y pilar en el que apoyarse para sus familiares cuando la vida se empeñaba en repartir golpes. Como quedarse viuda hace 30 años. «Nunca se enfadaba y nos decía que la vida seguía. Nunca guardó rencor por nada», describe Charo.
«Después de este letargo y cuando la vida vuelva poco a poco a la normalidad, sé que ella siempre estará en mí porque lo que es esencial no lo corroe el tiempo. Pero cada día a las 6 de la tarde me invadirá la tristeza de no poder ir a verla, a cuidarla, para llenarla de besos, para sentir su delicada piel y su olor, para recibir su sonrisa y sus dulces palabras 'sí hija, como tú quieras cariño, vale hija, eres muy guapa, te quiero mucho cariño mío'. Mamá eras todo bondad, fue tan fácil quererte, hoy una parte de mí se va contigo, pero otra muy grande llena mi alma: la tuya», concluye Charo, que tras tres días de duelo empezará a poner «sonrisas» a sus alumnos del Tello Téllez y de la Facultad de Educación de la Universidad de Valladolid en Palencia.
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