Un miembro del jurado de la Sección Oficial se maravillaba de que a las 8:30 horas el patio de butacas del Teatro Calderón estuviera lleno ayer. Pudiera deberse a la euforia del festivo, a la recuperación del público con el virus latente en el ... foso o a que el primer convocante era el director surcoreano Park Chang-wook.
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El autor de 'Oldboy' (2003), muy querido en Cannes, es el antecesor del oscarizado Bong Joon-Ho, al que la Seminci dedicó un ciclo. Y 'Parásitos' (2019) fue el preludio de un aluvión televisivo de series surcoreanas con el máximo exponente de 'El juego del calamar'. Culebrones sentimentales y violencia extrema son las líneas dominantes en las producciones made in Seúl.
Park Chang-wook sitúa entre el cine negro y la poesía 'Decision to leave', una película de suspense y de amor. El policía que encarna Park Hae-il se dedica a 'casos sin resolver'. Insomne crónico, prolonga su jornada de noche. Tiene de compañero a un agente no muy riguroso ni entregado que da pie a algunas de las pocas risas que nos brinda el director. La muerte de un hombre en una montaña le lleva hasta la otra protagonista de la película, encarnada por la actriz china Tang Wei, viuda del accidentado. A partir de ahí se despliega una investigación en la que deber y amor se cruzan.
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Chang-wook es aficionado a las escenas nocturnas, en interiores de luz concentrada o en exteriores con elementos tan plásticos como la nieve. Propone una narración lineal con 'flash-backs' equívocos con los que prueba al espectador, digresiones aclaratorias de cómo el pasado pesa en la acción presente. La acción no se entendería sin la concurrencia de los teléfonos móviles como recurso narrativo y como prueba pericial. Gracias a él, la protagonista puede expresarse –aunque su coreano aprendido gracias a los seriales sea preciso y perfecto por momentos–, es usado como vía para manipular a las ancianas que cuida, guarda los audios que inculpan al criminal y delata sus movimientos. Dos maridos muertos, una mudanza y un reencuentro en el que amor y traición regatean hacia el desenlace, demasiado pospuesto.
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Corea del Sur también ha logrado situar a unos cuantos músicos en la cúspide de la clásica. De esa fascinación sinfónica da cuenta la inclusión del adagio de la 'Quinta' de Mahler en medio de 'Decision to leave', la misma que Visconti eligiera para su 'Muerte en Venecia'.
El calor del humo
Mientras el policía coreano mantiene a raya su vieja afición al tabaco, vicio intempestivo en el profiláctico siglo XXI, todos los protagonistas de la francesa 'Los pasajeros de la noche' asocian la reflexión, el descanso y el placer al cigarrillo. Está ambientada en los ochenta, era otro París, otro planeta. Mikhäel Hers (París, 1975) pone su cámara ante la nueva vida de Élisabeth (Charlotte Gainsbourg), sola con sus dos hijos adolescentes tras la marcha de su marido, tras haber superado un cáncer.
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Reinvención obligada tras el shock del abandono, tiene que encontrar un trabajo en un mercado en el que no pondera la sensibilidad. Será en el programa radiofónico nocturno 'Los pasajeros de la noche', a las órdenes de la dura Emmanuelle Beart.
Poco a poco irá recomponiendo su mundo, visitado por la joven Talulah, que recoge de la calle. Ella les desconcierta y la vez les une, provoca una generosidad que no intuían. Mientras Élisabeth encuentra su nuevo lugar, los hijos crecen y hallan el suyo, ella la política, él la literatura. La crónica familiar tiene hitos universales, predecibles, que los pasajeros atraviesan de manera natural aunque sin poderse sustraer a la nostalgia.
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Hers baña con una luz amarillo la ciudad, el hogar, el cine (van a ver 'Birdy'). Película íntima en la que los sentimientos no se explicitan, encuentra el tono melancólico de quien recuerda y a la vez esperanzador, de quien relativiza la adversidad porque a lo mejor no era tan mala. Buena factura para una historia que mantiene su interés más por el cómo que por el qué. Y una Charlotte Gainsbourg que encarna la fragilidad y timidez de la protagonista como si fuera ella misma. Es la tercera madre coraje en dos días, tras Penélope Cruz y Leonor Watling, de la misma generación las tres.
Un lugar en el mundo
«Los montañeses no decimos naturaleza, sino río, sendero, árbol», dice Bruno en 'Las ocho montañas', la película que firma Felix von Groeningen a partir de la novela homónima de Paolo Cognetti (2016), ganadora del Premio Strega y del Médicis. Las dicotomías ciudad/ campo, sociedad/individualidad, artificio/verdad subyacen a esta historia de amistad entre un niño de Turín, Pietro, y uno de los Alpes, Bruno.
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Con situaciones familiares contrapuestas, durante quince años no se ven para reencontrarse en la edad adulta. Bruno sabe que la montaña es su destino, Pietro se siente acompañante de aquel pero tiene que buscar su lugar. Ese viaje es el centro de la película. La apuesta del primero cursa con éxito hasta que la arcadia feliz se desvanece por la economía. El segundo tardará en dar con algo similiar y será en Nepal. Aún a miles de kilómetros mantendrán un lazo de entendimiento con pocas palabras.
Mucha caminata en las inmediaciones del Cervino –los drones permiten rodar planos antes carísimos e imposibles–, una lección de supervivencia y una gran dosis de misticismo toureauno hacen de esta bonita y triste historia un buen material audiovisual. Walden o en ente caso Granta siempre es atractivo, aunque en el largo se vea perturbado por una banda sonora ajena al paisaje alpino y a su lengua. Con todo, conquistó el corazón del público y seguro, más de un premio.
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