Si me quedo encerrado en casa y solo me está permitido salir para ir a trabajar –de modo excepcional, que en El Norte esto del 'work from home' está funcionando como un tiro– y para la compra de productos de primera necesidad, esta última posibilidad se convierte en lo más parecido a la sensación nerviosa ante la inminencia de un viaje transoceánico. ¿Qué necesito? ¿Dónde lo compro? y lo más importante, ¿qué me pongo?, que llevo unos días un poco aburrido de limitarme a dos únicas opciones, o soy un miembro más de la familia Telerín embutido en el pijama, o a este paso supero al llorado Luis Aragonés en ir vestido de chándal y quien me sufre sabe que esa, la de la selección del 'look', no es en mi caso cuestión baladí.
Y sí, estoy nervioso ante la novedad que me depara el día, para qué engañarnos. Prueba de ello es que cuando escribo esto faltan aún casi dos horas para la apertura de los supermercados, por lo que aprovecho para anotar lo que necesito –la lista de la compra escrita puede hacer las veces de salvoconducto si me da el alto la autoridad competente–. Y hay artículos que son 'must' en mi nevera: calabacín, pimientos, brócoli (sí, ¿qué pasa? a alguien tenía que gustarle), alubias verdes, calabaza, manzanas starking, kiwis, –pero de los amarillos, los otros pican en la lengua–, tomates, muchos, cápsulas de café, leche entera sin lactosa, alguna Mahou, alguna más, pavo, bacalao fresco si no hay mucha cola en la pescadería y ese alimento divino al que recurro cuando me da bajona en estos tiempos inciertos que ponen a prueba la fortaleza del espíritu más templado, el fruto del alfóncigo, los pistachos, fuente de grasas que ayudan a mantener niveles saludables de colesterol en la sangre y con otras propiedades beneficiosas para la salud del varón, que no detallo por resultar carentes de necesidad en mi caso.
El maridaje de este fruto de origen asiático con el néctar que contiene el botellín ambarino, jamás la lata, de esa centenaria cervecera madrileña –consumido con moderación– vale que no curará el coronavirus, pero hace más llevadero el confinamiento. Y aquí hago una pausa. Retomo el relato a la vuelta del súper, ahora voy al encuentro con mi vestidor.
Y... ¡prueba superada!, pero se hace duro atravesar la planta baja de El Corte Inglés de Constitución guiado por una cinta de esas que parece que vas a toparte en cualquier momento con Gil Grissom y te va a hacer un frotis bucal, para llegar al sótano, donde está el supermercado, que resultaría más desangelado si no fuera por la disposición solícita de empleados y empleadas, que no se cómo se las apañan para que se les vea sonreír debajo de la mascarilla. Hay de todo en todos los lineales, sí, rollos de papel higiénico también, y la pescadería está llena de especies marinas pero vacía de la especie clientes, como vacío de la especie paseantes –¡bien!– está el eje Regalado-Constitución que ansioso de calle recorro cuatro horas después de la del alba, con cielo despejado y sin viento, ni fuerte ni flojo, ni de Levante ni de Poniente, pero eso sí, que Viva Honduras y de paso, el vino. Ah y ya les contaré cuál fue el look escogido, pero ahora se me cuidan.
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