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«La Medalla de Oro de mi ciudad es la distinción más importante de mi carrera», dijo Concha Velasco, el sábado 17 de marzo de 2018, sobre las tablas del Teatro Calderón. Ni el Premio Nacional de Teatro, ni la Medalla al Mérito de ... las Bellas Artes, ni la del Trabajo recibida en 2008. Ni el Goya de Honor de 2012, ni sus nueve Fotogramas de Plata, ni los tres premios de la Unión de Actores, los dos Max, el Ondas, la Espiga de Honor en la Seminci. El premio más importante, dijo, el que le hacía más ilusión, fue ese que sus paisanos le entregaron en 2018 en el Teatro Calderón.
«No te quieres enterar, yeye, que soy de Valladolid, yeyeyeye», entonó Concha Velasco aquel día desde el escenario, después de cambiarle la letra a una canción ya mítica. «Sé que esta medalla la tienen instituciones muy importantes y quizá yo no he hecho por Valladolid tanto como lo que Valladolid ha hecho por mí, que es dejarme nacer en una ciudad tan bonita, tan culta, tan tolerante», dijo la actriz durante el discurso de agradecimiento.
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Concha Velasco llegó al mundo en Valladolid («mi tierra, mi pueblo»), el 29 de noviembre de 1939. Fue en la calle Recondo número 2, en un edificio que hoy ya no existe, «a los pies del Arco de Ladrillo», como le gustaba precisar. Hija de un militar franquista y una profesora republicana. Su padre, Pío Velasco, era natural de Bermillo de Sayago, en Zamora, aunque la casa familiar estaba en Luelmo. Estuvo Pío, militar del cuerpo de Caballería, destinado en el cuartel de Farnesio. «Mi padre era guapo a morir, metro noventa, ojos verdes. Murió de un ataque de fabada y con una botella de vino tinto», decía Concha, quien añadía: «La única bajita y feíta de la familia soy yo. Lo que pasa es que, sin operarme de estética, he conseguido llegar a ser mona».
Su madre, Concepción Varona García de Mardones, fue una maestra republicana que amaba profundamente Valladolid y que tuvo que dejar la ciudad para trabajar en Asturias. «Fue una exiliada. No tuvo que marcharse al extranjero, como Rosa Chacel y otras muchas compañeras suyas, pero sí que pasó muchos años alejada de Valladolid», recordaba Concha Velasco, quien añadía que gracias a sus primeros éxitos en el cine –«cuando gané un poco de dinero con 'Las chicas de la Cruz Roja'»– su madre pudo regresar a Valladolid. «El día que volvió le hicimos una fiesta en el hotel Conde Ansúrez, donde estuvimos la familia y sus amigas».
La actriz explicaba que de su madre heredó las ideas socialistas y las creencias religiosas. «Pero lo más importante que me enseñó mi madre es a ser tolerante y a querer Valladolid». Porque si su padre procedía de Zamora, las raíces de Concha por vía materna se hunden muy profundo en la historia de Valladolid. «Mi bisabuelo construyó la calle Niña Guapa y levantó la Casa del Pueblo. Mi abuela, Humbelina García de Mardones, era maestra (en 1917 optó, sin éxito, por una plaza en las escuelas de Lomoviejo) y mi abuelo, Jesús Varona, era matemático».
Ese abuelo, aficionado al tiro deportivo, en 1935 (cuatro años del nacimiento de Concha) escribió la letra de un himno a Valladolid. La letra era de Juan de Liébana y decía: «Eres madre de poetas, de monarcas y de sabios, eras cuna de patriotas que España lleva en sus labios». También cuna de actrices, como Concha, aunque a su abuelo no le hacía nada de gracia que la nieta fuera artista. «Nunca me quisieron recibir en su casa, en la calle Fray Luis de León. Cuando venía a Valladolid, siempre nos veíamos en el Círculo de Recreo, donde se reunían los señores mayores».
Aquellas reticencias del abuelo se perdieron por completo el 11 de noviembre de 1958. Ese día, el Roxy proyectó 'Las chicas de la Cruz Roja'. Y Concha Velasco asistió a las dos proyecciones de la jornada (19:45 y 23:00 horas). Los carteles ya la presentaban como «la gran estrella vallisoletana». El abuelo fue al cine. La nieta le regaló una rosa. «Esa fue nuestra reconciliación», recordaba la actriz.
