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«Morirse en el escenario es una barbaridad y una falta de educación», decía Concha Velasco cuando, en 2018, a punto de cumplir los 80, giraba por España con 'El funeral'. Así que Concha –la eterna chica yeyé, la niña que quiso ser artista y ... lo logró con creces– ha fallecido lejos de los focos, entre bambalinas, cuando ya se cerró el telón de su carrera a la espera de la última ovación.
Concha Velasco (Valladolid, 1939) ha muerto después de sufrir un «rápido y progresivo» deterioro de su estado de salud, según explicó su hijo Manuel el 27 de diciembre de 2022, cuando la actriz ingresó de urgencia en un hospital madrileño. Llevaba ya meses en una residencia de ancianos, ya que sus problemas digestivos, de artritis y de hígado requerían atención continuada, las 24 horas del día. La primeras señales de alarma llegaron, según ha explicado la familia, en agosto de 2021. Por aquel entonces, Concha todavía seguía al pie del cañón. Sobre el escenario. Con el texto impecable y su firme profesionalidad sobre las tablas. Tuvo tiempo de despedirse de su público.
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Su última función fue en Logroño, el 21 de septiembre de 2021. Pero días antes, en las fiestas de Valladolid, pudo decir adiós a sus paisanos, con una representación final en el Calderón, uno de sus teatros preferidos, donde tiene una placa en su honor que recuerda una de sus frases más famosas: 'Mamá, quiero ser artista'.
Porque Concha Velasco, Conchita, tuvo desde joven muy claro que su vida estaría vinculada con el mundo del espectáculo. «Mi madre me contaba que, con tres o cuatro años, ya me subía a bailar a una mesa del Círculo de Recreo, en Duque de la Victoria. Y cuando terminaba, yo extendía la mano y pedía perras», recordaba la actriz, que nació en la calle Recondo de Valladolid, el 29 de noviembre de 1939. Su padre, Pío Velasco, era un comandante de caballería. Su madre, Concepción Varona, fue una maestra republicana («exiliada de sí misma», decía Concha) de quien la actriz asumió sus ideas «socialistas y católicas».
Con cuatro años, la familia se mudó a Marruecos, a la ciudad de Larache, donde fue destinado el padre militar. Allí Conchita continuó alimentando su pasión artística. «A los 9 años yo ya sabía que quería dedicarme al espectáculo», recordaba con seguridad. Por eso, cuando su padre tuvo que elegir nuevo destino, su familia insistió para mudarse a Madrid, donde su hija podría tener mejores opciones de futuro. Vivieron en la calle Maestro Alonso, en dos pobres habitaciones con derecho a cocina.
Por la mañana, Concha estudiaba en la escuela Santa Susana y por la tarde le apuntaron a una academia de baile, en la calle Arenal, 26 (frente al Teatro Real)donde recibía (por 15 duros al año) clases de ballet clásico, solfeo, canto y declamación. Su debut llegaría con diez años, en el Círculo de Bellas Artes, donde bailó un vals de Copelia, con el que ganó 75 pesetas. A los 13 ya formaba parte de una compañía de baile, ingresó en la 'troupe' de Manolo Caracol y actuó como vicetiple en la compañía de Celia Gámez. «El maestro Ramos, un coreógrafo maravilloso, me dijo que Celia Gámez estaba buscando gente para su nuevo espectáculo, en el Teatro Maravillas», recordaba la actriz, quien junto con su madre se presentó en la casa de Celia Gámez para que le hiciera personalmente la prueba. «Celia me miró de arriba abajo y me dijo:'Levantáte la falda. Tenés las piernas preciosas'. Y me contrató para la revista 'El águila de fuego'. Ahí empezó mi suerte», recordaba.
En aquellos primeros trabajos, se presentaba con un nombre artístico, Lucrecia Velvar, que no tuvo mucho futuro. Porque ella se hizo famosa como Conchita Velasco. «Quien trabaja en esto no se conforma con ser el de la lanza o la camarera que saca la bandeja. Todo el mundo quiere ser el mejor o la mejor. Yo estaba en el conjunto, a a lo mejor la última de la fila, en el cuerpo de baile, pero estaba segura de que iba a ser la protagonista», le confesó a Pablo Lizcano en una entrevista para TVE(1984).
