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Incertidumbre. Probablemente sea la palabra que define con más precisión el sentimiento generalizado que atravesamos todos, sin excepción, durante los meses de una pandemia que este mes de marzo de 2025 cumple cinco años. El quinto aniversario de un momento que nos cambió a todos, en el que palabras como coronavirus o confinamiento entraron en nuestras vidas para marcarnos para siempre. Aunque más familiarizada con estos conceptos, lo cierto es que la pandemia de aquel 2020 también supuso todo un reto para la comunidad científica. Al igual que el virus, los bulos, las imprescisiones y las conspiraciones comenzaban a expandirse y a contagiarse. En esos momentos de oscuridad, virólogos como el leonés Estanislao Nistal (Toral de los Guzmanes, 1975) intentaron aportar algo de luz frente a la desinformación.
Profesor de Microbiología en la Universidad CEU San Pablo y uno de los científicos de la provincia más reputados, Nistal, que estudió en el colegio público de su pueblo hasta los 14 años y tiene un amplísimo currículum investigador a sus espaldas, no dudó durante los primeros meses de pandemia en poner su conocimiento al servicio de los medios para intentar explicar de forma clara, precisa y basada en datos qué estaba pasando en el mundo. Cinco años después, volvemos a hablar con él para recordar una pandemia que supuso un antes y un después en nuestro tiempo.
Lo primero en lo que pensé a principios de año cuando leía las noticias tan preocupantes que llegaban de China fue en el brote de coronavirus que hubo en 2003, que causó poco menos de mil muertos y se logró contener. La esperanza era que quedara en aquello, que fuera un brote local, que se lograra contener lo más rápido posible.
Iban pasando las semanas y las noticias decían que se estaban construyendo hospitales a toda pastilla, que las ciudades estaban desiertas... y eso empezó a preocuparme más porque en España parecía que no se estaba tomando en serio, que estábamos como aletargados. Siguieron los partidos de fútbol, llegaron los primeros casos a Italia, luego a España, y yo pensaba que este era un virus de transmisión área, que son los más fáciles de diseminar, sobre todo cuando mucha gente no desarrollaba la enfermedad de forma grave. Y ocurrió lo que ocurrió.
Era muy preocupante porque no sabías muy bien qué decir, qué hacer. La cosa a partir de febrero se puso fea, las medidas que hubo que tomar fueron draconianas y muy restrictivas porque la situación era muy compleja y todas las medidas políticas que se tomasen iban a ser criticadas. Yo, desde mi posición, lo que trataba de hacer cuando me preguntaban era contar lo que sabía basado en los datos que tenía, en mi experiencia y en todo lo que aprendimos de la pandemia de gripe de 1918 pero sin ser dogmático, sin enfadarme e intentando compartir lo que sabía y ayudar en lo que podía.
Exacto. En 2018 hicimos en Madrid un simposio en el que expertos reflexionamos sobre los 100 años que cumplía aquella pandemia y pusimos encima de la mesa datos y hechos que me ayudaron a entender todo aquello. Sí, ahora estamos en un mundo distinto, pero aquella gripe también cambió muchas cosas en el mundo científico, se invirtió en ciencia, se crearon medidas de sanidad moderna... en muchos países supuso un antes y un después, en una época donde además no se conocía ni la existencia del virus de la gripe.
En 2020 fue cuestión de meses conocer el virus, aislarlo y ponerse a trabajar en las vacunas. El reto es que todo pasó en un mundo hipercomunicado en el que todo el mundo puede emitir opiniones, que no conocimiento. En la parte positiva, la ciencia avanzó muy rápido con una inversión como nunca antes vista.
Las redes sociales y la hiperinformación está bien para constrastar ideas, pero también se emiten opiniones interesadas o llevadas por las creencias, y en momentos así todo era muy confuso y la gente lo estaba pasando muy mal. Yo, como virólogo, trataba de mantener la cabeza fría, intentar estar al día de lo que iba pasando y no ser dogmático porque en aquellos momentos nadie estaba en posesión de la verdad.
Yo era algo escéptico al principio, no me creía que todo iba a salir tan rápido. Se sabía que había un prototipo y unas propuestas de vacuna, pero no tenía claro hasta qué punto todas las pruebas necesarias para saber si la vacuna no iba a tener efectos adversos estarían listas porque tirarse a la piscina es muy arriesgado si no ha pasado un tiempo para que se testen. La coordinación que hubo de muchísimos grupos de trabajo y la apertura de información para nutrir las investigaciones aceleró muchísimo los procesos.