Le gustaba contar que sus padres se conocieron en la estación de Burgos, cuando ella le fue a poner un detente (una insignia del Sagrado Corazón). Y se enamoraron. Concha Velasco pasó los primeros cuatro años de su vida en Valladolid. Desde esa vivienda de la calle Recondo se mudaron a un cuarto piso de la Acera de Recoletos y más tarde a una casa en Simón Aranda y Fray Luis de León. Por aquellas calles paseaban a la pequeña Concha. Tal vez hasta la Plaza Mayor, donde sus tías tenían la sombrerería Misol (en la Acera de San Francisco, 28) o el entorno de San Pablo, donde vivía su tía Pili.
Después, el padre fue destinado a Marruecos, donde se mudó la familia al completo. Regresaron a la Península (a Madrid) cuando Conchita cumplió los diez años. La niña ya estudiaba baile clásico y buscaba los aplausos del público. «En casa siempre han dicho que me subían encima de una mesa y me ponía a bailar. Mi madre siempre me contó que, con tres o cuatro años, ya me subía a bailar a una mesa del Círculo de Recreo, en Duque de la Victoria. Pero cuando terminaba, siempre pedía perras». Con trece años, ya de gira con una compañía de baile, actuó en el Calderón de Valladolid, el gran teatro de su ciudad. El apoyo de su madre fue crucial en la carrera de Concha. «Creo que lo de 'mamá, quiero ser artista' era cosa de ella. Cantaba muy bien. Era culta, sensible, escribía novelas de amor (una de ella se titulaba 'Medias de cristal')» y, a mediados de los años 30, ofrecía trucos de «economía doméstica» en las ondas desde una emisora de Valladolid.
«Siempre he notado el cariño de mi tierra, que es una ciudad exigente, culta. Siempre lo ha sido. Cuando hay algo que les gusta, aplauden más que nadie. Cuando no les gusta, patean. Valladolid ha contado conmigo para todo y me han tenido para lo que han querido. Además, cada vez me siento más vallisoletana, castellana y comunera», dijo en 2018, en los pasillos del Teatro Calderón, el día antes de recibir la Medalla de Oro de la ciudad.
Una ciudad le ha devuelto el cariño con varios ejemplos: una calle a su nombre, un teatro, un pilar en el Calderón, el pregón de la Semana Santa y el de las fiestas de San Mateo. Este último lo pronunció el sábado 14 de septiembre de 1985 desde el balcón de la Casa Consistorial. Junto a ella estaban Juncal Rivero y Rosa Chacel. En su alocución, en un discurso totalmente improvisado y «dictado desde el corazón», defendió el castellano y aseguró que, durante sus primeros pasos como actriz, ella presumía de «vallisoletanismo» y de buen castellano y mejor dicción, como divisa para los empresarios que la iban a contratar.
El segundo pregón, el de Semana Santa, lo pronunció el sábado 13 de marzo de 1999, en la catedral de Valladolid, durante un acto presidido por el entonces arzobispo José Delicado Baeza. Dijo que quería que sus palabras fueran «como una aldabonazo a la esperanza de un pueblo que cree y espera, aunque desespere a veces por tantos y tantos motivos de sufrimiento para la humanidad de este final de siglo». Meses antes, el 25 de junio de 1998, recibía el Premio Teatro Provincia de Valladolid de la Diputación y confesaba: «Aquí, cuando subo a un escenario, mi corazón late de forma diferente».
El 6 de septiembre de 2001, cuando faltaban horas para el estreno en Valladolid de 'Hello Dolly', la actriz descorría el pequeño telón que ocultaba su nombre en una placa en uno de los pilares del Teatro Calderón. Allí puede leerse una frase: 'Mamá, quiero ser artista'. Era la segunda, después de la dedicada a Juan Antonio Quintana. «Cada vez que vengo a Valladolid toco esa placa, porque noto que mi madre está aquí. Si ella hubiera podido ver cómo me reciben en Valladolid cada vez que vengo...», decía en un videochat con los lectores de El Norte de Castilla, en mayo de 2006.
El 14 de mayo de 2011, Concha Velasco visitaba la nueva sala teatral que, en el LAVA, recibía su nombre. «Lola Herrera tiene una plaza y yo solo tenía una placa en el Calderón», bromeaba la actriz con el entonces alcalde, Javier León de la Riva, y la exconcejala de Cultura, Mercedes Cantalapiedra. Cuatro años después, el 26 de marzo de 2015, paseaba por primera vez por la calle que en Valladolid, su ciudad, recuerda para siempre a una de sus paisanas más ilustres. «Siempre ha sido esta una profesión que me hacía gozar, que me hacía sentir, pero que también me permitía mantener a mi familia», dijo Concha Velasco, en octubre de 2013, al recibir la Espiga de Honor del festival.
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