Su debut en el cine tuvo lugar, en el papel de bailaora (y sin acreditar), en 'La reina mora', película de Rafael Alfonso, interpretada por Antoñita Morena y Pepe Marchena. Su nombre ya sí que se pudo leer en los créditos, en pantalla grande, un año después, en 1956, cuando encarnó al personaje de Fregona en 'La fierecilla domada'.
Sus primeros grandes éxitos en el cine llegarían apenas unos meses más tarde, con 'Las chicas de la Cruz Roja' (1958), donde compartió escenas con una de sus grandes parejas artísticas, Tony Leblanc. Concha contaba cómo el éxito de esta película le sirvió para reconciliarse con su abuelo, quien nunca vio con buenos ojos que se hija se dedicara al mundo de la farándula.
Despegaba así, y también con 'El día de los enamorados' (1959), la estratosférica carrera de una actriz que se convirtió en imprescindible y referente durante varias décadas. Llegaron títulos como 'Los tramposos' (1959), 'Amor bajo cero' (1960), 'La verbena de la paloma' (1963) o 'Historias de la televisión' (1965), que cambiaría su vida para siempre. Porque en esta película de José Luis Sáenz de Heredia interpretó 'La chica yeyé', canción que le acompañó toda la vida y que se convirtió además en un cariñoso apelativo con el que siempre se ha conocido a la actriz. «Hubo una temporada en que me avergoncé de ser la chica yeyé. Pero qué tonta que fui», decía la actriz en abril de 2021.
«No todas las películas en las que he trabajado han sido buenas, pero no lamento haberlas hecho, porque todas me han servido para aprender», le contaba a Julia Otero en 1988, en una entrevista en la que desveló que su madre llevaba un diario, en un cuadernito, con el título de los filmes en la que participaba Conchita y el dinero que cobraba por ellos. «En el cine nunca he sido una actriz bien pagada. Tal vez porque tenía la sensación de que me estaban dando una oportunidad y de que tenía que aprovecharla. Tenía que aceptar el papel, aunque no me pagaran mucho, porque era una manera de seguir trabajando. No he sido una actriz que se haya sabido cotizar», decía.
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En total, Concha Velasco ha intervenido en más de 85 películas. Una extensa carrera que le valió, en 2012, un Goya de Honor, después de que no lo pudiera conseguir en sus nominaciones como mejor actriz por 'Esquilache' (1989) y 'Más allá del jardín' (1996). Y eso, sin olvidar otros filmes, como 'Las que tienen que servir' (1967), 'Juicio de faldas' (1969), 'La colmena' (1982) o 'París Tombuctú (1999).Y, especialmente, las dos películas de las que siempre se ha mostrado más satisfecha: 'Tormento' (1974) y 'Pim, pam, pum... ¡fuego!' (1975). Con estos títulos, Conchita abandonó para siempre el diminutivo. Y pasó a ser Concha Velasco.
«A los treinta años llegó mi toma de conciencia, quizá tardía. Me di cuenta de que si seguía haciendo ese tipo de cine (las comedias edulcoradas que protagonizó en los años 60), mi carrera se iba a terminar como la de tantas otras compañeras», explicaba la actriz. Su primera apuesta por el cambio de registro llegó cuando aceptó un papel –y no como cabeza de cartel– en 'La llegada de los dioses', de Buero Vallejo. La obra se estrenó el 17 de noviembre de 1971 en el Teatro Lara de Madrid. Compartía tablas con Juan Diego. Ahí despegó en Concha una conciencia política que le llevó a liderar huelgas de actores (para reivindicar un día de descanso semanal)y por la qu más tarde se definió como «roja, socialista y católica», al tiempo que mostraba su apoyo al PSOEen varias campañas electorales.
Pero el camino teatral de Concha Velasco no comenzó con 'La llegada de los dioses', sino que había despegado dos años antes, gracias a Tony Leblanc (pareja cinematográfica con la que trabó una gran amistad) y Luis Escobar, quien se convirtió, como lo llamaba la actriz, en su «pigmalión». «Yo he sido la hija que Luis no tuvo. Me enseñó a hablar, a sentarme a la mesa, a vestirme, porque me llevaba a los mejores modistas». Fue Leblanc quien le dijo a Concha que Nati Mistral, quien triunfaba sobre las tablas con 'Ven y ven al Eslava', se iba a tomar un descanso por su maternidad. Y que estaban buscando una actriz para sustituirla. Concha se presentó ante Luis Escobar y superó la prueba: «Canté 'Patricia', con un bastón y un sombrero». «Pasé de cobrar 60 a 3.500 pesetas diarias». Era 1969. Llegarían después otras funciones, como 'Los derechos de la mujer' o 'Don Juan Tenorio' (con decorados de Dalí y Guillermo Marín como compañero; «aprendí a declamar escuchándolo», decía Concha).
