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Solo llevamos seis días confinados en casa por el coronavirus y ya nos ha tocado sacar la artillería pesada. La PlayStation 2, que descansaba desde hace diez años en una caja, forma de nuevo parte del mobiliario del salón.
Y Diego encantado. Hace ... días que se había aburrido de la Wii. «Es que es de pequeños», argumenta. A sus casi cinco años no sabe leer (o eso creemos), pero tiene una habilidad innata para los vídeojuegos. El nuevo o viejo aparato (Sony anunciaba ayer la quinta generación de la consola), los puzles, un par de dibujos para calcar y la inestimable ayuda de mi madre, me han asegurado paz durante mi primer día de teletrabajo.
Madre mía, trabajo en casa. ¡Cómo ha cambiado todo! Si parece que fue ayer cuando mandaba con el coche de línea los carretes de fotos y los disquetes de 5 1/4 con los textos a la delegación de El Norte en Segovia. Y aquí estoy, en compañía de mis dos churrumbeles, conectada por remoto al ordenador de la redacción, comunicándome con mis compañeras como si las tuviera al lado y sacando el trabajo adelante como un día más o menos normal.
Pero nada de esto es normal. Y ellos lo notan. Es muy complicado normalizar una situación que no hemos podido organizar correctamente. Tenemos que ponernos las pilas porque los niños, por mucho que nos empeñemos, viven el confinamiento como unas vacaciones.
Este jueves, sin ir más lejos, ha sido un sábado en toda regla. Era el Día del Padre y la pareja se ha tomado la efeméride como si del día de la fiesta nacional se tratara.
Ya, a primera hora de la mañana, por uno de los grupos de whatsapp del colegio que proliferan como setas, la profesora de Marta nos invitaba a hacer algo especial para la celebración. Esto tendrá que esperar a la tarde (pienso). Con tanto revuelo, no me había acordado de que era 19 de marzo.
Al rato, la niña me avisa de que en el blog del centro, junto a varios vídeos de inglés, yoga, el cuerpo humano y no sé qué más, también proponen una manualidad en familia (que tampoco podremos hacer) dedicada a los papis. Y, por si no me había enterado, a las 11.30 recibo una llamada de la tutora de Diego (supongo que para que no se me olvidara del día que era), que desvío automáticamente al protagonista de la jornada.
Estoy trabajando, pero ellos quieren hacer algo, así que tiro por la calle de en medio y propongo que hagan solitos y con total libertad de materiales un par de dibujos. A la hora de comer, esto le esperaba sobre la mesa.
Por la tarde, agotada, les pongo una película para ver si hay suerte y puedo echarme una cabezadita. No sé si os pasa, pero mis hijos se mosquean si me duermo durante la película. Así que no cierro los ojos, pero desconecto del mundo durante las casi dos horas que dura 'Capitana América'.
Y la desconexión me lleva a darme de bruces con la realidad. Por primera vez en 39 años, no voy a poder besar a mi padre en su día. Y se me viene el mundo encima. Y ellos siempre se dan cuenta.
Me iba a meter en la ducha para despejarme y oigo a Diego gritar:
-¿Mamaaaaaaaaaaaa?
-¿Qué pasa Diego?
-Nada.
-Entonces ¿para qué me llamas?
-(Al rato) ¿Sabes que te pareces a Lara Croft?
-Diego… ¿has mirado bien la pantalla?
-Ah, es verdad, que no. Que tú eres mucho más guapa.
Hasta el lunes.
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BERTA MUÑOZ CASTRO
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Berta Muñoz Castro
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