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Fue con sus piernas, las más bonitas del cine español, solo comparables a las de Marlene Dietrich y Cyd Charisse, y su sonrisa deslumbrante con lunar seductor en el pómulo derecho, como Concha Velasco se fue a la capital de las Españas y se metió ... en el bolsillo al Hollywood madrileño. Tenía Concha, sí, esa natural galanura castellana que le abría las puertas de los grandes salones, un gracejo vallisoletano que exportó al universal y que ya no se encuentra por aquí con tanta frecuencia. Muy en la línea de la valenciana Elisa Ramírez, con aquellas mejillas rientes de las dos tan a lo Sophia Loren capaces de curar cualquier depresión. A veces uno cree haber visto a Concha Velasco riendo por la calle Santiago o a la salida del Teatro Calderón, y es que seguramente hayan emitido por televisión 'La verbena de la Paloma', 'El arte de no casarse' o 'Cuatro noches de boda'. El cine, el teatro y sus artistas se quedan: los demás –incluyendo los políticos– se van.
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Víctor Vela
Concha prorrumpió en la opinión pública con 'La chica yeyé' de 'Historias de la televisión', cuando el macho ibérico no se quería enterar de que ella lo quería de verdad. Porque si hay algo que recordamos de Concha es su capacidad multifacética para hacer teatro, la revista, el cuplé… lo que fuese. Y todo lo hacía bien. Encarnó de manera magistral y convincente a la 'Hécuba' de Eurípides en el Teatro Español, en febrero de 2014. Después, en el Teatro de La Abadía dio vida en octubre de 2017 a la reina Juana la Loca, de Ernesto Caballero, y fue galardonada por segunda vez con el Premio Nacional de Teatro. Fue la actriz total y sus hombres –enanos a su lado– no la entendieron, ni siquiera estuvieron a su altura humana ni artística, como le ocurrió a Marilyn Monroe, como les sucede a las mujeres extraordinarias y bellísimas.
En Broadway hubiese sido un fenómeno de masas; en la Metro y la Paramount se hubiese codeado con Frank Sinatra, Cary Grant y Charlton Heston. Pero Concha tenía un corazón tan grande y generoso que nunca quiso marcharse a hacer las Norteaméricas. Nuestro último recuerdo fue en septiembre de 2017, en TVE, en el 'Secuencias en 24', cuando ella, elegantísima, se dirigía a mí en todo momento por mi nombre, que era como recibir un segundo bautismo: «Somos de Valladolid, Concha», y ella, que le daba mucha alegría al escucharlo, decía que el vallisoletanismo dejaba una impronta enorme. Todavía guardo mi ejemplar de Cuadernos vallisoletanos con ella en la portada, madura ya, culta e intelectual, comprometida con la profesión: a comienzos de 1972, cuando estaba representando con Juan Diego 'La llegada de los dioses en el Lara', Concha pidió un día de libranza semanal, solicitud que supuso su despido inmediato y que dio lugar andando el tiempo a una huelga histórica de actores en España que culminó con la conquista de sus derechos laborales básicos. Gracias, Concha querida, por tanto.
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