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La muerte el pasado domingo de José Jiménez Lozano fue especialmente sentida en el barrio de Parquesol de Valladolid, en concreto en el número 1 de la calle Felipe Ruiz Martín, donde tiene su sede el Instituto de Educación Secundaria que lleva el nombre del ... escritor de Langa (Ávila) y vecino de Alcazarén.
La mañana del lunes, una vez conocieron el fallecimiento del escritor, a las 13:00 horas, la comunidad del IES José Jiménez Lozano, salía al patio para guardar un minuto de silencio, conmocionada por la pérdida. Tanto alumnos como profesores quisieron recordar así la figura del autor que durante los diez años de funcionamiento del centro estuvo siempre ligado a su actividad, participando en la vida del mismo, entregando los premios del concurso anual de relatos y acudiendo a encuentros literarios en la biblioteca.
El pasado 19 de febrero, los alumnos redactores de la revista del centro 'De punta en negro' se acercaron a su domicilio en Alcazarén para realizar una entrevista al autor, ya que, este año, como conmemoración del décimo aniversario del centro, el instituto se había volcado en realizar un homenaje a su persona. «Don José fue siempre muy cercano y generoso con el centro. Le recordaremos siempre con cariño y gratitud. Desde aquí enviamos a su familia nuestro más sentido pésame», expresaron ayer desde el centro educativo.
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Aquel encuentro con el escritor en su casa de Alcazarén celebrado en febrero de este año, fue recogido por los alumnos en la revista del centro en un artículo en el que palpa, por un lado, el respeto y la profunda admiración de los bachilleres, y por otro, la disposición de Jiménez Lozano de compartir conversación, especialmente con los más jóvenes. En el mismo se lee: «El pasado 19 de febrero, Don José nos acogía en su casa de Alcazarén. Le gustaba compartir su tiempo con los jóvenes, escuchar sus preguntas, echar la vista atrás y recordar momentos de su vida. Aquel miércoles no había prisa. En su pequeño despacho, baldosas blanquinegras, mesa maciza de madera, y unas librerías abarrotadas, cinco estudiantes conversaban con él distendidamente. José se ha quitado el cable que le ayuda a respirar pero suena de fondo el aparato, que en una cadencia continua, marca el paso del tiempo, inexorable. En un rincón, diminuta en su silla de mimbre, sencilla, está Dora, su mujer. Nos anima a hablar más alto, «ya no oye bien», comenta.
Don José se entrega a hablar de lo que le apasiona. Se enreda con sus lecturas, nos transmite su amor por el lenguaje, esas palabras que se están perdiendo, y bromea con los chicos, a los que trata de usted: ¿Conocen la palabra 'pamplinas'? – y sonríe tímidamente. Recuerda con cariño a sus compañeros de estudios, y la pasión que compartían por los libros, lecturas que, en sus tiempos, jamás fueron obligatorias, sino fruto de la curiosidad de juventud».
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