En 1974, Antonio Gala escribió pensando en ella un personaje para 'Las cítaras colgadas de los árboles'. «Ahí me di cuenta de que los actores somos menos de los que creemos. Manuel Dicenta se murió y había que buscar un actor que lo sustituyera. Un figurante dio un paso al frente y dijo: 'Me sé el papel, lo puedo hacer'». Aquel actor, sin ser famoso, se llevó noche tras noche una enorme ovación. «Ahí empecé a pensar que el divismo personal se nos cae al suelo, porque a veces el éxito no eres tú, sino que es el personaje, el autor, el escenógrafo».
Su camino teatral encadenó varios éxitos, como ''Filomena Marturano' y 'Yo me bajo en la próxima, ¿y usted?', junto a José Sacristán (no quiso renunciar a esta obra cuando Almodóvar le llamó para '¿Qué he hecho yo para merecer esto?'). Llegaron después el musical 'Mamá, quiero ser artista', 'Carmen, Carmen' o 'La truhana'. Sus últimos montajes fueron 'El funeral' y 'La habitación de María', con la que se despidió en septiembre de 2021.
«Yo nunca piso el escenario con zapatos de calle. Siempre con zapatillas o con los zapatos del personaje. No sé si es respeto o superstición», contaba la actriz, quien, además de este del calzado, manejaba otros rituales antes de salir a escena. Tenía siempre una foto de su madre en el camerino, junto a una estampita de la Virgen de Fátima. «Cuando se levanta el telón, me siento como flotando, levito, no existe más que ese momento irrepetible e único», indicaba la actriz.
Fue precisamente en el teatro, durante las representación de 'Don Juan Tenorio' (1964), cuando conoció a su futuro marido, el actor y productor teatral Paco Marsó, con quien mantuvo una relación llena de vaivenes, encuentros y desencuentros. «De Paco me gusta todo, hasta sus defectos», decía la actriz. Su relación no comenzó en aquel primer encuentro del teatro, sino cuando ambos coincidieron, años después, en el rodaje de 'Mi mujer es muy decente', dentro de lo que cabe'. Se casaron el 18 de abril de 1977 y se divorciaron en 2010, meses antes de la muerte de Marsó (en noviembre de ese año).Pero hacía ya años que la pareja apenas convivía. Sufrieron juntos un gran mazazo en 'Hello, Dolly' (2001), donde su apuesta por el musical no salió como esperaban. «Costó una burrada, fue nuestra gran metedura de pata». Un mazazo que les generó importantes deudas que Concha Velasco no logró saldar hasta muchos años después, gracias, especialmente, al dinero que obtenía por sus trabajos televisivos.
Porque Concha ha sido también uno de los grandes rostros de la televisión. Participó en varios 'Estudios 1' y la televisión le regaló el que siempre consideró como el mejor papel de su carrera: Teresa de Jesús. Fueron ocho meses de rodaje y alguno más de ensayo, junto a Carmen Martín Gaite y Víctor García de la Concha (guionista y asesor de la serie). Josefina Molina, la directora, le pidió a Concha que para los ensayos estuviera siempre vestida de monja y tuvo incluso que llevar una prótesis para ensancharle la cara en varias escenas.
Poco después del último capítulo de 'Teresa de Jesús', Concha Velasco cambiaba completamente de registro y salía en la televisión, con medias y plumas de vedette, cantando 'El águila de fuego', para una serie sobre la revista musical española. «Mucha gente me dijo que por qué ese cambio tan brusco. Pero es que yo no quería ser Chanquete. Antonio Ferrandis me había comentado que Chanquete había sido para él un gran perjuicio en su carrera, porque ya no volvió a hacer nada después. Y yo no quería eso para mí».
