Diario de un confinado, día 2: Vale, pero me llevo la silla
Diario de un confinamiento. Día 2 ·
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Diario de un confinamiento. Día 2 ·
Adaptar el puesto casero de teletrabajo a unas mínimas condiciones ergonómicas amenaza la integridad de la RedacciónCómo ha ido la cosa ahora que ha empezado en serio la rutina laboral? En el periódico hemos sido varios los que hemos ido desfilando por la Redacción durante toda la mañana. Unos, para poner a punto el engranaje de la nueva organización del ... diario en dos secciones, la que recoge todo lo del coronavirus y la que lleva lo que aún no lo es (pero acabará siéndolo al paso que va la burra). Otros han pasado por nuestra sede de Vázquez de Menchaca (por cierto, ¿sabían que el tal Fernando Vázquez de Menchaca fue un jurista y humanista del siglo XVI nacido en Valladolid, miembro de la Escuela de Salamanca? De nada), decía que los otros han venido para recoger el portátil con el que trabajar desde casa y alguno como Víctor, a quien la pantalla del 'laptop' le resulta pequeña, ha ramplado con el monitor de su puesto de trabajo en el periódico, e incluso, como Kote o Jorge, con la silla de oficina de un tapizado azul... ¿azafata?, ¿Klein? que no va para nada con las cortinas de casa, pero que siempre es más cómoda que las de la cocina, que al cabo de las horas te dejan el innombrable como la tapa de una alcantarilla.
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–Como se entere Ana S. se pide llevarse a casa la máquina del vending y a Paco F. para que le acompañe a tomar café. (Única y exclusivamente para tomar café, no vayáis por ahí, que no es eso).
–Como se entere la mujer de Paco F. le pone un lazo, le da suelto para el café e incluye en el lote al hijo sin aumento de precio.
Va a ser lo peor de la reclusión, perdernos esos momentos entrañables en los que sale lo mejor de nosotros mismos y le hacemos un traje a cualquier compañero –y a toda la clase política local, regional, nacional e internacional en su integridad, por supuesto– sin por ello faltar ni por un segundo a nuestro compromiso diario de informar a nuestros lectores.
Afortunadamente, la cosa se ha quedado ahí, salvo que alguno le haya hecho hueco en la mochila al reposapiés que ayuda a mantener la postura adecuada para no deslomarse siguiéndole el pulso a la actualidad informativa, extremo este que me ha sido imposible confirmar. Pero cuando yo me he ido a mediodía, los extintores y el botiquín seguían en su sitio y, lo que habla aún mejor de nuestra intachable honradez, todos los rollos de higiénico en sus respectivos dispensadores. Que siempre y por salud mental aconsejan no llevarse el trabajo a casa, pero nadie ha dicho nada del menaje.
En el rato que hemos compartido camaradería a distancia en la Redacción, el director, solícito y servicial como siempre, me ha dado pistas de más ejemplos de la prensa patria donde otros y otras colegas de profesión, a buen seguro más preparados que yo pero igual no tan 'cool', han puesto en marcha diarios de sus respectivos encierros en los rotativos en los que desempeñan su trabajo. Tras agradecer a mi superior la información y no ver segundas intenciones en el gesto, le sé sabedor de que tal afloramiento de secciones similares no hará mella en la seguridad en mí mismo de la que siempre hago gala, he pensado en la posibilidad de crear un colegio profesional de diaristas de crisis o algo así. Y sería no tanto para defender nuestros intereses corporativos ante posibles ataques a la dignidad de esta sacrificada misión informativa, como para encontrar apoyo entre iguales cuando llegue ese difícil momento de poner punto final a esta apasionante aventura de compartir día a día el proceso de trabajo de los periodistas en pleno siglo XXI, al tiempo que abrimos de par en par a nuestros lectores ese habitáculo mental donde guardamos nuestras preocupaciones profesionales y les hacemos partícipes de nuestras bromas particulares entre compañeros de fatigas, siempre cariñosas... Siempre ¿verdad?
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