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Perdonen el anglicismo del título. A mí tampoco me gusta. Pero me temo que es imparable. Como saben, la traducción de 'delivery' es 'entrega'. Con esa economía de palabras que caracteriza a los anglosajones, les basta esta para referirse a lo que nosotros llamamos ... entrega a domicilio. Voy a procurar evitarla siempre que pueda, pero de momento nos sirve para entendernos.
No la confundan con 'take away', que es la forma inglesa que se utiliza para la recogida en el propio local, la comida para llevar. Dos términos que en estos días de confinamiento han resurgido con fuerza, especialmente el primero. Para cumplir con el 'yo me quedo en casa', muchos españoles han optado por cocinar. Pero no todo el mundo tiene la habilidad culinaria necesaria para salir de tres platos básicos y para otros lo que al principio era una diversión empieza a cansar después de cincuenta días. Por no hablar de los que tienen la suerte de poder trabajar, bien en casa, bien acudiendo a su puesto.
Todo ello ha dado un nuevo impulso a la comida a domicilio, que hasta que llegó la pandemia estaba muy vinculada a la comida rápida: pizzas, hamburguesas, cocina china de dudosa calidad… Ahora, bares y restaurantes de todos los niveles han optado, como forma de supervivencia, por servir comidas a domicilio.
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En algunos casos creando una segunda marca, y casi siempre adaptando su oferta para dejar aquellos platos que pueden llegar en mejores condiciones. En ocasiones, la comida requiere luego un toque en la cocina de casa, pero la mayoría llega lista para consumir en envases que garantizan la higiene y mantienen las temperaturas. Bastantes ya están prestando este servicio, y la lista de los que anuncian que lo harán en los próximos días es larga.
Estos días he podido disfrutar de un buen arroz (Berlanga), platos de cocina canaria de un estrella Michelin (El Lagar de Gofio), el menú del día de una renombrada casa de comidas (De la Riva), o la chuleta semi-preparada de un gran asador (La Taberna de Elía), acompañada de un pisto espectacular. Me ciño a Madrid, que es donde estoy recluido, pero en toda España se reproduce el fenómeno. Una adaptación que era necesaria y que al menos nos garantiza comer dignamente sin salir de casa.
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