«Si los actores tuviésemos que interpretar todos los días el mismo papel a lo largo de nuestra vida sería horroroso. Yo lo que quiero es cambiar y variar, para hacer siempre de una manera fresca los distintos personajes», contaba Concha Velasco en una entrevista en 1988.
Apenas unos meses después, Fernando Navarrete, con quien Concha había trabajado en varios especiales de Nochevieja, llamó a la actriz vallisoletana para proponerle un nuevo programa de televisión, que se emitiría en directo desde el mítico Florida Park. Aquel programa se llamó 'Viva el espectáculo' y allí vivió Concha el «momento más duro y difícil» de su vida profesional. Estaba ensayando un número llamado 'Un día en la vida de Concha', escrito por Augusto Algueró, cuando recibió la noticia de la muerte de su madre. «El director, Navarrete, me dijo: 'Si quieres, suspendemos'. Y yo le dije:'¿Suspender?' No conozco esa palabra».
'Viva el espectáculo' confirmó el papel de la actriz como maestra de ceremonias de galas televisivas. Ya partir de ahí presentó 'Querida Concha' (Telecinco), 'Encantada de la vida' y 'Sorpresa, sorpresa' (Antena 3) o 'Cine de barrio' (TVE). Pero, además, su nombre se asocia a grandes series de televisión. Es verdad que rechazó –y dice que fue uno de los errores de su carrera– el papel que Antonio Mercero le ofreció para protagonizar 'Farmacia de guardia', pero luego recaló en producciones como 'Compañeros' (1998), 'Motivos personales' (2005), 'Herederos' (2007-2009), 'Gran hotel' (2011-2013) o 'Las chicas del cable' (2017-2020), su último gran papel.
El crítico teatral (y gran amigo de Concha) Fernando Herrero ha escrito que la característica más importante de ella, como actriz, es la naturalidad. «Se comporta ante la cámara como si ese trabajo, esa incorporación de personajes diversos, formara parte de lo cotidiano». «Frente a los actores tipo Robert de Niro, que cambian físicamente en cada personaje, Concha pertenece a ese otro vector, como Gary Cooper, Gregory Peck, Ava Gardner, Elisabeth Taylor, que no necesitan estas transformaciones para ser la misma y diferente en cada ocasión», escribía Herrero en el libro 'Personajes vallisoletanos', editado en 2004 por la Diputación de Valladolid.
Ella siempre se ha reivindicado como «vallisoletana, castellana y comunera» y la vinculación con la ciudad en la que nació quedará para siempre en la historia con el nombre de una calle, de un teatro y de un pilar con su nombre en el Teatro Calderón. También recibió la Medalla de Oro de la ciudad y fue pregonera de sus fiestas y de su Semana Santa.
«Yo soy una actriz vocacional, no estoy aquí por casualidad», decía cuando le preguntaban por una profesión que amaba profundamente. «Salir al escenario es una constante conquista, y yo quiero conquistar, yo salgo a seducir», explicaba. Decía que su peor defecto era tal vez el rencor: «Tengo el corazón como un pozo. Si cae una piedra en él, hasta que no oigo en el fondo el ruido, no doy por terminado el trayecto de esa piedra. Pero ese rencor tampoco me hace vivir obsesionada por el rencor de la venganza».
Confesaba que más que a la muerte, tenía miedo la soledad. «Me gusta estar sola, pero con la sensación de que, de un momento a otro, voy a estar de nuevo acompañada, especialmente por mi familia», contaba la actriz, quien reconocía que su otro gran temor era el fracaso. «El éxito es tan maravilloso...», decía una mujer que lo consiguió, y con creces, en su amplísima carrera en el cine, el teatro y la televisión.
«Me sé de memoria 'Las zapatillas rojas'», contaba cuando se le preguntaba por una de sus películas favoritas. En ese filme de 1948, hay una escena que siempre estuvo grabada a fuego en la memoria de Concha Velasco. Uno de los personajes, un productor, le pregunta a otro: ¿Por qué quiere usted bailar? A lo que la artista de la película respondía: ¿Y por qué quiere usted vivir? El productor, entonces, contestaba:'No lo sé exactamente, pero sé que debo hacerlo'. «Y eso es lo que me ocurre a mí –desvelaba Concha– no sé por qué me dedico a esto, pero debo hacerlo. Es mi vida, desde niña».
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