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Después de su primera infancia entre la calle Recondo, la Acera de Recoletos y Simón Aranda, la familia de Concha Velasco (Valladolid, 1939) se mudó a Marruecos, a la ciudad de Larache, donde fue destinado Pío, el padre militar de la actriz, recientemente fallecida. Allí, ... en Marruecos la niña Conchita tuvo muy pronto claro que su vida iría encaminada al mundo de la farándula.
«Hacía imitaciones de Juanita Reina y de Concha Piquer. Mi madre cuenta que me subía a las mesa a cantar 'Francisco Alegre y olé' y que luego pedía perras, como los monos en los circos, que piden aplausos», decía Concha, quien recordaba además cómo en el colegio le contaba a sus compañeras los seriales de las radio y se reservaba para ella, siempre, el papel protagonista. «Nunca he sido agraciada, era el patito feo, y mi forma de llamar la atención de los demás era a través de la gracia y de la simpatía, haciendo de cómica, interpretando un papel», relataba.
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En 1950, la familia regresó a la península y se instaló en Madrid, donde Conchita podría comenzar su formación musical. «Vivíamos en dos habitaciones con derecho a cocina». «Yo dormía en el cuarto de estar y mi cama era un somier con unos almohadones que servían de sofá durante el día. Encima de ese sofá había un espejo filipino que tenía un marco de madera inmenso. Por el día, yo imitaba a Escarlata O'Hara, subiendo la ceja, frente al espejo. Pero, por la noche, ese espejo se llenaba de fantasmas».
Concha tenía que dormir con la cortinas descorridas, por su miedo a la oscuridad. Un halo de luz entraba desde la calle y, en aquellas madrugadas, la joven Conchita veía como en el espejo se reflejaban los muchos pájaros disecados que había en aquella habitación. «Yo tenía un miedo enorme a que esos pájaros cobraran vida y a que el espejo se me cayera encima», decía.
Por la mañana estudiaba en la escuela Santa Susana y, por la tarde, su madre le apuntó en una escuela de música en la calle Arenal, 26, por la que pagaban quince duros al año. Allí, Conchita recibió clases de ballet, solfeo, canto y declamación. Y comprendió además el sacrificio que supondría dedicarse a esta profesión.«Llegaba por las noches a casa mi madre y me esperaba con una fuente de agua caliente, vinagre y sal para limpiarme las heridas de los pies».
«Teníamos un profesor de baile, danés, que era un hombre tremendamente duro y autoritario. Si llegabas tarde a clase, te echaba o te suspendía», rememoraba la actriz, quien tuvo a gala siempre haber mantenido desde entonces su compromiso con la puntualidad.
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La escuela se encontraba frente al Teatro Real, que entonces «estaba en ruinas». «Nosotros nos metíamos allí para buscar algún trocito de tutú abandonado, la cinta de alguna zapatilla, algún resto de decorado que pudiera servirnos». Aquellas niñas de posguerra, que comían casi a diario «bocadillo de tortilla en escabeche», soñaban, mientras recorrían aquel teatro en ruinas, que algún día se subirían a un escenario noble como aquel que vivió tiempos mejores. «No he bailado en el Real, pero sí que hice 'El lago de los cisnes' en el Teatro Español», le contó Concha Velasco a Terenci Moix, en el programa 'Más estrellas que en el cielo' (1988 en TVE).
Sus primeras actuaciones fueron así, con estos pequeños papeles. «La escuela nos llevaba a las temporadas de óperas que había por España. Hacíamos de los negritos de 'Aída', de figurantes en 'Fausto', en 'Carmen'», contaba. Pero Concha comprendió muy pronto que sería muy difícil alcanzar ese sueño del Teatro Real. «En España había dos ballets importantes, el de Antonio y el de Mariemma, así que la única salida profesional que teníamos entonces era la revista», le contaba a Pablo Lizcano en una entrevista para televisión, en 1984.
Para ello, se inventó un nombre artístico, Lucrecia Velvar. «Lo de Lucrecia era porque me parecía un nombre muy sonoro, que no existía en el teatro español. Y además, aquí en España eran muy dados a cambiar los nombres a las actrices. Y lo de Velvar, por mis padres, a los que adoro, y me parecía feo adoptar el apellido solo de uno». Sin embargo, lo de Lucrecia Velvar no cuajó y su carrera se labró con el nombre de Conchita Velasco.
Su padre, el militar, no estaba muy convencido del rumbo que tomaba el talento de Concha e incluso hubo alguna discusión en su casa: «A mi padre le sentó muy mal, cuando tuve que debutar en una revista, con 14 o 15 años, que tuviera que enseñar las piernas con unas medias de cuadritos». Aún así, nada podía parar la vocación de Conchita.
«El maestro Ramos, un coreógrafo maravilloso, me dijo que Celia Gámez estaba buscando gente para 'El águila de fuego', su espectáculo en el Teatro Maravillas». La actriz argentina era una estrella de la época, una de las grandes figuras del espectáculo. Y entrar en su galaxia era un camino inmejorable para comenzar a brillar.
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Así que Conchita, acompañada por su madre, se presentó en la casa de la Gámez para solicitarle un puesto en su compañía. «Tuvimos suerte porque a ella se le habían olvidado los guantes en casa y regresaba a por ellos», recordaba la actriz, en un plató de televisión, con la actriz argentina a su lado. Juntas reprodujeron aquel asalto para pedir trabajo. Concha le dijo: 'Me gustaría trabajar con usted'. Y la Gámez le respondió: '¡Mostráme las piernas!'. «Yo me levanté un poco la falda, ella me miró de arriba abajo y me contrató». Llegó con ella a ser primera bailarina. «Siempre me decía: 'Cuando yo me retire, te daré la oportunidad de que seas 'vedette'. Pero yo pensé que eso era muchísimo tiempo y tenía prisa». Así que la muchachita de Valladolid puso su mirada en el cine y comenzó a hacer pruebas y más pruebas hasta conseguir una oportunidad en la gran pantalla.
«Quien trabaja en esto no se conforma con ser el de la lanza o la camarera que saca la bandeja. Todo el mundo quiere ser el mejor o la mejor. Yo estaba en el conjunto, a lo mejor la última de la fila, en el cuerpo de baile, pero estaba segura de que iba a ser la protagonista», rememoraba.
«De Celia aprendí el respeto al público y a la compañía. Cómo nos trataba y nos quería. Aquel contrato de un año, por 60 pesetas al día, fue lo mejor que me ha pasado en la vida», rememoraba Concha, quien no ahorró detalles sobre las dificultades económicas que su familia pasaba en aquellos primeros años 50. El padre militar viajaba por España de destino en destino y había que mantener dos alquileres, ya que su esposa (enferma) y los hijos continuaban en Madrid. «Las clases eran muy caras y si quería seguir recibiéndolas, tenía que trabajar. Empecé en el teatro por auténtica necesidad», dijo en el programa de Terenci Moix.
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