No serán más de cinco minutos. Pero creo que no está mal, en un asunto tan controvertido y mediático como el del debate entre el soterramiento o la integración en superficie del ferrocarril en nuestra ciudad, dedicar un poco de tiempo a intentar que se ... vea desde una perspectiva de racionalidad, más allá de eslóganes o de posiciones desahogadas, cómodas o interesadas. ¿Puedo contar con usted, desinteresado lector (o lectora) para exponerle algunas consideraciones? Muchas gracias.
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Para empezar: es un debate complejo. No basta con decir (a veces lo he oído) que «cualquier obra relacionada con el ferrocarril que no sea el soterramiento es un disparate». Sin más. Un disparate. Propio de gente disparatada, absurda. Pero la verdad es que creo que de quienes opinan y pretenden crear opinión puede esperarse algo más. No sé. Que miren algún dato, que contrasten la información. Lleva tiempo y es cansado. Pero un pequeño esfuerzo por intentar razonar, más allá del «y no hay más que hablar», no estaría mal.
La propuesta municipal de integración en superficie es legítima. Ha sido aprobada por los órganos competentes. Refrendada en las elecciones. No vulnera ninguna legislación, ningún derecho. Intenta mejorar las condiciones urbanísticas de la ciudad. El gasto que supone es proporcionado a su objeto. Pero por la forma en que se oponen algunos sectores parecería que se trata de algo injusto, irracional, perverso, antidemocrático. Nada de seguir razonamientos basados en datos. Mejor acudir a emociones más esenciales: barrios ricos y barrios pobres, a causa del ferrocarril. Aunque no sea cierto (que objetivamente no lo es).
Eliminar lo viejo y demoler todo, empezar de cero. Pero frente al empeño de asolar una zona por completo para dejar el suelo limpio y componer en él nuevas construcciones está la idea de la rehabilitación. Sucede con edificios, con barrios (esa práctica de demoler barrios completos, tan arraigada en algunos momentos), y también se da con el posible aprovechamiento de infraestructuras existentes. La rehabilitación es más delicada siempre, obliga a lidiar con los elementos que se aprovechan, exige otra forma de ver las cosas, menos drástica, más tolerante e indulgente con lo existente. Eso sí: siempre es mucho más cómodo arrasar con todo.
En una carta reciente publicada en un periódico local podía leerse: «En todos los argumentos a favor o en contra no se ha tenido en cuenta (sobre todo por los detractores) el único argumento a utilizar en este caso: la ciudad necesita el soterramiento. Y ante esta verdad no vale el precio ni las deudas, y mucho menos que el proyecto venía de la Corporación anterior, que es la única razón de los que se oponen, por muchos argumentos que se utilicen para ocultar esta verdad.» Y concluía: «El coste ya lo pagará quien sea y cuando sea». En otras ocasiones también hemos escuchado ese mismo argumento, de forma más poética: «Si no hay dinero, se pinta». Y cabe preguntarse: ¿Se organizan también así en su casa?
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Porque ahora, en Valladolid, se da un movimiento favorable. Tanto en la industria como en la cultura o en el bienestar social. La estadística de viviendas lo refleja igualmente. Se construye nueva vivienda en todas las zonas: también en Delicias, Cuarteles, Ariza, Pinar de Jalón o (de nuevo) en Santos-Pilarica. Es decir: en «este lado» de las vías. Porque está viva la ciudad, toda ella, en un buen momento económico y social, sin el soterramiento a la vista. Y sin embargo parece que el debate se centra en eso.
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La propuesta de integración en superficie que está en marcha es, en mi opinión, una buena expresión de política municipal: no complaciente, pero honesta, que intenta mejorar la vida de la ciudad. Es verdad que hay gente que defiende puntos de vista contrarios y, según creo, equivocados, pero mantenidos con el sincero convencimiento de hallarse asistidos de razón. Sin embargo no hay que desconocer que algunas otras posiciones, acciones o escritos sobre esta misma cuestión son menos bondadosos, más clandestinos e interesados. En los que sorprende, por ejemplo, que aun disponiendo de amplia información, la ignoren selectivamente.
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Para concluir (llevo 4 minutos), me gustaría que nos quedásemos con algo que decía Camus. Fuera del «cobarde conformismo» de máximos (ese maximalismo que tan bien nos alimenta cuando hace tanto frío), venga aquí una dignidad «aparejada con una justicia relativa». Relativa. Aunque sea a la intemperie. Porque en «la confrontación entre la mesura y la desmesura que anima a la historia de Occidente desde el mundo antiguo», el verdadero dominio «consiste en tratar como se merecen los prejuicios de la época». Ya que la desmesura «es una comodidad siempre». Y la mesura, por el contrario, «es una pura tensión». Por favor, demos una oportunidad a la razón y a la mesura. Muchas gracias.
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