Marisa Sotelo Vázquez
Sábado, 4 de noviembre 2023, 00:07
En 1998 Miguel Delibes publicaba 'El hereje', su última novela. Tenía setenta y ocho años y a sus espaldas una extensa y brillante trayectoria narrativa, que se había iniciado cincuenta años antes con 'La sombra del ciprés es alargada' (1947), novela galardonada en la segunda edición del Premio Nadal. En este arco temporal Delibes había ido publicando títulos tan representativos del discurrir de la novela en España como 'El camino' (1950), 'Las ratas' (1962), 'Viejas historias de Castilla la Vieja' (1964), 'Cinco horas con Mario' (1966), 'Parábola del náufrago' (1969), 'Las guerras de nuestros antepasados '(1975), 'Los santos inocentes' (1981), 'Madera de héroe' (1987), con los que había ido fijando sus señas de identidad de escritor con territorio. La ambientación de sus obras, a excepción de 'El camino' y 'Los santos inocentes', siempre en Castilla, tanto en el medio rural como en el de la pequeña ciudad de provincias en los años de postguerra.
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Entre los rasgos de su poética narrativa destaca la importancia concedida al personaje que aparece siempre ligado estrechamente al paisaje y dominado por una pasión. Rasgos aplicables a toda su producción, porque las novelas de Delibes están articuladas entre sí, son fracciones de un mismo mundo. A la vez que los temas esenciales de su narrativa: la infancia, la solidaridad humana, la muerte, el miedo, la preocupación por los débiles, los perdedores, el progreso sostenible, el anti belicismo, la comunicación y la tolerancia entre los seres humanos, en definitiva, la búsqueda constante de la autenticidad fueron las preocupaciones esenciales del autor.
Desde estas coordenadas es posible leer 'El hereje' como verdadero testamento literario e ideológico del autor. Conviene precisar brevemente varias cuestiones que atañen a la morfología específica de esta obra, en la que el peso de la documentación histórica es fundamental, información sobre las fuentes, que el autor suministra en una breve nota en las páginas finales: Bennassar, Teófanes Egido, Menéndez Pelayo, Tellechea, entre otros. Es también la novela más extensa del autor y está ambientada en el siglo XVI, cuando toda la producción delibesiana se había centrado en el siglo XX. Más allá de la ubicación histórica, su autor quiso que la novela fuese leída como un homenaje a Valladolid, su ciudad, y sobre un tema, el luteranismo y las luchas religiosas, que siempre le habían interesado. En 'El hereje' Delibes construye un espléndido friso de Valladolid y sus gentes en un momento histórico de esplendor comercial en el que la ciudad se preparaba para ser corte de España. Con una amplia base documental sobre hechos y personajes históricos reales, Delibes da vida a un personaje intrahistórico, Cipriano Salcedo, protagonista de la novela en connivencia con los históricos Cazalla, Leonor de Vivero, Carlos Seso o doña Ana Enríquez. A todos estos personajes históricos se refiere Menéndez Pelayo el capítulo VII del Libro IV de la 'Historia de los heterodoxos', que dicho sea de paso inicialmente pensó en titularla 'Historia de los herejes', así como describe su actuación, condena y ejecución en los Autos de fe del 21 de mayo y del 8 de octubre de 1559 en circunstancias muy semejantes a las descritas en la novela. Múltiples son los detalles que proceden de la documentación histórica, como la descripción de la geografía urbana, el proceso inquisitorial, la instalación del patíbulo, la curiosidad morbosa del pueblo que asistía a las ejecuciones y las procesiones de los condenados con su sambenito hacia la muerte en la hoguera. 'El hereje' es una novela de personaje, de un perdedor honesto y fiel a sus ideas hasta la muerte, pero es también una novela coral sobre la vida, los usos y las costumbres del Valladolid áureo, que había exigido a Delibes un largo y laborioso proceso de documentación histórica para reconstruir el pulso de la vida cotidiana de su ciudad y la provincia durante el reinado de Carlos V. Y, aunque 'El hereje' tiene muchos aspectos que la aproximan a la novela histórica no lo es 'estricto sensu', porque Delibes procura por todos los medios que la historia no devore a la fábula. En ella la intrahistoria, la historia de los sin historia, es la que cobra realmente fuerza a través de la vida de Cipriano Salcedo –en muchos aspectos un alter-ego de Miguel Delibes– y también a través de la vida de tantos otros seres intrahistóricos como Teodomira Centeno o la inolvidable Minervina Capa que conforman la sociedad vallisoletana del siglo XVI. Ese espléndido fresco lleno de vida es lo que produjo en Bennassar una sana «envidia de los novelistas, ya que ellos podían colmar una laguna de las fuentes, arriesgando una circunstancia, un acontecimiento, un diálogo verosímil aunque dudoso, sin riesgo mayor de error, osadía que el historiador no podía permitirse», palabras que resumen la diferencia fundamental entre historia y literatura, de manera que podemos sostener con don Francisco Giner que la literatura es la carne y la sangre de la historia.
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