La maquinaria del movimiento saharaui ya está en marcha para preparar el acogimiento de niños en Palencia durante el verano. «Es una experiencia maravillosa», asegura Ana Cristina Aparicio presidenta de la Asociación Palentina con el Pueblo Saharaui, que invita a las familias a abrir la puerta de sus hogares a estos niños durante los meses de julio y agosto y participar en el programa Vacaciones en Paz.
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En 2023, doce niños saharauis pasaron el verano en Palencia, Cervera de Pisuerga, Magaz, Frómista, Dueñas, Guardo, Renedo, Tarilonte o Villamuriel. Y este año, la Asociación Palentina con el Pueblo Saharaui y la Asociación de Amigos del Pueblo Saharaui vuelven a hacer un llamamiento a la solidaridad para superar esa cifra. «Nuestro objetivo es traer el máximo número de niños posible, para que puedan salir de sus campamentos durante el verano, que tengan una alimentación correcta, hacerles chequeos médicos y que disfruten como los niños que son», explica Ana Cristina Aparicio. «A nosotros nos gustaría poder traer a 15 niños», añade Jesús Merino, presidente de la Asociación de Amigos del Pueblo Saharaui.
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Esther Bengoechea
Pero antes hay que tener familias acogedoras y hogares abiertos, dispuestos a regalar tiempo y cuidados a cambio de una satisfacción que trasciende lo material porque, como señalan por propia experiencia tanto Jesús Merino como Ana Cristina Aparicio, «es mucho más lo que recibimos las familias que lo que damos». Por eso muchas repiten. «Es una experiencia inolvidable. Se crean unos lazos increíbles», afirma Ana Cristina, que sigue manteniendo relación con Lihbib, el niño –hoy tiene 32 años– que trajo a Palencia hace más de 20 años, y con su familia. «Es nuestra familia del Sahara», afirma.
De momento, la Asociación de Amigos del Pueblo Saharaui cuenta ya con diez niños que vendrán en verano, pero les gustaría traer a 15 si salen las familias necesarias. En la otra asociación ya tienen fijos a los siete que vinieron el año pasado, pero dejan que el límite lo ponga la solidaridad de las familias palentinas, a las que animan a disfrutar de esta experiencia.
Es cierto que el número de acogimientos ha disminuido mucho con el paso del tiempo. Quedan lejos aquellos años en los que las asociaciones lograban traer a más de cien niños saharauis cada verano, cuando ahora no llegan a 20. «No es algo que ocurra solo en Palencia, en España hemos pasado de 10.000 niños a 1.500», señala Jesús Merino, que no puede ocultar su satisfacción porque desde el año 2.000 hayan sido cerca de 900 los niños que han venido a Palencia de la mano de la asociación que preside.
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En estas asociaciones no son ajenos a la situación económica que viven muchas familias en este momento, a los miedos que se quedaron pegados al cuerpo después de la pandemia y al parón que supuso este paréntesis social y sanitario, al cambio en la forma de vida de los hogares, a la falta de tiempo para atenderlos, a que hay acogimientos con otros países, al miedo a una situación desconocida y a un sinfín de variables que influyen en la disminución de los acogimientos.
Pero quieren dejar claro que el gasto económico es mínimo porque todos los costes de viaje, traslado y visado corren por cuenta de las asociaciones, y que tienen acuerdos para los chequeos médicos, el dentista y el oftalmólogo. «Basta con comprar un poco de ropa para que pasen el verano y poner un plato más en la mesa», asegura Aparicio. «Además son niños de muy buen carácter, se comportan muy bien y necesitan muy poco», añade Merino, que entiende que plantear un acogimiento que dura dos meses cuando los padres tienen un mes de vacaciones puede generar dificultades, pero insiste en que siempre hay soluciones para conciliar con actividades deportivas o los pequejuegos que ofrecen los ayuntamientos.
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Este año vendrán niños nacidos en 2014 y 2015, de 9 y 10 años, porque el Gobierno saharaui, que antes no ponía límites de edad, ha cambiado la norma. En teoría para dar oportunidades a más niños, a la vista de la reducción del número de acogimientos, aunque sea a costa de limitar el número de veranos que puede repetir un mismo niño, ahora tres como máximo. «Esto tiene sus ventajas y sus inconvenientes», apunta Merino, porque las estancias generan un vínculo afectivo muy grande y las familias quieren que vuelva su niño, pero, por otra parte, así se da oportunidades a los que no han venido. Y precisamente porque hay que generar oportunidades, las asociaciones no se cansan de repetir que hacen falta hogares para estos niños, para alejarles de los 52 grados que hay en el campamento en verano, para que puedan aprender un idioma, para que establezcan lazos con una familia española que les pueda ayudar a largo plazo.
«Venir estos dos meses es todo un mundo para refugiados que pasan hambre en los campamentos», afirma Merino. Porque el mayor problema ahora es la comida, ya que con la pandemia, el bloqueo de los puertos de Argelia y la guerra en Palestina han disminuido las ayudas. «Las familias las pasan canutas para dar de comer a los hijos», asegura.
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Y es que esta solidaridad va más allá de la sonrisa por la sorpresa al ver el agua corriente, la luz o los cristales de las puertas. Lo importante es que un niño pueda venir, ir al médico y confirmar que está bien, tener una bicicleta, una piscina para bañarse, una cama para dormir, aprender un idioma y conocer otra forma de vida y otro tipo de familia porque les abre todo un horizonte. «Es una salvación para ellos. Reciben tantos estímulos que cambian su forma de pensar y el idioma les puede abrir oportunidades de futuro», insiste Jesús Merino, que conoce bien el terreno porque ha hecho 40 viajes al Sahara y sabe cómo se multiplica la ayuda porque ha tenido dos niños saharauis a los que nunca ha perdido la pista: Velda, que estudió en Palencia y ahora tiene 30 años, vive en Palma de Mallorca, está casada y tiene un hijo, y Mohamed, que tiene 17 y estudia en el norte de Argelia. «Le he visitado muchas veces, le mando ayuda, seguimos muy vinculados con su familia», relata.
No hay que olvidar que estos niños luego lo tienen más fácil para venir a España cuando son mayores de edad si tienen una familia que les invite y les ayude, si conocen el idioma. Pueden venir a hacer cursos de formación, como ha ocurrido con chicos que han venido a Palencia a aprender pastoreo o mecánica y automoción e incluso para trabajar en alguna fábrica y después llevarse el conocimiento a los campamentos. «Venir ahora, establecer lazos con una familia española, que va a mantener su ayuda en el tiempo, genera unas expectativas y unas oportunidades de futuro que son un milagro», continúa Jesús Merino.
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Es importante dejar claro que no son solo dos meses de verano, que es una oportunidad que se multiplica en el tiempo, aunque todo empieza por esa acogida en verano. Por eso, que vengan ahora o no marcará la diferencia, porque si vienen aprenden el idioma y eso les va a facilitar su regreso de adultos. «Es un pequeño milagro, un triunfo social porque les da unas posibilidades enormes para su vida futura», sostiene Jesús Merino.
Para participar en el programa Vacaciones en Paz hay que ponerse en contacto con Asociación de Amigos del Pueblo Saharaui (teléfonos 628 228 643 y 979 750 977) y Asociación Palentina con el Pueblo Saharaui (teléfono 685 867 580).
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