Los datos que iban saliendo decían que las vacunas funcionaban de una manera bastante eficiente, y el reto era darle unos meses a los ensayos clínicos para ver cómo reaccionaban. Fue en ese momento cuando se vio cuál era la que daba menos problemas y se decidió optar por la vía de las vacunas basadas en ARN. ¿Que se podía haber esperado a tener una vacuna más segura? Probablemente sí, se podía haber esperado unos meses para ver cómo funcionaban las vacunas basadas en proteínas, pero las primeras que llegaron fueron esas y funcionaron.
Era una situación coyuntural: a nivel social había mucho miedo, muchas restricciones y la economía estaba totalmente parada con los países endeudados. ¿Cuánto tiempo una economía podía mantener esa situación? Teníamos una vacuna que funcionaba, que se sacó rápido, es cierto, pero con los datos delante se demostraba que podíamos empezar a usarla y funcionar de nuevo como sociedad.
Desde que se conoció la primera vacuna contra la viruela, el tema ha sido controvertido. El hecho de que nos inyecten algo que no sabemos qué es nos produce miedo, es un miedo humano. El problema que tenemos en la sociedad actual es que no hemos vivido el drama de algunas de las infecciones contra las que nos vacunamos como la viruela, el sarampión o la polio. Son enfermedades prácticamente olvidadas precisamente porque estamos vacunados, pero siguen existiendo en muchos países y causando graves problemas. Podemos cerrar los ojos y mirar para otro lado, pero es algo que está ahí y que gracias a la ciencia no lo sufrimos en nuestro entorno.
En España nunca habíamos visto un movimiento así tan fuerte como hasta ahora. Entiendo que viene asociado a una situación de hartazgo, todos queríamos que la pandemia acabara y era muy complicado a todos los niveles, pero eso no implica que no haya una responsabilidad y que debamos saber que las vacunas funcionan y que no se estaba vacunando por vacunar, sino para salvar vidas. Mucha gente que tenía ese discurso antivacuna no se daba cuenta de que ellos mismos o sus familiares en una situación de riesgo o cualquier vecino podía estar vivo precisamente por la vacuna.
Se extendió mucho el bulo de que la vacuna provocaba ataques al corazón y más cosas, cuando la realidad es que no hay ninguna evidencia científica que lo diga, no hay estudios serios y contrastados sobre eso. Lo peor es que ese discurso se hizo extensible a otras vacunas como la de la gripe o el sarampión, se decía que no sirven y claro que funcionan, claro que sirven, hay ciencia basada en datos detrás de todo ello.
Con ciencia y con datos. Yo me he educado con el sistema público, tengo vocación de ser científico y por ende tengo esa responsabilidad de devolver a la sociedad lo que he aprendido. Hay que explicar que esto no es una decisión política, que es un hecho que estaba fundamentado, y que hay que emitir juicios de valor en base a estos datos y no a opiniones. Es en lo que hay que trabajar.
Creo que hay cosas que se han movido y mejorado. Estamos en un momento en el que hemos visto que la coordinación es fundamental, que tener un centro nacional de salud pública es importante para coordinar las políticas más allá de las comunidades y a nivel local. Coordinar las políticas sanitarias va más allá de eso porque es trabajar para mejorar la salud de las personas, algo que no tiene que depender según la comunidad donde vivas. Y también creo que se ha demostrado que invertir en ciencia no tiene nada que ver con la política de turno, sino que hay cosas básicas que deben estar basadas en tecnicismos y datos y en España hay expertos muy buenos para tomar decisiones sin miedo.
A nivel social creo que existen dos grandes grupos. Por un lado los que comentábamos, pero por otro y creo que mucho más grande los de personas que han aprendido a valorar la ciencia y el duro trabajo de la investigación. Lo vemos con nuestros astronautas leoneses, que son ejemplo que nos llena de orgullo porque son gente joven que apuesta por la ciencia y por dedicar su vida a mejorar la vida de la gente.
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Creo que la sociedad en general está valorando esa vocación y que entiende que la ciencia tiene muchas capas, que hay mucha gente detrás trabajando, investigando y poniendo todo su esfuerzo por mejorar la vida de la gente. Creo que de la pandemia hemos aprendido que estos problemas nos afectan a todos por igual, a todos, y el conocimiento y trabajar porque las cosas funcionen mejor es dejar una buena herencia a las generaciones futuras.
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